23 diciembre 2011

Bip, bip, bip.

Alzando la mano Cero decía adiós a su mejor amigo, Uno. Uno era siempre el más veloz de los dos en las carreras que se organizaban en la escuela. Ese día, por la mañana, comunicaron a Uno que tenía que unirse a un grupo muy, pero que muy largo. Cuando Cero preguntó qué era, se le dijo que eran muchas palabras que formaban una carta.

—¿Una carta, qué es eso?

—Hay Cero, parece que estás en el mundo para que haya de todo.

Fue su padre quien le contestó, un bit gordo y simpaticón que lo acompañó a la estación de salida y poder así despedirse de su amigo.

—Una carta es la forma que tienen los humanos para comunicarse entre ellos cuando están muy lejos.

—¡Aaaah! —dijo Cero sin estar convencido de haber entendido.

Después de la despedida volvió a su casa, un gran edificio al que le llamaban RAM. Cuando llegó la hora de acostarse su padre le contó una historia: «Los humanos escribían usando unos artilugios con tinta que se pegaba al papel allá por donde se deslizaba. Con el tiempo» —siguió contando—, «los humanos nos crearon a nosotros, unos insignificantes dígitos binarios, pero muy veloces. Nos enseñaron a agruparnos en palabras. Con muchas de ellas se formaban cartas. Éstas podían enviarse como hacían antes, o meternos a todos nosotros, bien ordenados, en una nave muy grande llamada Archivo, y mediante un tren E-mail llegar a su destino por el espacio».

Cero escuchaba muy atento. Su atención estaba dirigida a que en una determinada época del año los niños enviaban cartas de deseos a unos reyes que vivían en oriente. Aunque nadie sabía exactamente donde estaban sus palacios.

Cuando el padre de Cero terminó, lo arropó y dejó que durmiera, y entonces tuvo un sueño: Se encontraba en una nave que viajaba por el hiper-espacio dentro del tren E-mail. Cuando llegó a su destino pudo ver a través del cristal a un humano con barba que decía a otros que había un niño que deseaba un regalo pero que era muy pobre para pedirlo, y que a través de los Bits, alguien se lo había comunicado. Aquellos humanos comenzaron a construir un extraño artilugio que llevaba dos cosas redondas y… Sonó el despertador.

Habían pasado algún tiempo. Un día al salir de su casa Cero escuchó la alarma. Había que reunir a todos los Bits desocupados en ese momento para poder formar una carta muy urgente.

Cero preguntó, pero nadie le supo decir qué era lo que ocurría. En la distribución por Bytes, fue un viejo amigo de su padre quien le dijo que estaban en la época de los deseos. Cero se alegró, por fin iba a formar parte de una de esas cartas. Aquel sueño que tuvo tiempo atrás, se estaba convirtiendo en realidad.

Los grupos que se formaron no fueron muy grandes.

«Vaya», pensó. «Para una vez que voy a formar parte de una carta de deseos, no parece muy importante».

El e-mail salió a toda velocidad hacia su destino, y Cero pensó que por fin conocería de verdad a esos reyes magos, pero por los altavoces oyó que en pocos segundos llegarían al Polo Norte.

—¿Polo Norte? —Dijo Cero muy extrañado.

—Sí —dijo un bit mayor—, ahí vive otro mago que regala deseos, a este le llaman Santa, y que con un trineo los hace llegar a quienes han sido buenos, la noche anterior a Navidad. Día muy importante para los humanos.

—¡Aaaah!

Al poco vieron a través del cristal a un hombre con una barba muy blanca, que con los ojos muy abiertos apretó un botón sonando una alarma muy fuerte. Enseguida apareció otro humano, y Santa le explicó que un niño había escrito una carta a Melchor, y que por error le había llegado a él.

—Hay que reenviarla rápidamente a Melchor. Encárgate.

—Pero… —Titubeo su acompañante de orejas puntiagudas—, hay un corte de energía y no podemos enviar nada. Además, está cayendo tanta nieve que el transporte no puede salir.

—¿Atrapados?

—Sí, Santa, sin remedio.

Cero y el resto de Bits quedaron atónitos ante lo que acababan de oír. Si nadie lo remediaba habría un niño que no recibiría su deseo.

—Además, Santa —dijo el de orejas puntiagudas—, ese niño está en una zona de guerra, y ya sabes lo difícil que es llegar a esos sitios.

Zona de guerra. Cero conocía esa expresión. Cuando era pequeño hubo un ataque de unos virus. Muchos amigos de sus padres murieron en aquella guerra aunque la consiguieron ganar. Mala cosa era lo que estaba ocurriendo. Una carta de deseos había sido enviada a un destino equivocado, y como no se encontrara la forma de reenviarla al lugar correcto ese niño se quedaría sin deseo.

Cero organizó a sus compañeros para buscar una solución, pero había un inconveniente, la energía. Sin ella no podían moverse. Entonces Cero recordó una de las clases en la que se les dijo que el sol era una fuente de energía muy potente. Preguntó a uno de sus compañeros si se podía realizar alguna conexión con el sol y enviar la carta a ese tal Melchor. El compañero, que era un cerebrito, estuvo durante unos segundos pensando y dijo:

—Sí, existe la forma, puedo conectar parte de este ordenador atraer del sol la energía necesaria y enviar un aviso. Pero hay un inconveniente.

—¿Cuál? —Preguntó Cero.

—Podría destruirnos, por lo que tiene que ser de una duración de un nano-segundo, y sólo uno de nosotros puede ser enviado, con ello lo que conseguiremos es que suene una alarma en el destino. Además… si no está en ese momento viendo la pantalla no se dará cuenta y el esfuerzo habrá sido inútil.

—¡Es igual!, hay que intentarlo. Me ofrezco voluntario. Comienza a trabajar.

Así es como, mientras Santa y sus amigos buscaban la forma de solucionar el problema, su ordenador emitió un fuerte sonido. La pantalla se iluminó apareciendo un mapa con una línea roja que se dibujaba hacia el sur.

A través de hiper-espacio un Bit llamado Cero volaba gritando:«¡Bip, bip, bip!». Una vez en su destino, miró a través del cristal y pudo ver a un hombre con una corona que miraba extrañado la pantalla. Era Melchor. Aunque Cero le gritaba e intentaba explicarle el motivo de su llegada, no podía verlo ni oírlo. Melchor no comprendía que significaba aquel sonido extraño que había acompañado a un puntito rojo en medio de la pantalla. Al otro lado del cristal se amontonaban caras extrañas que por sus gestos no comprendían nada.

—¡Cero!

Aquel grito hizo que Cero callara y se volviera.

—¡Uno! —Gritó con alegría.

Su amigo, al que creía que no volvería a ver, estaba allí como una respuesta a un deseo no pronunciado. Después de la alegría del encuentro, Cero le explicó a Uno el motivo de su llegada. Sin perder un solo momento Uno organizó a todos sus compañeros formando grupos.

—¡Hey, mirad!

Melchor no podía creer lo que estaba viendo. En el ordenador apareció una carta no escrita por Santa, pero que explicaba la llamada extraña, así como todo el problema existente de los deseos del niño en la zona de guerra.

Todo el equipo de Melchor se puso a trabajar. Se contactó con los otros reyes Gaspar y Baltasar. Se preparó un plan para resolver el problema suscitado. Cuando la tormenta que rodeaba a Santa amainó hubo una reunión de urgencia, y se acordó repartir los deseos de todos esos niños que estaban bloqueados por la guerra.

La noche anterior a Navidad en la zona bélica el oscuro cielo se iluminó con ráfagas de ametralladora. Pero cuando dieron las doce una fuerte luz apareció como si fuera un amanecer. Todos, amigos y enemigos, quedaron absortos al ver como un gran trineo surcaba desde el norte dejando caer paquetes de deseos hacia a las manos de los niños. Por el oriente y cabalgando sobre camellos detrás de una gran estrella aparecieron tres reyes dejando caer regalos.

Fue así como un simple cero consiguió ponerse del lado correcto, en el que suma, y durante una noche los hombres dejaron de matarse.

La pregunta es: ¿Hay esperanza?

— ¡Siempre!, y si no dímelo, me llamo Cero.

FELIZ NAVIDAD

Y MUY

PROSPERO AÑO 2012

07 diciembre 2011

Publicidad

Andrés, cincuenta y nueve años, casado y con dos hijos. Una tarde de regreso a su casa del trabajo recoge el contenido del buzón. Entre los seis sobres hay uno pertenece a una editorial que, mediante publicidad, intenta venderle libros.

La curiosidad, y el ser un lector de los que se les denomina como devoradores de textos, le hacen abrir ese sobre el primero. Entre el catálogo de libros a la venta que acompaña a la publicidad hay una carta escrita a mano, cosa que le parece excepcional puesto que es una rareza, del gerente.

En su recorrido dentro del ascensor su cara va cambiando de gesto y color a medida que lee el contenido. Cuando el elevador se detiene en el piso seleccionado, Andrés está indignado, malhumorado y a punto de explotar.

Tras atravesar la puerta de su hogar, saludar a su familia y encerrarse en su despacho, lugar de trabajo o como lo llama su señora: “Leonera”. Enciende el ordenador y se presta a enviar un email dirigido al gerente de la editorial que le ha enviado la publicidad.

Muy señor mío:

Acabo de recibir, de usted, una carta donde se me expone el catálogo de su editorial por si quisiera comprar algún libro. He de decirle que estoy muy interesado en alguno de los libros que me ofrece. Por otro lado, quisiera hacerle ver algo muy importante para su negocio y su formación personal.

Verá, el diccionario de la Real Academia Española, así como el de María Moliner y otros muchos que su editorial ofrece, exponen claramente que: «Haber» es un verbo, que «A ver» es ir a mirar o expresa esa intención, y que «Haver» NO EXISTE. Que «Hay» pertenece al verbo haber, que «Ahí» denota un lugar, que «Ay» es o forma parte de una exclamación y siempre va entre admiraciones, pero que «Ahy» NO EXISTE. Que «Haya» pertenece también al verbo haber, que «Allá» indica un lugar, y que «Haiga» NO EXISTE.

¡Ah! Para su información, y que sugiero que se lo escriba en su libreta de nuevas palabras del día: «Valla» es una cerca, «Vaya» pertenece al verbo ir y que «Baya» es un fruto.

Para terminar le sugiero que la próxima carta se le dicte a su secretaria, que seguro que a pesar de cobrar menos que usted tiene más cultura.

Atentamente

Un lector

27 noviembre 2011

El fin


El escritor no recuerda las palabras. Se muere, y no sabe cómo explicarlo, porque se le ha olvidado escribir. Delante de la página en blanco se desespera, enfurece y llora.

El escritor ha muerto. Las palabras van a su entierro, y sus letras caprichosas se ordenan formando su epitafio.

«Aquí yace el fin del hombre. Su obra deambula por el mundo»

05 noviembre 2011

Adiós amiga

El pasado 3 de noviembre, cuando la resaca de Halloween aún hacía mella en las cabezas de los ciudadanos del mundo, se cumplió el aniversario del primer ser vivo que salió al espacio para nunca regresar.

Vaya desde aquí mi recuerdo.


Adiós amiga


Una mujer acudía todas las noches con su telescopio a un montículo libre de las luces de la cuidad. Cuando alguien se atrevía a acercarse la oía susurrar: «Hola amiga».

Una noche vio a través de su objetivo una gran luz, y gritó: «Adiós amiga Laika».

01 noviembre 2011

Mi mejor amigo

Ha muerto mi mejor amigo. Estoy desolado. Mis ojos se secaron en el cementerio. A mis catorce años la mente ha pasado a recordar imágenes en un ciclo sin fin.

El dolor se ha transformado de agudo a sereno sin dejar de hacer daño.

Han pasado ya quince días y apenas me alimento. Cualquier cosa me recuerda su amistad truncada por aquel coche que, saltándose un semáforo, acabo con su vida.

Estoy hospitalizado con goteros. No quiero vivir, no sin mi amigo.

Una sensación de somnolencia me está invadiendo, y a lo lejos, sin mucha nitidez, me parece verlo. Oigo su voz llamándome, lleva en una mano la correa y una golosina en la otra. Sin quererlo muevo el rabo mientras corro hacia él.

«Ven chico», me dice al acercarme. «Ahora estaremos juntos para siempre»

22 octubre 2011

Soy Don Juan

Andrés no podía imaginar cuando blandía su espada de plástico frente al espejo, que aquella noche, la de difuntos, acabaría siendo la más excepcional de toda su vida.

Enfundado en su viejo traje de Tuno, que plegó y guardó con naftalina al acabar la carrera de Derecho, se imaginaba ser Don Juan Tenorio. Ese año acudiría a la fiesta de Halloween de tal guisa. Iba a dar el golpe esa noche. Seguro que nadie llevaría semejante vestimenta.

Con una boina negra por sombrero se dirigió a la puerta de la calle para ir a su destino. Al pasar por el espejo del recibidor vio que le faltaba algo. ¿Qué podría ser?, pensó mientras se repasaba de arriba abajo. Durante dos semanas se había afeitado dejándose un fino bigote y una espesa perilla, perfecto para el papel que representaba. La espada en el cinto, algo ladeada y así facilitar la rápida extracción. ¿Qué faltaba? Justo cuando se daba por vencido tropezó con un búcaro adornado unas fingidas plumas de ave saliendo de su interior. Miró su tocado y sonrió.

El fresco de la noche le obligó a cubrirse la cabeza con la boina adornada con una pluma roja, que ladeada y hacia atrás, le daba un aire de viejo español indiano.

Decidió acudir a la fiesta andando. «Total no está tan lejos», pensó, y con paso firme y decidido comenzó su andadura.

El alboroto de la calle en Halloween le obligó a pensar que atajando por calles adyacentes llegaría antes. En una de ellas la luz de las farolas se apagaron, de pronto quedó con la iluminación propia de la luna llena. Poca. Miró hacia atrás y pensó que ya había recorrido más de la mitad del camino. «Al final de esta calle parece que hay luz desde allí continuaré con más celeridad», se dijo dándose ánimos.

—¿Don Juan. Sois vos?

La pregunta le sobresaltó. No sabía con exactitud de dónde procedía. Quedó parado, escuchando, a la expectativa. No ocurrió nada, y decidió continuar.

—¡Por mi espada que si no contestáis os haré a probar una cuarta! ¿Sois Don Juan?

Volvió a parar, miró a un lado, y luego al otro y nada. La oscuridad y su miopía no le permitían distinguir el origen de esa voz, por lo que optó por sacar sus gafas del bolsillo y ponérselas. No podía creer lo que estaba viendo. Ante él una figura se tapaba con su capa y que junto con su sombrero de ala ancha adornado con una pluma larga caída hacia atrás, sólo se le podía distinguir los ojos. La aparición de aquel embozado atrajo la luz, o al menos la suficiente para que pudiera vérsele.

—¡Vive Dios, contestad de una vez que me impaciento!

—Me llamo Andrés.

El miedo se le notó en la voz.

—¡¡Mentís!! Juro por lo más valioso que si no decís la verdad…

—¡No! Soy abogado, y me dirijo a una fiesta que…

—¿Fiesta? Os lo dije. Os lo rogué incluso faltando a mi hombría, y vos, con la burla que se os antoja…

—¿De qué me habla?

—¡¡Pardiez!! ¿Os burláis?, de Doña Ana de Pantoja.

—¿De quién?

—No me toméis por bobo jamelgo. La hostería de Cristófano Buttarelli. ¿Recordáis?

—Si hubiera estado recordaría…

—A Don Luis Mejía.

El embozado apartó su capa descubriendo toda su figura al tiempo que su mano derecha se situaba en el mango de su espada. Andrés quedó pálido, tembloroso y levantando el brazo pidió calma mientras daba unos pasos hacia atrás.

—¿Rogáis, o es cobardía? Vos Don Juan, el que a las cabañas bajó y a los palacios subió…

—Se equivoca caballero, si lo que quiere es dinero pues…

—¡Me insultáis!

En un abrir y cerrar de ojos notó la punta de la espada de Don Luis en su garganta. No se atrevió a mover un solo músculo. «Este hombre está loco. ¡Dios mío ayúdame!»

—Decidme, ¿quién sois?

—Soy… Don Juan.

La luz de la mañana descubrió un cuerpo, bañado en sangre, en el callejón trasero de un viejo y destartalado teatro que, en su fachada, aún conservaba el cartel de la última representación: Don Juan Tenorio.

¡Cuidado! La noche de difuntos es halloween para todos.

11 octubre 2011

Mi mejor historia VIII y final

—¿Esperar, a qué?

—¿No te das cuenta de lo que está sucediendo?

—Pues claro que sí. Se me está ofreciendo la solución que deseaba en la barra de aquel bar cuando me preguntaste. ¡Oh, perdón!, fue cuando Muerte y tú, o al revés, comenzasteis a burlaros de mí, a jugar con mis sentimientos, a divertiros a mi costa.

Ángel Caído amplió su sonrisa cuando la miró, y con un leve movimiento de ceja, expresivo al cien por cien, le echó en cara su travesura. Luego observó con satisfacción como Ernesto cogía la pluma para firmar.

—No podrás —le dijo Vida.

Ángel Caído la recriminó con gesto serio.

—Se necesita una tinta especial. ¿No has leído la historia de Fausto?

—¿Cuál, la de Spies, la de Marlowe o la más conocida, la de Goethe? —dijo con ironía Ángel Caído—, personalmente prefiero la primera en publicarse. La de Spies. El aquelarre es totalmente real. ¡Ah, qué tiempos aquellos! Por cierto la pluma era de ave, de faisán para ser más concretos, y se utilizó tinta negra como esta.

Junto con la última frase extendió la mano apareciendo un tintero con una pluma con tonos azules verdosos, y cuya dimensión daba a entender, por lo dicho anteriormente que procedía de la cola de un faisán. Se la ofreció a Ernesto, quien la cogió desechando la recibida junto con el contrato.

Con reverencial parsimonia Ernesto mojó en el tintero la pluma de faisán. Una diminuta gota caía en la sábana, de color blanco virgen, la manchó de negro tizón. Ernesto hizo un gesto de desaprobación al ver lo sucedido.

Quedó hipnotizado, con la mirada fija en aquella mancha irregular que iba esparciéndose por el tejido de algodón. Vida aprovechó el momento para intentar que no firmara. Le habló de lo irreal de la proposición haciéndole ver que ni su mujer ni su hijo podrían olvidar. Quizá pudieran perdonar pero nunca olvidar.

—Cuando todo se haya solucionado, y sea como tú quieres. ¿Qué ocurrirá?

—Eso ya se verá —dijo Ángel caído en un intento de que Ernesto no la escuchara.

—Será el final. Yo tendré que abandonarte y vendrá Ella. Ya la oíste cuando se despidió.

Claramente la oyó, y aún retenían sus pupilas la sonrisa que le dirigió esa misma noche cuando se llevaba al ocupante de la cama 23. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, tan intenso que la mano le tembló, y la tinta retenida en aquella pluma de ave se esparció por el blanco tejido de algodón que le tapaba las piernas. Un reguero de puntos negros dejó constancia de la duda.

La máquina de Ernesto comenzó a realizar extraños sonidos. Adela se acercó al monitor que tenía en la sala de control de la U.V.I.

—¿Qué te ocurre? —Pensó en voz alta Adela.

Acercándose al cristal que la separaba de las camas se asustó al ver las convulsiones de Ernesto, pulsó un botón y echó a correr. Los movimientos de todo el cuerpo de Ernesto hacían que se separara uno o dos dedos de la cama. Adela lo cogió por los hombros y lo sujetó al colchón con toda la fuerza que pudo realizar. Su compañera llegada con rapidez intentaba atar las piernas a la cama con unas correas, pero los espasmos eran tan violentos que fue una tarea ardua y difícil.

El médico de turno apareció dando instrucciones. La química suministrada realizó su efecto y Ernesto se tranquilizó. El personal sanitario respiró hondo. Comenzaron a retirarse, al verificar que las constantes eran regulares y estaban dentro de la normalidad. Pero Adela no se movió de su lado, buscó una banqueta y se sentó. Su compañera, después de despedir al doctor, prometiendo llamarlo si volvía otra crisis, se acercó a Adela y le susurro: «Si te necesito te llamaré», a lo que Adela con una sonrisa contestó dándole las gracias.

Ángel Caído comenzaba a impacientarse ante la indecisión de Ernesto. Le acercó de nuevo el tintero para que empapara la pluma de ave de su oscuro líquido. Sin saber exactamente que hacía, Ernesto volvió a mojar la pluma.

Vida, con un leve gesto cogió la mano de Adela acercándola a la de Ernesto. Adela sonrió al notar el calor de su piel. Su enfermo favorito en la U.V.I. Se fijó en él cuando lo ingresaron procedente del quirófano. No sabía por qué, pero le atrajo desde el primer momento. Su aspecto desvalido, su clara necesidad de cariño le llamó la atención, y sin proponérselo le prestó más que a los demás. Su compañera se lo recriminó, pero conocía a Adela y las circunstancias por las que estaba pasando, y pronto la dejó hacer, es más, la ayudó.

Adela era una mujer a punto de jubilarse. Su vida había estado marcada por la desgracia. Su marido y sus dos hijos murieron en un accidente doméstico. Una explosión de gas acabó con la existencia de su familia, y con la de su vivienda, estando ella en el hospital una noche de guardia. Sin parientes y con la vida destrozada, alquiló un pequeño apartamento cerca del lugar de su trabajo. Taciturna y resignada veía día a día como la muerte se llevaba a alguno de sus pacientes, doliéndole el corazón cada vez más.

Un día le confesó a su compañera y amiga, que iba a pedir la jubilación anticipada para alejarse de tanto dolor. Su compañera estaba en contra. ¿Qué iba a hacer sola, recordar?, eso la mataría en dos días. Trabajo, distracción y ocupación de la mente, eso era lo que necesitaba, y si ayudaba a salvar más vidas de las que se perdían, mejor.

Adela dudaba, pero prometió que al final del turno decidiría lo que hacer. Cuando vio a Ernesto ya lo tenía claro. No hizo falta decírselo a su compañera.

El turno acabó y Adela seguía al lado de Ernesto. Sus manos entrelazadas, su mirada fija en él y un deseo enorme que despertará para decirle todo lo que sentía, la tenía allí sentada esperando.

Vida le hizo ver lo que estaba ocurriendo. Ángel Caído argumentaba todo lo contrario con la esperanza de que firmara. Ernesto miraba a Adela mientras escuchaba a uno y a otra.

—¿Por qué, Adela?

—No te escucha. Tú estás drogado desde la última crisis sufrida, ella sólo ve un cuerpo dormido. Firma.

—No, no lo hagas, piensa que tienes la oportunidad de empezar de nuevo otra etapa de tu vida con ella.

—¿Su vida? Ja, ja, ja. ¿Cuánto queda, dos, cuatro años como mucho? ¡Vívelos! Firma.

La aparición de Muerte hizo soltar la pluma a Ernesto. Un gesto de terror le desfiguró el rostro. Ángel Caído se enfadó y le recriminó su presencia. Vida se abalanzó sobre Ernesto dándole el mayor de los abrazos.

—Quedamos que no aparecerías hasta que firmara. ¡Vete!

Muerte miro con desagrado a Ángel Caído.

—¡Fuera! Estás incumpliendo lo pactado.

La mirada de Muerte se dirigió hacia arriba. Vida, sin soltar a Ernesto también miró. Un silencio sepulcral inundó la escena. Ángel Caído, enfurecido, lanzó un grito, y oculto tras un fugaz humo desapareció.

—Te me vuelves a escapar —le dijo Muerte —, pero no lo dudes, volveré.

Vida y Muerte se miraron fijamente.

—Gracias —susurró Vida.

—No era el momento —y sin acabar de darse la vuelta terminó—, hasta pronto.

Ernesto, protagonista de toda esta historia, se recuperó. A sus sesenta y nueve años se casó con Adela. Los dos organizaron su vida uno al lado de la otra olvidado el pasado. Cuando llegó el día en que Muerte visitó a Ernesto, cinco años después de su recuperación, lo hizo para llevarlo junto con la que fue su ángel. Adela.

Una noche sin luna, en una carretera resbaladiza por la tormenta caída, tras una velada de celebración por su aniversario, Ernesto observaba a Adela que dormitaba en el asiento del copiloto, cuando de pronto divisó una figura encapuchada en mitad de la calzada. Al intentar esquivarla se despeñó por un barranco. Muerte los cobijo bajo su manto llevándolos ante el tribunal que decidiría su destino eterno.

Aquí estoy yo, escribano del tribunal y designado para leer ante las puertas del destino la historia de Ernesto tal y como la contaron los testigos. Sólo en contadas ocasiones, especiales sin duda, se me ha indicado realizar tal misión, por ello, con la solemnidad que merece, fui acompañado por el presidente del tribunal, el abogado celestial y el acusador de ultratumba hasta las grandes puertas, golpearlas con las aldabas en forma de corazón y responder a las preguntas del portero, para una vez abiertas relatar con sumo cuidado mi mejor historia. La de Ernesto.

Adela fue su mentor. El amor desprendido por ella al referirse a Ernesto suavizó todos los ataques realizados por el acusador. El arrepentimiento demostrado y probado, su mejor baza.

Hoy, Adela y Ernesto continúan juntos para toda la eternidad, tal y como se juraron el día de su boda.

Ernesto intentó contar a su amiga y compañera todo lo que vivió, o creyó vivir, pero Adela no quiso saberlo, y sólo lo supo delante del tribunal. ¿Recriminable?

Ernesto había conocido a unos personajes que nadie quiere conocer, o, ¿quizás tú sí quisieras conocerlos?

¡Ah! Para aquellos que se lo estén preguntando, diré que en la lavandería del hospital se suscitó una gran controversia al no poder quitar las manchas negras de una sábana de la U.V.I. Se probaron todo tipo de productos sin resultado. Tras multitud de lavados a mano y a máquina, nunca se logró hacer desaparecer aquellas manchas que, al verlas a una distancia prudencial, formaban el dibujo de un ángel caído.

La administración del hospital decidió hacer desaparecer la ropa de cama en el incinerador principal del centro. Nadie de los allí presentes olvidaría jamás la carcajada espeluznante que surgió de entre las llamas de la prenda de algodón.


Queridos lectores, en mi afán por contar una historia que ha ido surgiendo semana a semana, he cometido, y estoy seguro de ello, multitud de errores al escribir. Pido pues, muy solemnemente, el perdón y la comprensión necesaria para que, al sazonarlos con una pizca de tolerancia, se complete el cóctel que mi conciencia necesita para respirar y descansar durante unos días.

Vuestro, y muy agradecido por leer.

08 octubre 2011

Mi mejor historia VII

Cuando Muerte desapareció Ernesto sintió que su corazón, galopante al descubrirla, volvía despacio a su ritmo regular. La máquina que llevaba adosada a su pecho había dado la voz de alarma, y aparecieron dos enfermeras dispuestas a luchar con su enemigo.

Adela, una de los ángeles de ese hospital, comprobó el tensiómetro encontrando que se había recuperado la tensión arterial, he hizo un gesto a su compañera. Ernesto había vivido todo como en un sueño, o ¿No?. El caso es que él estaba dormido cuando Adela le acarició los pocos cabellos blancos que le quedaban en su cabeza despejada.

—Vaya susto nos has dado. —Susurró.

La compañera de Adela señaló el localizador de la U.V.I. donde se indicaba un número de cama, miraron y una luz roja las sobresaltó. A gran velocidad se dirigieron al enfermo de la cama 23. Habían llegado tarde. Andrés se llamaba, un paro cardiaco se lo había llevado. Intentaron reanimarlo con masajes cardiacos, descargas y respiraciones boca a boca. Todo fue inútil. Andrés se había ido.

Con el jaleo que se organizó Ernesto, al igual que el resto de los pacientes, despertó, e intentó averiguar qué estaba pasando. Pero ya lo sabía, y cuando Adela pasó cerca de su cama se lo dijo.

Ella lo miró con esas miradas que obsequia un ángel desprendiendo cariño. Se acercó y acariciando su cabeza le conminó a que durmiera y olvidara lo ocurrido.

—Buenas noches —le dijo, al tiempo que le regalaba un beso en la frente.

La cama 23 desapareció de la U.V.I., y las luces se apagaron volviendo todo a su estado de normalidad, pero Ernesto no dormía. No podía hacerlo porque tenía una visita.

—Hola.

—¿Quién eres? —Susurró con un halo de temor.

—Tengo muchos nombres. El primero fue el de Ángel caído.

—¿Qué quieres?

Ángel Caído sonrió mientras volviéndose a una de las camas saludó con amistosa alegría a su ocupante. En la penumbra que daban las luces de los aparatos existentes, Ernesto pudo observar como varios de los allí reunidos saludaban al visitante. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

—He traído un contrato que cambiará tu vida a mejor, con él podrás conseguir conocer a tu nieto, que tu hijo te acepte como padre y volverás a abrazar a tu mujer. ¿Qué me dices?

Ernesto recorrió con la mirada las camas situadas en la U.V.I., y mientras unos pocos movían su cabeza en un gesto negativo, el resto, la mayoría de los allí reunidos le animaban. Estaba claro lo que aquel visitante le ofrecía, como también lo que representaba firmar el contrato, y algo dentro de él se negaba a aceptarlo, pero también se debatía en su corazón el deseo de verlo todo solucionado.

«Pero que estoy dudando, si firmo se habrán acabado todos mis problemas. Mi mujer volverá a serlo, mi hijo me querrá y abrazaré a mi nieto. Es todo lo qué he pedido desde el principio. Total ya soy mayor. ¿Qué me puede quedar de vida. Dos años? Pueden ser los dos mejores junto a los que quiero. Les pediré perdón por todo el mal que les he ocasionado, ellos me perdonaran, y volveremos a ser una familia. Mi nieto ¡Oh, Dios, como deseo tenerlo entre mis brazos!»

Ángel caído sonrió mientras observaba la cara de Ernesto cuando éste alargó los brazos para recoger el contrato que se le ofrecía. Pero una voz femenina detuvo la acción.

—¡Espera!


CONTINUARÁ...(en una semana o...)

30 septiembre 2011

Mi mejor historia VI

Una luz blanca lo iluminó, y se sintió un átomo, un Ión…, nada. Ernesto comprendió su papel en toda esta historia. «¿Es ese el sentido de la vida y el de la muerte?»

—No. El sentido de la vida es el que cada cual quiere darle. Ellas dos están para crearlo o quitarlo. Pero esto es algo que tú no tenías que haber visto.

Vida y Muerte sintieron toda la fuerza de una mirada sobre ellas, y con ella la pregunta.

—No hemos podido evitar tenerlo…

—Ya veo, ¿os tengo que vigilar constantemente?

El ruido de unos cascos se oyó cerca. Cuatro caballos, uno de ellos sin cabalgadura esperaba ser montado. Ernesto miró aterrorizado a sus jinetes. Muerte se acercó y con un susurro le dijo:

—Esta vez te me escapas, abraza bien fuerte a Vida. Es un consejo.

Acto seguido, y de un salto grácil, montó en su caballo. Los cuatro jinetes azuzaron sus animales y galoparon en silencio alejándose del lugar.

Cuando Ernesto miró a Vida la encontró con los brazos abiertos esperando que siguiera el consejo de Muerte. Pero algo en su interior de decía que no se fiara, ¿quién era, Vida o Muerte?, después de haber oído lo dicho ya no lo sabía.

En el quirófano habían terminado, el paciente estaba estable y lo preparaban para llevarle a la U.V.I., su post operatorio. Las veinticuatro horas más cruciales de su existencia. Allí, en aquella sala, rodeado de otros en sus mismas condiciones, pudo ver a Vida saludar amistosamente a los demás, y comprendió.

Esa misma noche se sobresaltó al ver a Muerte en la U.V.I. Ella, ocultaba bajo su manto a uno de los pacientes, pero antes de irse con él, se volvió hacia Ernesto y le sonrió.


CONTINUARÁ... (en una semana o...)

25 septiembre 2011

Mi mejor historia V

—¡Ja, ja, ja! ¿Queréis que entre en el juego?

Tanto Vida como Muerte lanzaron un “No” instintivo, sabían que una de las reglas era no jugar con un ser vivo. «Abuso de poder», oyeron la primera vez, «Cambio de poderes», la segunda. Esta sería la tercera, y tenía todas las trazas de de ser tres los jugadores.

—Conocéis el trabajo de vuestro oponente, y seguís jugando, ¿acaso queréis que sea yo el jugador? No os ha servido de nada poneros en la piel de la otra, sois caprichosas, maestras en la mentira y crueles. Condiciones del ser humano que lo llevan y lo llevarán siempre al abismo, donde acabaréis sin remedio si no cambias. Así que he decidido que no volveréis a ser lo que antes erais, sino lo que sois en la actualidad. Tú, Vida, te convertirás en las ganas de vivir, salvarás vidas en inculcarás la belleza que oculta el palpitar de un corazón. Serás eso, La Vida, desterrando cualquier recuerdo o vestigio que conserves de tu último trabajo. Y tú, Muerte, a partir de ahora serás todo lo contrario que fuiste, y te emplearás a fondo en tu nuevo cometido. Matarás sin compasión, cobijando bajo tu capa oscura a quién se te ordene. Desecha lejos todo aquello que tenga que ver con la piedad, lástima o remordimiento. Serás cruel y enseñaras a serlo. Cabalgarás junto a La Peste y La Guerra, siguiendo el camino que os abrirá El Hambre. Los cuatro lucharéis sin piedad contra Ella.

Con la última frase Vida, o Muerte, o lo que era y ya no es, se estremeció. Pero obediente se arrodilló con la cabeza gacha aceptando su nuevo trabajo. Lo mismo hizo su oponente.

Ernesto, en un rincón observó toda la escena sin dar crédito. Más que asombro sintió miedo al pensar en lo ocurrido. Se abrazó a la vida cuando en realidad era la muerte y viceversa. «¡Dios mío!», pensó.

—¡¿Qué?!

CONTINUARÁ... (en una semana, o...)

17 septiembre 2011

Mi mejor historia IV

En el quirófano el anestesista dio la voz de alarma. El corazón se había parado. Todo el equipo médico se puso manos a la obra para que no perder al paciente.

Vida y Muerte se ven las caras.

—Él me ha llamado.

—¿Y desde cuándo no soy yo quien te llama?

—Déjate de historias, él quiere morir.

—¡No! —El grito de Ernesto fue de pánico.

Vida y Muerte sonríen. Ernesto mira a una y a otra alternativamente sin dar crédito. Estaba claro, la vida y la muerte tenían ganas de divertirse, y lo escogieron a él. ¿Qué hacer?, nada, era el juguete con el que se pasa un buen rato y luego se abandona. Ese era su destino, acabar en un rincón muerto, y en el mismo estado.

Ernesto temblando se separó de Vida, momento que Muerte aprovechó para acercarse a él, pero Vida se interpuso entre los dos, sonriendo a Muerte.

Los médicos luchaban por intentar evitar las subidas y bajadas de tensión arterial que, como en una montaña rusa, sufría Ernesto en el quirófano. De pronto el cirujano jefe, en un acto que fue calificado de locura, lanzó un grito a la vez que le daba un fuerte golpe en el pecho con el puño cerrado.

Sin saber cómo Vida fue empujada a Ernesto abrazándole. Muerte, asombrada dio un paso atrás. Miraron hacia arriba al tiempo que oían una carcajada retumbando por todo el lugar.


CONTINUARÁ... (en una semana)

10 septiembre 2011

Mi mejor historia III

Ernesto bombardeaba con sus preguntas a la mujer, la cual repetía una y otra vez: «Hablemos».

—¡Esta bien! ¿Qué quieres saber?

La Vida sonrió.

—Todo. Por qué tu experiencia te hace hermanarte al whisky. Por qué deseas separarte de mí, por qué…

Ernesto lanzó el vaso con furia. Su estado era confuso, y cuando no comprendía lo que pasaba se enfadaba.

Quedose parado al ver en la ventana a una figura encapuchada, la señaló volviéndose hacia Vida. El gesto recibido lo explicó todo, Ernesto tenía que contentarla si quería seguir junto a ella.

—Está bien —susurró—, te contaré la mejor historia jamás contada. La mía.

Ernesto se acercó a la máquina de discos que había en un rincón, eligió uno e introdujo una moneda. Con un bolero de fondo comenzó su relato:

«Nunca he sabido cómo sobrevivir. Todo me lo han dado hecho, o al menos me han ayudado a realizarlo, haciendo la vista gorda con mis errores. Desde niño he tenido un carácter incontrolado, siendo incapaz de saber cómo comportarme en cada momento.

»Llegar a mi juventud sin haber sufrido, ni un solo minuto, hizo que no supiera ganarme la vida. Nunca he tenido amigos. Unas veces porque he sido intolerante y egoísta, y otras por todo lo contrario, y al acabarse aquello por lo que me habían dado su amistad, era abandonado.

»Aún así conocí a mi media naranja, aunque nunca estuve convencido de ello. Una maravillosa mujer a la que hice sufrir con mis mentiras o medias verdades. Esa santa me dio un heredero. Fue la felicidad de la casa y lo que nos unió en nuestro matrimonio.

»Nunca fui un buen padre. Mi carácter los hizo sufrir. Como en aquella ocasión en la que el perrito, que una navidad había regalado a mi hijo, comenzó a hacerse sus necesidades en casa debido a que su edad, ya avanzada, no le dejaba retener nada. Con un gran disgusto para mi hijo, cogí a su amigo y lo maté.

»Cuando mi hijo fue adulto se fue muy lejos llevándose a su madre con él. Solo, completamente solo me he quedado por mi mala cabeza y mi irresponsabilidad. Hace un mes que me he enterado que soy abuelo de un niño de cinco años. Lo sé porque mi mujer, la santa, me ha enviado una carta con una fotografía y me lo ha dicho. También me decía en aquel papel que no intentara buscarlos, porque mi hijo no quiere saber nada de mí. Le ha dicho a mi nieto que he muerto.

»Muerto. Quizás deberías separarte de mí, no soy una buena compañía, y dejarla pasar a ella, soy más digno de estar a su lado.»

—¿Tan desgraciado te sientes?

Ernesto miró a vida con asombro. ¿A qué jugaba esa mujer? ¿Acaso estaba allí para prepararle el camino a la de triste figura?, si es así que pase y acabemos con toda esta majadería. El pensamiento de Ernesto fue escuchado. La muerte hizo su aparición en escena portando en su mano la guadaña reluciente, y lista para segar su cabeza. Ernesto al verla cara a él se quedó pálido, y en un acto reflejo se acercó a Vida.

—Se me ha llamado. No puedes evitar mi presencia.


CONTINUARÁ... (en una semana)

03 septiembre 2011

Mi mejor historia II

—¿Pero… qué está ocurriendo?

—Nada, estás aquí conmigo.

Aquella bella mujer le cogió del brazo y lo encaminó de nuevo hacia el bar. Él no dejaba de mirarse allí tumbado, inmóvil y con un aspecto que no daba muchas esperanzas.

Las puertas del bar se abrieron solas, evento que llamó la atención de Ernesto, pero no era lo único que le iba a sorprender esa noche. Al entrar el espacio que conocía se había transformado. Era totalmente distinto, bueno solo la barra era la misma.

—Sentémonos —dijo ella señalando la parte de la barra donde estaban sentados anteriormente.

Sin comprender lo que estaba pasando, Ernesto accedió. El vaso de whisky seguía en su lugar, con dos cubitos de hielo como siempre lo pedía. Ella levantó el brazo y apareció una bebida humeante en vaso alto.

—No comprendo nada, ¿qué lugar es este, y quién eres?

A Ernesto se le notaba contrariado, pero a pesar de ello intentaba averiguar si había acudido alguna ambulancia para ayudarle. Levantaba su cuello intentando ver fuera del bar. Cuando por fin creyó ver algo del exterior una neblina tapó el cristal de la ventana.

—Aún sigues vivo —dijo la bella mujer—, y lo estarás mientras te mantengas a mi lado.

Con una sonrisa en sus labios, ella hizo una pausa, y mirándolo a los ojos dijo:

—Soy, La Vida.


CONTINUARÁ... (en una semana)

28 agosto 2011

Mi mejor historia (I)

La barra de aquel bar brillaba por la ausencia de clientes. El único que se mantenía fiel a ese pedazo de madera noble —porque eso sí, categoría tenía aquel garito—, en ese día laborable, era un hombre de edad avanzada, que lanzaba una mirada triste a su tercer vaso de Whisky.

En el reloj, digno de un lobo de mar, sonaron las dos de la madrugada. Una bella mujer entró. El barman, solícito, le sirvió el pedido. Ella, al ver que el ocupante de la barra no se había dignado en levantar la cabeza se le acercó.

—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó observando con atención.

Un gesto de indiferencia le dio la conformidad.

—Un hombre de su experiencia no debería estar solo, y menos aquí.

Ernesto apartó la vista de su vaso y la dirigió a la mujer que estaba a su lado.

—Esa experiencia es la que me tiene clavado junto a este vaso.

Ella sonrió con coquetería, levantó su copa e inició un brindis que no fue continuado por Ernesto, es más, retiró su vaso, sacó un billete de su cartera dejándolo en la barra del bar, y se despidió con educación.

Al salir a la calle un coche se abalanzó sobre Ernesto, el golpe lo desplazó unos diez metros. Quedó inmóvil.

Mientras el conductor del vehículo salía tambaleándose por el líquido etílico alojado en sus venas, Ernesto se contemplaba en el suelo, sangrando y con varias personas a su alrededor.

Allí, de pie, algo extrañado por lo que estaba ocurriendo, escuchó una voz femenina conocida.

—Lo siento, habría sido mejor que hubieras aceptado mi brindis.

CONTINUARÁ… En una semana.

13 agosto 2011

El pacto

Andaba el diablo buscando algo nuevo que le hiciera sentirse diferente. Recorrió lugares donde el dinero corría a raudales, pero los desechó por aburridos. Visitó luego ciudades hambrientas, con pobreza, y no vio nada interesante. Entonces, rendido ante su fracaso, decidió dar un paseo por los bajos fondos, que conocía como la palma de su mano.

Dándole una patada a una botella escuchó una melodía que le hizo quedarse quieto. Aquella música hablaba de depresión y tristeza, y le gustó.

Al acercarse y ver quién tocaba aquellos acordes encontró a un joven que con sus lloros cantaba las melodías. ¿Qué te ocurre?, preguntó Satanás, y al querer explicarse aquel joven, sonaron ruidosas y estridentes notas. Al diablo le chirriaron los oídos, y lo mandó callar.

—Ese es tu problema. ¿Verdad?

El muchacho contestó con un movimiento de cabeza. El señor de las tinieblas, leyó la mente del músico, y por ella pudo enterarse que tocando la guitarra, un día, acertó a dar, por casualidad, con un acorde tritono cuyo sonido no resultaba agradable. Como insistió, una y otra vez, buscándole una solución, el hechicero del lugar lo castigó, o más bien lo hechizó, a que por su boca sólo salieran notas estridentes. El diablo preguntó cuál era ese tritono, a lo que contestó: do, mi, sol. Quedó pensativo.

—¿Y si añades un si bemol?

El músico lo hizo. El sonido resultante fue algo siniestro, pero al diablo le encantó. El rey de la oscuridad creyó haber dado con lo que buscaba, y propuso un pacto. El joven deseoso de terminar con aquella maldición aceptó.

Tras un aquelarre, imprescindible como ceremonia, el joven músico pudo expresarse con palabras y no con notas. Tan contento estaba que no dudó en hacerse un corte para firmar con su sangre el contrato. Pero antes de hacerlo Satanás le preguntó su nombre.

—Blues. —contestó.

—De acuerdo Blues, firma aquí y con ese tritono podrás realizar música maravillosa sin temor a nadie, ni a nada.

Los acordes del muchacho inundaron el bosque, los pueblos y las grandes ciudades. Muchos quisieron que les enseñara la melodía. Los músicos realizaron variaciones, crearon otros tritonos y lloraron con ellos. Cuando la música de Blues fue conocida en todo el planeta, Satanás lo llamó para que cumpliera su contrato, y él, con acordes de tristeza y depresión descendió a los infiernos. Al caer hacia el abismo pudo decir sonriendo: El Blues no teme al diablo.

En una calle peatonal un hombre enjuto y mal oliente, toca en su guitarra intervalos musicales prohibidos. Tritonos que producían que la multitud se agolpase a su alrededor blandiendo los brazos, y marcando el ritmo con sus palmas.

Cuando acabó le llenaron su gorra de monedas. Una joven, le preguntó qué clase de música era la que había tocado, y él contestó: blues.

—Suena distinta, algo siniestra, pero agradable.

—No en balde fue consecuencia de un pacto.

—¿Entre músicos?

—Algo así.

El hombre la miró a los ojos y sonrió, ella también, y en las tinieblas una mano femenina firmaba un pacto.

01 julio 2011

Soledad

Hoy, como todas las mañanas, se abrió la trampilla por la que me hacen llegar la comida. La única comida que me permiten hacer al día. Al coger el plato de lentejas coronadas por un trozo de pan duro, observé que el pequeño agujero no se cerraba, y asomó un lápiz acompañando una libreta.

En el año que llevo encerrado en un mundo de cinco metros cuadrados, nadie me había dirigido la palabra, y mucho menos al darme la comida diaria. Cogí aquel regalo y una voz susurró una palabra, sólo una, pero que me pareció todo un discurso. Una voz humana aparte de la mía sonaba entre aquellas cuatro paredes. La voz más extraña y a la vez más agradable del mundo. De mi mundo.

—Escóndelo.

Dulce susurro, y dulce regalo. Mi mano temblorosa se aferró al material de escritura. Extrañado, asombrado y perplejo titubeé, balbuceé y pregunté.

—¿Por qué?

—No preguntes —continuó el susurro—, y escóndelo.

La trampilla se cerró. Con prisas dejé el plato en la mesa y abrí la libreta. En su primera página había algo escrito: «Imagino que después de tanto tiempo necesitarás hablar con alguien. Habla con esta libreta.» Algo se abrió en mi interior, aquella trampilla sucia y chirriante me había traído una luz.

Aquel día transcurrió a más velocidad que los demás. Mi imaginación comenzó a ejercitarse, primero buscando un sitio donde esconder el regalo. Luego imaginando. Imaginando.

A penas comí. Mis nervios, alterados, se habían adueñado de mi cerebro y no lo hacían trabajar con ecuanimidad, olvidando las primeras necesidades.

En mi mundo existía una cama, una mesa y su correspondiente silla, un lavabo y un retrete. Del cielo, raso y negruzco, colgaba una bombilla que iluminaba mi universo vacío. Aquel día se iluminó, incluso cuando mi sol particular y colgante se apagó.

Tumbado panza arriba, pude ver de nuevo el maravilloso arco iris, nubes de algodón atravesadas por los rayos del astro rey que jugaba al escondite. Aves que revoloteando inundaban mi espacio con sus afinados y rítmicos cantos. Más abajo verde. Extensiones inundadas por hierba fresca que alcanzaba a oler. Al fondo se podían ver las montañas coronadas por un color blanco que relucían al contacto con el sol.

Una voz dulce y femenina acariciaba mis oídos con agradables ritmos de zorcicos. Mis manos con auténtica maestría marcaban el compás de cinco por ocho acompañando al cántico. Mis ojos, desbordados y húmedos, apenas podían distinguir el bello rostro de mi amada que se acercaba más y más a mí.

Todo desapareció repentinamente cuando aquella maldita bombilla, colgada en el centro de mi celda, se iluminó con más fuerza que nunca devolviéndome a la cruda realidad. Cuatro paredes que se abalanzaban sobre mí como una bestia infernal intentando devorarme.

El chasquido de la trampilla al abrirse me hizo temblar, instintivamente mis ojos marcaron el lugar donde, bien guardado, estaba mi tesoro. Silencio. Intranquilidad. De pronto comprendí lo que ocurría, estaban esperando que entregara el plato vacío para devolvérmelo lleno con otra ración de lentejas coronadas por un trozo de pan duro. Rápidamente vacié el contenido en el retrete, y tuve de nuevo en mis manos la comida del día.

Con el cerrado de la única ventana que me mantenía en contacto con el exterior volví a mi soledad. Me alimenté con desgana al tiempo que me reconcomían las ganas de libertad, de una libertad raptada, que en el fondo de un pozo había llegado a ser inalcanzable desde aquel día que, a la salida del trabajo unos encapuchados me forzaron a entrar en un coche para no ver la luz del día nunca más.

Los días pasaron, aquella voz de susurro y la mano que la acompañaba, no volvieron a aparecer. Algo me atenazó el corazón ¿Me estarán observando? Mi mirada recorrió el espacio de mi mundo. Durante días busqué, rebusqué sin hallar nada, y me desesperé.

Colgando por el cuello con el cable que sostiene la única lámpara de la celda, miro el lugar donde, escondido, reposa mi tesoro, mientras se me va la vida pensando que podría haber hecho con aquel lápiz y aquella libreta.

25 junio 2011

Amor efímero


Los dos se encontraron en la barra del bar. Él la mira con descaro, ella baja los ojos y sonríe.

El camarero sirve una bebida refrescante para ella, y una cargada de alcohol para él.

La conversación es fluida, cambiando a personal y terminando en obscena.

Suena un Tango. Entre sus compases recuerda él su antigua vida, mísera y triste. Ella le pregunta, se interesa. Él, al principio se reprime, desbordándose después de unas caricias.

Miseria y dolor brotan de los labios de él, luego alegría por haber sabido salir, y vivir. Pero tuvo que pagar un duro precio al separarse de los que más quería.

Ella consuela, él se deja. Los dos se retiran.

Suena otro Tango. Ella lo despide con un beso, él con la cartera vacía.

12 junio 2011

23 abril 2011

Libros de luz o de papel

Hoy es el día del libro, y muchos lectores se lanzan en busca del libro que deseaban leer, o el que deseaban regalar. Hoy en todas las ferias del libro existe un pequeño rincón donde se dan a conocer un tipo de libro nuevo.

A esos nuevos libros va dedicado este artículo de opinión


Libros de luz o de papel



La venta de libros Digitales ha desatado discusiones y enfrentamientos en el mundo de la literatura.

Veamos primero qué es un libro digital y su lector. El libro digital o e-book es un libro digitalizado; dicho así parece que no aportamos nada, pero si descubriéramos que ese libro se puede leer en cualquier medio menos en un soporte de papel, podríamos caminar hacia algo interesante. ¿Y si ese texto se pudiera leer en un aparato destinado solo para ese fin? Entonces estaríamos hablando del lector de libros digitales, también llamado e-reader.

Algunos se preguntarán: ¿El e-book se puede leer en un ordenador? ¡Claro que sí!, en un ordenador, Tablet, Mp4 e incluso en un móvil. A diferencia de estos, los e-reader se crearon específicamente para la lectura: usan la llamada tinta electrónica o e-ink y no necesitan retroiluminación.

La tinta electrónica no es realmente una tinta; es una pantalla tan fina y flexible que se puede doblar sin romperse. Esta pantalla está formada por microtransistores que, al aplicárseles una carga eléctrica, varían su tonalidad formando diversas imágenes: letras, rayas, etcétera. Con este tipo de pantalla se crearon los e-readers; los Tablets que actualmente están en el mercado llevan este tipo de tinta para leer texto.

¿Y qué es la retroiluminación? Podríamos definirla como la luz que procede del interior. Las pantallas de televisores, ordenadores, teléfonos móviles, MP4 y Tablets pueden verse en la oscuridad gracias a esta luz. Ello se convierte en una desventaja cuando se trata de leer un texto extenso o durante un periodo de tiempo largo, puesto que el ojo humano recibe radiación lumínica y se cansa o agota. El e-reader no cuenta con esta luz interior, por lo que, al igual que el papel, necesita de una luz externa para visualizar las imágenes en su pantalla. Y esto sí que marca diferencia con los ordenadores y los Tablets. Aquel que ha leído un libro en un Tablet, y lo ha hecho también en un lector de libros digitales, sabe perfectamente de lo qué hablo.

Pero hay una clase de textos que en los Tablets se pueden leer mejor que en un lector o e-reader: son las revistas, los periódicos y los cómics. Y no porque no se pueda verse en los lectores, que se puede, sino porque los Tablets son en color y cuentan con unas pantallas diseñadas como las de un ordenador, mientras que los lectores son en blanco y negro y con pantallas ideadas para leer libros, con ilustraciones, pero libros. Por lo tanto si lo que se quiere es leer revistas como Prosofagia o cualquier otra, y apreciarla tal como fue concebida, está claro que el Tablet es ideal.

Pero los e-readers no tardarán, esa es mi impresión, en igualar esa cualidad del Tablet, porque la tecnología avanza a una velocidad vertiginosa. Hasta ahora se les ha ido dotando de variadas formas y tamaños, y con prestaciones para que leer en ellos se parezca lo más posible a hacerlo en papel. Por ello algunos permiten subrayar y tachar el texto, marcar páginas y realizar anotaciones y dibujos a mano alzada, todo mediante un lápiz especial llamado “Lápiz de resonancia electromagnética”, que no hace otra cosa que variar la polaridad de los microtransistores para generar imágenes. A estos e-readers se les denomina táctiles.

Pues bien, estos e-books y e-readers tienen sus defensores y sus detractores.

Los defensores —la mayoría de la industria electrónica— esgrimen argumentos como la protección del medio ambiente, transporte de gran número de textos en un reducido tamaño, y que no pesa. Pero lo que no dicen es que se necesita de una batería eléctrica para su funcionamiento. Que se avería, que se rompe si cae al suelo, que el excesivo calor o frío puede perjudicarla, y que no sirven como decoración, ni para calzar una mesa.

Sin embargo existen muchos más detractores, como la escritora Almudena Grandes, que en su artículo en El País Semanal fechado el 25 de abril del 2010, con el título: “El oficio de escribir”, defiende el libro tradicional a capa y espada: “…Un libro que se puede llevar en el bolso, doblar, subrayar, marcar, prestar y releer infinitas veces. // Un libro no es sólo el fruto del trabajo de su autor. Más allá del texto, trabajan un editor, un diseñador, un corrector de pruebas, un impresor, un distribuidor, un agente, un equipo de promoción, otro de marketing, las secciones de los medios de comunicación, y al final, un librero. Si desaparecen los libros, y permanecen sólo los archivos de texto que los originan, desaparecerán todos estos sectores.”. En general la tónica de los detractores ante el e-book es la misma: pérdida, desprestigio y miedo.

Tanto los opositores como los que abogan por la lectura digital descuidan un factor importante: el lector. El usuario que compra libros, y que disfruta leyéndolos. El que con su dinero ayuda a que el sector no muera.

Pero el vulgarmente denominado hombre de la calle, ¿qué opina? La pregunta me inquietó hasta el punto de lanzarme allí, a la calle, y preguntar a conocidos y desconocidos. Un total de cincuenta personas que tuvieron la amabilidad de contestar a mis preguntas. Al no ser un encuestador profesional, el resultado puede considerarse no fiable, pero sin duda es significativo. Lectores ocasionales, y devoradores de libros. Con lecturas variadas, y edades entre 20 y 60. ¿El resultado? Sorprendente. Distinguí dos grupos: los que no conocen el e-book y los que sí lo conocen. En el segundo grupo, la mayoría no estaba ni a favor ni en contra de los libros digitales. Una minoría se declaraba en contra.

Los que estaban en contra, evidentemente, ni llevaban intención de comprar un e-book ni de adquirir un e-reader, pero admitían leer o haber leído a través de internet periódicos y primeros capítulos de novelas que, gratuitamente, las editoriales exponen en la web.

Sin embargo, los de ni fú ni fá estaban divididos —más o menos a partes iguales— en la intención de adquirir algún e-reader. Unos no se lo habían planteado, y otros esperaban que los precios bajaran. Algunos incluso ya contaban en su poder con alguno, bajándose libros gratuitos (pirateados) de internet, porque los libros digitales llevan una protección, la llamada DRM (Digital Rights Management), que impede ciertas posibilidades que ofrece el libro tradicional. Hacían hincapié, eso sí, en que también compraban libros en formato papel. Pero todos, los dos grupos iniciales, estaban de acuerdo en una cosa: la convivencia de lo tradicional y lo digital sería beneficiosa para el lector.

Entre los entrevistados se encontraban maestros de escuela, que manifestaron una idea interesante: «Llegará el día que los alumnos llevaran un e-reader con todos los libros, usándolo incluso como libreta». Esta observación hizo que me fijara en las pesadas mochilas que llevan los estudiantes de primaria y segundaria, a la espalda.

Ante todo esto surge una pregunta: ¿realmente el libro digital es una amenaza? Entre los profesionales del sector: autores, editores y libreros —sin menoscabar a todos los profesionales que existen entre el autor y el librero— división de opiniones. A nadie se le escapa que prestigiosas editoriales venden libros digitales, y que algunos autores, a través de sus blogs, obsequian gratuitamente sus obras en este soporte. Pero todos manifiestan un miedo. El miedo a la piratería. ¿Será esa la razón de ser del DRM? Mientras que un libro en formato papel se puede prestar, regalar, donar, fotocopiar o escanear, intercambiar e incluso revender, al libro digital se le rescinden estas y muchas más opciones al interponerse el DRM.

Cierto es que por la red circulan libros gratuitos, que han sido pirateados, o no, pero la mayoría se han hecho desde un libro de formato papel, y una minoría desde el proceso editorial, y sin llevarnos a engaño, los e-books sin ningún tipo de protección favorecerían esta piratería ¿Es ese el miedo? ¿O las pérdidas de dinero o puestos de trabajo, como defienden algunos? ¿O las tres cosas?

Desde hace más de veinte años se utilizan medios digitales. El tipógrafo dejó de mancharse los dedos con tinta. Los autores, editores, diseñadores, correctores, impresores, distribuidores, agentes, equipos de promoción y marketing, periodistas y libreros realizan su trabajo con tecnología digital. Desde los procesadores de texto, programas de dibujo, correo electrónico, fotografía digital, hasta incluso las cajas registradoras. Los periódicos utilizan técnicas digitales para su composición, impresión, maquetación y distribución. Infinidad de actos cotidianos tienen en su proceso la presencia de tecnología digital.

Mi opinión más sincera es que la técnica digital y la tradicional pueden convivir, como lo han hecho la radio y la televisión, el video y el cine, la música en directo y la enlatada, y hacerlo bajo unas normas para todos, porque igual que se puede piratear un libro con soporte digital, se puede hacer con uno de papel. Igual que se subraya, anota, marca y estropea un texto en un libro de papel, se hace en uno digital. En el afán por ganar más dinero, y controlar el sector editorial, está, pese a algunos, el problema. Y cuyo daño colateral es el fin de todo escrito: el lector.

Muchos —y soy consciente de ello— podrán no estar de acuerdo con lo que se ha dicho aquí, incluso hasta exponiendo argumentos irrefutables, pero los darán a conocer de la única manera que, hoy por hoy, se puede hacer. Utilizando un medio con tecnología digital.

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Página —digital— donde se puede leer el artículo citado de Almudena Grandes

http://www.elpais.com/articulo/portada/oficio/escribir/elpepusoceps/20100425elpepspor_22/Tes