22 noviembre 2020

El hipnotizador

—Se dice que para dejar de fumar primero hay que desearlo, pero no un deseo banal, de capricho, no. Hay que proponérselo de verdad, con ganas. Claro que esto lo dicen aquellos que nunca han sido fumadores, y no han sentido el poder de la nicotina nublando la voluntad, los sentidos…

El ponente, un mentalista conocido como el Gran García, captó con esta breve introducción la atención del personal que abarrotaba la sala del Teatro Altear, donde mostraría que con la hipnosis se podía curar la adicción a las drogas. Tras dos horas exponiendo razones, estudios y toda clase de experimentos realizados por las más prestigiosas universidades, se dispuso a poner en práctica su teoría con una demostración que daría mucho que hablar.

—¿Cuántos de ustedes quieren dejar de fumar?

Entre los pocos que alzaron las manos, García escogió a tres y los hizo subir al escenario a la vez que pedía un aplauso.

Sus ayudantes colocaron a dos de los voluntarios en los extremos y al tercero en el centro. Mientras tanto, él se dirigió al público.

—Para que este experimento sea creíble y no se piense que es una farsa, uno de ellos no abandonará su adicción al tabaco, mientras que los otros dos vomitarán cada vez que enciendan un cigarrillo. ¿Alguien conoce a alguno de estos caballeros?

Un hombre se levantó de su asiento.

—Yo conozco a dos —dijo entre risas entrecortadas.

—Señáleme uno.

Con una mueca señaló al situado al extremo derecho del escenario.

—¿Es muy fumador?

—¡Ya lo creo, se lo fuma todo! —y soltó una gran carcajada que imitaron sus acompañantes.

—Muy bien, a partir de hoy no lo volverá a hacer.

Pidió silencio en la sala. Se bajaron las luces, quedando solo la intensa iluminación de unos focos sobre los voluntarios. García, con la parsimonia que requería la ocasión, fue uno a uno hablándoles en voz baja y relajada, mirándoles a los ojos con fijeza y sin blandir ningún objeto frente a ellos.

Al cabo de pocos minutos, los tres hombres sudaban visiblemente; ante tal situación, el Gran García pidió agua para ellos, y que bebieron con avidez. Cuando el experimento acabó no parecía que hubiera pasado algo. Los voluntarios estaban de pie sin muestras de sumisión. 

García los hizo bajar y ocupar sus asientos, al tiempo que se dirigía al público, invitándolos a que averiguaran quién de los tres seguiría fumando.

Un gran murmullo inundó la sala; se pedía con exigencia saber si había sido exitoso el experimento. Los responsables de la sala, en previsión, difundieron por megafonía que dentro del teatro no estaba permitido fumar. Los gritos de “Fraude” y “Embaucador” fueron los que más se oyeron mientras las luces del escenario se apagaban y se obligaba salir a la gente, dando así por  concluido el espectáculo sin más explicaciones.

En la calle, los tres voluntarios fueron rodeados por el público que salía del teatro. A uno de ellos se le ofreció un cigarrillo; lo cogió y se lo llevó a la boca. Risas y burlas se exteriorizaron, pero cuando al encender el cigarrillo el humo inundó sus pulmones, un gran vómito manchó el pecho de los que lo rodeaban.

Lo mismo ocurrió con otro de los voluntarios, mientras que al tercero se le vio disfrutar del tabaco. Entre la gente comenzó una pequeña discusión. Unos pasaron a ser creyentes, mientras que otros se mantenían en su escéptica opinión de que se había llegado a un acuerdo con ellos.

El atestado de la policía narraba los hechos tal y como los testigos lo relataron. El juez dio orden de arresto contra el Gran García y pocas horas después lo tuvo ante su presencia.

—Dígame, ¿qué les hizo?

—Nada —contestó—, en tan breve tiempo no pude hipnotizarlos, además uno de ellos me dijo que no creía en esas cosas y si alguien no está dispuesto no se le puede hipnotizar.

—¿Me está diciendo que la hipnosis es un cuento?

—No. Le digo que la hipnosis requiere tiempo y, sobre todo, estar preparado para ello. Por ejemplo, ¿no cree que si fuera tan fácil, no lo emplearía con usted para librarme de este interrogatorio?

—Entonces, ¿cómo explica los hechos?

—No es difícil. Dos de ellos se habían pasado con el alcohol antes de la conferencia, el olor que emanaban los delataba, y el calor de los focos aumentó el mareo. Cuando salieron a la calle, el cigarrillo ofrecido fue el detonante. Sume usted embriaguez, mareo y añada un golpe de tos…

—¿Y qué me dice del tercero?

—El tercero era un delincuente, un hombre de baja estofa al que pagué para que se presentara voluntario. Siempre lo hago, por si falla el público.

—¡Ya! ¿Y cómo explica que fuera el punto de mira, el objetivo?

—No tengo explicación para eso.

—Así que suben al escenario tres voluntarios, dos ebrios y otro pagado por usted. A sabiendas de que no podía hipnotizarlos, hace… el paripé, y desaparece haciendo creer a todos que los había metido en trance, y ya está.

—Correcto. Sí, señor.

—Luego salen a la calle y dos de ellos después de encender un cigarrillo y vomitar se lanzan sobre el tercero y, en el furor de la riña, acaban en medio de la calzada siendo atropellados por un vehículo que no pudo esquivarlos, teniendo como resultado dos muertos y uno muy grave. ¿Y usted me dice que todo eso ocurrió así, sin más, por enajenación transitoria de personas que no se conocían de nada?

—Si usted lo dice…

El juez dio por concluido el interrogatorio. Al no encontrar nada que pudiera señalarlo como causante de los hechos, le permitió que se marchara, no sin antes aconsejarle que estuviera a disposición del juzgado por si necesitaba volver a interrogarlo.

El Gran García fue directo al hotel donde estaba alojado. Al llegar a su habitación llamó por teléfono. Al otro lado contestó una mujer.

—Hecho —dijo.

—Gracias.

El conductor del vehículo, ejecutor de la muerte de dos de los voluntarios, titubeaba ante las preguntas del instructor del juzgado. Sus declaraciones se contradecían a medida que avanzaba el interrogatorio. El juez concluyó que el conductor era parte activa de un asesinato, por lo que ordenó que se le detuviera, al menos, durante setenta y dos horas.

Posteriormente el juez se desplazó al hospital donde se encontraba el único superviviente de los tres voluntarios. El médico de guardia permitió que fuera interrogado.

El hombre herido relató que el ponente le ofreció bastante dinero para que fingiera ser un voluntario en un experimento de hipnosis.

—Me dijo que no me hipnotizaría y que solo tendría que fingir.

—¿Qué pasó en la calle?

—No lo sé, se lo juro. De pronto se abalanzaron sobre mí y comenzaron a golpearme. Estaban locos, fuera de sí.

—¿Y en el escenario, qué le dijo mientras simulaba hipnotizarlo?

La respuesta del herido fue el desencadenante de una operación que llevó a la detención de García. Se le acusó, junto al conductor del vehículo, del asesinato de dos personas y del intento de una tercera. El juez instructor redactó un informe en el que se detallaba cómo se preparó la venganza contra los tres hombres causantes de que una mujer fuera violada, robada y abandonada a su suerte.


En el juicio quedó demostrado que el acusado García buscó, encontró y pagó a los tres voluntarios para que subieran al escenario, y que una vez allí hipnotizó y drogó a dos de ellos, no solo para quitarles el vicio de fumar sino para que, cuando vieran fumar al tercero, pensaran que se encontraban en el callejón oscuro y solitario donde se perpetró la violación, debiendo entonces eliminarlo, pues tenía intención de denunciarlos por ese delito. Y que el verdugo, un sicario pagado por el acusado, debía esperar con su furgoneta el momento más adecuado, siguiéndolos si fuera preciso, para atropellarlos y matarlos simulando un accidente. Acto que realizó, al ver que en el furor de la pelea se lanzaron en mitad de la calzada.

Los declararon culpables. La sentencia fue firme. Fueron condenados al máximo de pena que la ley indicaba para ese delito. Pero algo sorprendente ocurrió antes de que el juez rubricara, con su golpe de mazo, la sentencia. Al grito de “justicia”, dado por uno de los acusados, el policía que los custodiaba sacó su arma y allí, delante de testigos, descerrajó dos tiros al tercer voluntario.

Una mujer se abrió paso a través del tumulto organizado en la sala de lo penal número once, llegando hasta el hipnotizador y atrayéndolo hacia sí con un leve agarrón del brazo, le susurró al oído: “Ahora sí que ha cumplido el trato”.


©Texto de Jesús García Lorenzo

17 noviembre 2020

La corrida

Arrodillado. Con la edad que el Tango describe como nada. Musita una conversación privada  con su Virgen. “Señora, le dice, que se haga como tú desees, pero si fuera el final, que sea rápido”. Luego respira hondo y se santigua.

“Maestro”. La voz de su Vestidor le indica el momento. Lento, muy lento es el ritual de vestirse de luces. En el aire, sujeto por las ásperas manos de su paisano, se encaja la taleguilla; ajustada, como su segunda piel. Luego bien anudado el corbatín, rojo, para que resalte sobre la camisa blanca.

Calzados los zapatos planos solo queda la chaquetilla. Con movimientos estudiados es ajustada al cuerpo. Un subalterno le entrega la montera y el capote, bien plegado.

Durante el proceso el silencio ha sido ensordecedor. Un último vistazo y ¡Suerte, Maestro!.

Desde la calle se oyen los “Olés” que grita el respetable. Suena un pasodoble torero y la música se confunde con los aplausos.

La tarde de toros ha terminado. Atrás quedan la valentía, el miedo, la responsabilidad, la sangre empapada por la arena. El mejor es sacado a hombros. 

En los toriles, silenciosa, una vaca llora mientras es encajonada al igual que sus hermanos los mansos.


©Texto de Jesús García Lorenzo

11 noviembre 2020

Carta a los Reyes Magos


Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, hace mucho tiempo que no me dirijo a vosotros, pero hoy mi nieto me ha incitado ha hacerlo. No, no me ha dicho que lo haga, pero una carta escrita por él y dirigida a Papá Noel me ha recordado que no os escribo desde hace mucho.

Yo siempre os he sido fiel, y aunque las circunstancias de calendario me inclinaron hacia Noel cuando mis hijas tuvieron edad para ir al colegio, siempre he amanecido con ilusión el seis de enero.

Mi nieto, por circunstancias de la vida, vive en un pais donde vosotros estáis olvidados, o mejor dicho Noel es el más conocido, y al que todos le envían sus cartas, y una de ellas ha sido la de mi nieto.

Me ha impactado tanto que la quiero hacer mía.


Queridos Reyes Magos:

Este año ha sido muy difícil para todo el mundo. Me encuentro sólo sin poder ver, jugar, y abrazar a mis amigos. Lo que os pido es muy sencillo, quiero que todo vuelva a ser como antes, y sobre todo que el Covid 19 se vaya y no vuelva.

No quiero que Covid 19 mate a más gente, y que todos se curen.

Sé que vosotros podéis lograrlo y lo haréis.

Siempre vuestro.

El abuelo.


Un hombre joven arrodillado sobre una tumba, deposita en ella la carta a los Reyes Magos.

—Abuelo, lo cumplieron.


©Texto de Jesús García Lorenzo

06 noviembre 2020

La nueva tecnología


        Cómodamente sentado en mi sillón favorito admiraba mi nueva adquisición. Desde el momento que me puse frente a ella quedaron olvidados todos los esfuerzos y privaciones para poder conseguir aquella maravilla. Ciento noventa pulgadas de pantalla plana, muy alta definición, 3D envolvente, realidad virtual y sonido surround.

Temblándome las manos encendí aquel presente de ciencia ficción. Al instante apareció un documental que me transportó a una selva maravillosa. El sonido reproducía los bellos silbidos de las diferentes aves que poblaban aquel lugar, plagado de toda la gama de colores existentes en el arco iris. Las tres dimensiones me situaban en el centro de aquella naturaleza exuberante.

En la esquina superior derecha de la pantalla apareció un mensaje: “Pulse la tecla OLF para percibir olores”, la busqué con ansia en el mando. Al pulsarla multitud de aromas inundaron todo el espacio de un salón donde ya no existía el sofá de tres cuerpos, ni la mesita baja, ni siquiera la librería que tantos buenos momentos me hizo pasar con sus historias.

Una voz; la del narrador, me describía con detalle todo lo que me rodeaba. Pude ver a la marmota tomando el sol, a esa mariquita de color rojo salpicada de motas negras volar de una rama a otra, o aquella extraña oruga que se deslizaba por una hoja verde y fresca. Aves llenas de colorido lanzar al viento sus bellos cánticos, mientras que otras revoloteaban a mi alrededor.

De pronto todo quedó en silencio. Las aves alzaron el vuelo alejándose de la escena, la mariquita cerró sus alas con la intención de pasar desapercibida, la oruga se hizo una bola y la marmota se ocultó con rapidez. ¿Qué ocurre?

El narrador gritó: ¡Cuidado!

Al girar la cabeza observé, con pavura, como algo enorme y rayado se abalanzaba sobre mí. Al tiempo que aparecían los créditos finales del documental, se oía al narrador decir: “Y aquí termina un nuevo y apasionante episodio de cómo alimentar a las fieras en tiempo de crisis”.

©texto de Jesús García Lorenzo