26 junio 2020

Página en blanco


Odiosa pureza martirizando mi mente
la estruja hasta el sufrimiento,
y la inunda doliente.

Virginidad impaciente,
que se rompe para siempre 
con pluma infame y coherente.

Un grito de dolor,
una lágrima azul
mancha su candor.

Naciendo de esa violación,
un relato, un poema
escrito con el corazón.

©foto y texto de Jesús García Lorenzo

21 junio 2020

La música


Multitudes deambulando silenciosas por las ciudades del mundo.
Él se atrevió. Era un día de verano y caía un sol de justicia. Mediodía. Una canción. Su voz inundó el espacio. Todo se paralizó creando un gran círculo a su alrededor.
Las luces de las sirenas de la policía se abrieron paso.
Fueron necesarios varios disparos para silenciar la música que emanaba de su garganta.
Los informativos daban la noticia “Un terrorista puso en jaque el bienestar social haciendo sonar melodías prohibidas”, y terminaban con un “Viva el silencio”.

© Texto de Jesús García Lorenzo

15 junio 2020

Mi musa


Todas la musas tienen nombre. En la mitología griega las musas de las artes han sido inolvidables: Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpomene, Polonia, Talía…
Me gusta pensar que cada uno de nosotros tenemos asignada nuestra musa particular.
Algunos han llegado a ponerle nombre, para personalizarla. La mía no lo tiene, en su lugar siempre la he llamado Mi Musa. Nunca he hablado con ella, o para ser exactos nunca me ha hablado. Siempre se ha comunicado conmigo a través de una idea, una imagen o cualquier otra cosa que me ha producido un irrefrenable impulso de escribir.
La otra noche ocurrió algo muy extraño. Oí su voz, una voz dulce, femenina y aterciopelada.
—Pero… ¿Cómo se te ocurre dormir en una noche como esta?
Sólo se me ocurrió balbucear un “¿Cómo?”.
Por indicación de ella, salí a la terraza. No había luna, y las farolas de la ciudad estaban apagadas, y en el cielo vi algo que me devolvió a mi infancia. Una noche al salir del cine con mis padres hubo un apagón y vi lo mismo que tenía delante.
Una franja ancha, bien delimitada, sin amontonamientos. Se podían ver multitud de puntitos brillantes. Me pareció oír la voz de mi padre explicándome que aquello era la Via Láctea, y sonreí.
—¿No te inspira nada esa visión? —su voz insistía.
—Qué maravilla. —susurré.
Al instante toda la calle se iluminó y el cielo se tornó negro. Aquella magia había desaparecido.
—Has perdido tu oportunidad. —me dijo.
Me resistí a darle la razón y busqué un papel y pluma, y comencé una historia.
Mi Musa seguía hablándome, marcando el fluir de aquello que salía de mi pluma.
No me di cuenta del tiempo transcurrido, ni de cuándo ella dejo de hablarme, pero cuando escribí el final, me recosté sobre el respaldo de mi silla y vi a mi perra sentada en el suelo con la mirada fija en mí.
—Gracias —le dije.

©Texto Jesús García Lorenzo

09 junio 2020

El cine de las sábanas blancas


Parece que fue ayer cuando mi abuelo, sentado al borde de mi cama, me contaba historias que alimentaban mi imaginación. Luego, me decía como todas las noches: “Ahora al cine de las sábanas blancas”.
Hoy soy yo el abuelo. Mis palabras hacen soñar a mi nieto y, junto con el cine de las sábanas blancas, aquellas historias reviven.
—¡Abuelo! Ésta ya me la contaste ayer.
—¿De veras? ¡Bueno! A ver qué te parece ésta otra.
Había una vez un árbol muy, muy alto. Tan alto era que en los días de mucho calor las nubes se acercaban para refrescar sus hojas. Allí vivían una pareja de ardillas. Tina y Tono se llamaban. Aquella primavera habían sido papás de tres pequeñas ardillas.
Un día, mientras papá Tono fue a la parte baja del árbol, a por comida, se encontró con una paloma…
—¿Mensajera?
Eso es, una de esas que llevan atado a la pata un mensaje. Bien, la paloma estaba descansando en una de las ramas. “Buenos días”, dijo Tono, porque la educación, como le decían sus padres, es ante todo signo de amistad. Buenos días, le contestó la paloma.
Los dos comenzaron una conversación en la que se contaron muchas cosas. La paloma se llamaba Andrea, y era de color negro con unos toques grises. Andrea le contó que estaba muy cansada porque había tenido un encontronazo con un halcón, y menos mal que un cazador, queriendo cazarla a ella erró el tiro y cazó al halcón.
Andrea y Tono estuvieron mucho rato hablando, tanto que no se dieron cuenta que estaba anocheciendo. Un pequeño pájaro les hizo ver lo tarde que era, y se despidieron prometiendo verse de nuevo.
Cuando Tono llegó a casa le contó a Tina todas la cosas que el nuevo amigo le había contado.
Una mañana, mientras Tina daba de comer a sus hijos, un ave de presa se acercó a la rama donde se encontraban. Con una sonrisa en la cara aquel ave les dio los buenos días, mientras se acercaba a las crías despacio.
Tina escondió con rapidez a sus hijos en casa, mientras se encaraba con aquella malintencionada ave.
—Tengo hambre —dijo el ave de presa—, y tus crías parecen muy sabrosas.
—¡Jamás! —contestó Tina—, antes tendrás que enfrentarte a mí.
—Sea —dijo el atacante mientras se acercaba con cautela a Tina.
Tina gritó pidiendo ayuda. Tono que estaba en el árbol de al lado corrió en su ayuda, pero el ave de presa ya la tenía entre las cuerdas. De pronto un pájaro picoteó en la cabeza al ave. Varias pasadas hicieron que aquel ave de presa se olvidara de Tina y se centrara en su atacante.
Cuando llegó Tono vio como Andrea alejaba de su familia al intruso, y quiso ayudarla.
—¡Madre mía! ¿Qué hizo tono?
—¿Tú qué hubieras hecho? ¡No!, no me lo digas. Ve al cine de las sábanas blancas y descúbrelo.
La luz del cuarto se apagó dejando sólo una pequeña lamparilla tenue de color verde, y cerrando la puerta el abuelo susurró: “Buenas noches”. 

©texto y foto de Jesús García Lorenzo

03 junio 2020

La recogida

 
    Tantos años trabajando en esto y todavía no me he acostumbrado. 
Hoy, cuando recorro este pasillo, puedo ver sus caras. Unos me llaman, a otros los llamo, pero cuando me dan la mano todos sonríen.
En ocasiones llega ella, a la que se aferran la mayoría, y me lo pone difícil ¡Ay!, si no fuera por esos ratitos sería todo muy aburrido.
¡Bueno! Ha llegado el momento amigo mío.
¡No!, no hay tiempo para despedirse, tengo que cumplir un horario y me estoy retrasando. 
Dame la mano y te llevaré donde siempre has querido estar.

©Texto y foto de Jesús García Lorenzo