09 junio 2020

El cine de las sábanas blancas


Parece que fue ayer cuando mi abuelo, sentado al borde de mi cama, me contaba historias que alimentaban mi imaginación. Luego, me decía como todas las noches: “Ahora al cine de las sábanas blancas”.
Hoy soy yo el abuelo. Mis palabras hacen soñar a mi nieto y, junto con el cine de las sábanas blancas, aquellas historias reviven.
—¡Abuelo! Ésta ya me la contaste ayer.
—¿De veras? ¡Bueno! A ver qué te parece ésta otra.
Había una vez un árbol muy, muy alto. Tan alto era que en los días de mucho calor las nubes se acercaban para refrescar sus hojas. Allí vivían una pareja de ardillas. Tina y Tono se llamaban. Aquella primavera habían sido papás de tres pequeñas ardillas.
Un día, mientras papá Tono fue a la parte baja del árbol, a por comida, se encontró con una paloma…
—¿Mensajera?
Eso es, una de esas que llevan atado a la pata un mensaje. Bien, la paloma estaba descansando en una de las ramas. “Buenos días”, dijo Tono, porque la educación, como le decían sus padres, es ante todo signo de amistad. Buenos días, le contestó la paloma.
Los dos comenzaron una conversación en la que se contaron muchas cosas. La paloma se llamaba Andrea, y era de color negro con unos toques grises. Andrea le contó que estaba muy cansada porque había tenido un encontronazo con un halcón, y menos mal que un cazador, queriendo cazarla a ella erró el tiro y cazó al halcón.
Andrea y Tono estuvieron mucho rato hablando, tanto que no se dieron cuenta que estaba anocheciendo. Un pequeño pájaro les hizo ver lo tarde que era, y se despidieron prometiendo verse de nuevo.
Cuando Tono llegó a casa le contó a Tina todas la cosas que el nuevo amigo le había contado.
Una mañana, mientras Tina daba de comer a sus hijos, un ave de presa se acercó a la rama donde se encontraban. Con una sonrisa en la cara aquel ave les dio los buenos días, mientras se acercaba a las crías despacio.
Tina escondió con rapidez a sus hijos en casa, mientras se encaraba con aquella malintencionada ave.
—Tengo hambre —dijo el ave de presa—, y tus crías parecen muy sabrosas.
—¡Jamás! —contestó Tina—, antes tendrás que enfrentarte a mí.
—Sea —dijo el atacante mientras se acercaba con cautela a Tina.
Tina gritó pidiendo ayuda. Tono que estaba en el árbol de al lado corrió en su ayuda, pero el ave de presa ya la tenía entre las cuerdas. De pronto un pájaro picoteó en la cabeza al ave. Varias pasadas hicieron que aquel ave de presa se olvidara de Tina y se centrara en su atacante.
Cuando llegó Tono vio como Andrea alejaba de su familia al intruso, y quiso ayudarla.
—¡Madre mía! ¿Qué hizo tono?
—¿Tú qué hubieras hecho? ¡No!, no me lo digas. Ve al cine de las sábanas blancas y descúbrelo.
La luz del cuarto se apagó dejando sólo una pequeña lamparilla tenue de color verde, y cerrando la puerta el abuelo susurró: “Buenas noches”. 

©texto y foto de Jesús García Lorenzo

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