28 agosto 2011

Mi mejor historia (I)

La barra de aquel bar brillaba por la ausencia de clientes. El único que se mantenía fiel a ese pedazo de madera noble —porque eso sí, categoría tenía aquel garito—, en ese día laborable, era un hombre de edad avanzada, que lanzaba una mirada triste a su tercer vaso de Whisky.

En el reloj, digno de un lobo de mar, sonaron las dos de la madrugada. Una bella mujer entró. El barman, solícito, le sirvió el pedido. Ella, al ver que el ocupante de la barra no se había dignado en levantar la cabeza se le acercó.

—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó observando con atención.

Un gesto de indiferencia le dio la conformidad.

—Un hombre de su experiencia no debería estar solo, y menos aquí.

Ernesto apartó la vista de su vaso y la dirigió a la mujer que estaba a su lado.

—Esa experiencia es la que me tiene clavado junto a este vaso.

Ella sonrió con coquetería, levantó su copa e inició un brindis que no fue continuado por Ernesto, es más, retiró su vaso, sacó un billete de su cartera dejándolo en la barra del bar, y se despidió con educación.

Al salir a la calle un coche se abalanzó sobre Ernesto, el golpe lo desplazó unos diez metros. Quedó inmóvil.

Mientras el conductor del vehículo salía tambaleándose por el líquido etílico alojado en sus venas, Ernesto se contemplaba en el suelo, sangrando y con varias personas a su alrededor.

Allí, de pie, algo extrañado por lo que estaba ocurriendo, escuchó una voz femenina conocida.

—Lo siento, habría sido mejor que hubieras aceptado mi brindis.

CONTINUARÁ… En una semana.

13 agosto 2011

El pacto

Andaba el diablo buscando algo nuevo que le hiciera sentirse diferente. Recorrió lugares donde el dinero corría a raudales, pero los desechó por aburridos. Visitó luego ciudades hambrientas, con pobreza, y no vio nada interesante. Entonces, rendido ante su fracaso, decidió dar un paseo por los bajos fondos, que conocía como la palma de su mano.

Dándole una patada a una botella escuchó una melodía que le hizo quedarse quieto. Aquella música hablaba de depresión y tristeza, y le gustó.

Al acercarse y ver quién tocaba aquellos acordes encontró a un joven que con sus lloros cantaba las melodías. ¿Qué te ocurre?, preguntó Satanás, y al querer explicarse aquel joven, sonaron ruidosas y estridentes notas. Al diablo le chirriaron los oídos, y lo mandó callar.

—Ese es tu problema. ¿Verdad?

El muchacho contestó con un movimiento de cabeza. El señor de las tinieblas, leyó la mente del músico, y por ella pudo enterarse que tocando la guitarra, un día, acertó a dar, por casualidad, con un acorde tritono cuyo sonido no resultaba agradable. Como insistió, una y otra vez, buscándole una solución, el hechicero del lugar lo castigó, o más bien lo hechizó, a que por su boca sólo salieran notas estridentes. El diablo preguntó cuál era ese tritono, a lo que contestó: do, mi, sol. Quedó pensativo.

—¿Y si añades un si bemol?

El músico lo hizo. El sonido resultante fue algo siniestro, pero al diablo le encantó. El rey de la oscuridad creyó haber dado con lo que buscaba, y propuso un pacto. El joven deseoso de terminar con aquella maldición aceptó.

Tras un aquelarre, imprescindible como ceremonia, el joven músico pudo expresarse con palabras y no con notas. Tan contento estaba que no dudó en hacerse un corte para firmar con su sangre el contrato. Pero antes de hacerlo Satanás le preguntó su nombre.

—Blues. —contestó.

—De acuerdo Blues, firma aquí y con ese tritono podrás realizar música maravillosa sin temor a nadie, ni a nada.

Los acordes del muchacho inundaron el bosque, los pueblos y las grandes ciudades. Muchos quisieron que les enseñara la melodía. Los músicos realizaron variaciones, crearon otros tritonos y lloraron con ellos. Cuando la música de Blues fue conocida en todo el planeta, Satanás lo llamó para que cumpliera su contrato, y él, con acordes de tristeza y depresión descendió a los infiernos. Al caer hacia el abismo pudo decir sonriendo: El Blues no teme al diablo.

En una calle peatonal un hombre enjuto y mal oliente, toca en su guitarra intervalos musicales prohibidos. Tritonos que producían que la multitud se agolpase a su alrededor blandiendo los brazos, y marcando el ritmo con sus palmas.

Cuando acabó le llenaron su gorra de monedas. Una joven, le preguntó qué clase de música era la que había tocado, y él contestó: blues.

—Suena distinta, algo siniestra, pero agradable.

—No en balde fue consecuencia de un pacto.

—¿Entre músicos?

—Algo así.

El hombre la miró a los ojos y sonrió, ella también, y en las tinieblas una mano femenina firmaba un pacto.