La luna decidió no aparecer. Los faros del vehículo solo dejaban ver el defectuoso asfalto «No tenía que haber escogido este atajo», se recriminaba al no encontrar ningún punto de referencia que le indicara dónde se encontraba.
Un relámpago iluminó por un instante el paisaje, al mismo tiempo que el sonido del trueno se daba a conocer. Se lamentó «¡Vaya! Sólo faltaba una tormenta». No se equivocó; no tardó en aparecer un goteo pertinaz que cubrió el parabrisas enturbiando la visión del camino.
El barrido sincronizado de los limpiaparabrisas dejaba ver el camino alumbrado por sus faros. Tuvo que aminorar la velocidad.
El cristal comenzó a empañarse, encendió el ventilador a la máxima velocidad dirigiendo el aire hacia el cristal. «¡Vaya por Dios!», exclamó al tiempo que saltaba en su asiento a causa de un bache. El ruido causado por el pequeño socavón de la carretera le dio mala espina y decidió parar con los intermitentes de emergencia accionados, abrió la guantera y cogió una linterna. «Mierda de coche», se dijo al tiempo que abría la puerta y salía para ver si tenía algún desperfecto.
Empapado volvió al coche «¿Por qué no cambiaría de coche como me dijo mi mujer?», aquel comentario le recordó que no había llamado a casa para decir que llegaría tarde, la reunión con el último cliente se había alargado hasta ya avanzada la noche. Se palpó la chaqueta buscando su teléfono móvil sin hallarlo. «¡Por Dios!, lo que me faltaba, se me olvidó en la oficina», su estado de ánimo comenzó a desbaratarse y golpeó el salpicadero con fuerza. Con tanta fuerza lo hizo que una de las rejillas del aire saltó cayendo al asiento de al lado.
Mientras intentaba volver a poner aquella rejilla en su lugar, el motor se le paró «¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Acaso hoy se me ha puesto todo en contra?». Giró el contacto varias veces hasta que consiguió arrancarlo de nuevo y se fijó en el panel de mandos del coche, la aguja de la gasolina estaba casi en el cero y una luz roja fija le indicaba que debía encontrar con rapidez una gasolinera.
La fuerza de la tormenta se había reducido, la lluvia ya no caía con tanta intensidad. Puso la primera velocidad y continuó su trayecto.
Por un instante le pareció ver entre la oscuridad un reflejo, agudizó la vista y volvió a verlo, estaba en la misma dirección en la que se dirigía por lo que presionó el acelerador y se dirigió hacia aquella luz. Pensó en la posibilidad de que fuera una gasolinera con lo que estaría salvado.
A medida que se acercaba comprobó que se trataba de un semáforo. Emitía una luz verde con mucha intensidad, tanta que casi le cegaba, pero pensó que aquello era signo de civilización, por lo que le calmó el mal humor producido por todos los pequeños acontecimientos acaecidos.
A apenas a cuatro metros de distancia del semáforo cambió de color. Sin pasar a penas por el amarillo se encendió un rojo agresivo y frenó con rapidez.
Como había dejado de llover cogió la manivela para bajar el cristal de la puerta e intentar ver alrededor, pero la mala fortuna se había apoderado de aquel coche y se quedó con ella en la mano sin poder hacer accionar el mecanismo. Se lamentó de tener un vehículo tan viejo mientras miraba la manivela que sostenía en la mano. De pronto el cristal de la puerta hizo un ruido extraño y se desplomo por la guía cayendo por el hueco de la puerta dejando entrar el frío de la noche al interior del coche. «¡Maldito trasto!» Exclamó con furia.
Sacó la cabeza por la ventanilla de la puerta y comprobó, a duras penas, que estaba ante un paso a nivel sin barrera. Le pareció extraño que aún quedaran pasos de ferrocarril en esas condiciones, pero no le dio mucha importancia, intentó ver más allá y no distinguió nada «Qué raro», pensó, «quizá haya un apagón en el pueblo cercano», no le dio mucha importancia pues la tormenta podría haber sido la causante. No había nada por lo que preocuparse lo único que debía hacer era esperar a que el tren pasara y continuar el camino en busca de una gasolinera donde repostar.
La intensa luz roja de aquel semáforo iluminaba la parte delantera del vehículo así como su interior y aprovechó para poner en marcha el aparato de radio que llevaba en el coche, pero no consiguió sintonizar ninguna emisora, abrió la guantera y buscó un CD con el que hacer la espera más agradable. Al introducirlo oyó un sonido extraño en el aparato y le expulsó el CD. Resignado buscó la cajetilla de tabaco y el encendedor. La llama iluminó el interior del coche y el humo inundó el interior del habitáculo.
El tiempo pasaba con lentitud «¡Cuánto está tardando este tren!», pensó. Volvió a sacar la cabeza por la ventanilla para intentar ver si el dichoso tren se acercaba, no vio nada. «Juraría haber oído un silbato», se dijo y agudizó la vista y el oído, pero nada.
Una fría sensación recorrió su espalda miró hacia atrás intentado averiguar si alguien andaba cerca, pero no vio nada, «sólo faltaba que me dieran un susto». Su estado comenzó a alterarse, el nerviosismo fue apoderándose de él y se preguntó por la posibilidad de cruzar las vías. La prudencia que hasta ese momento le mantenía allí quieto dejó de actuar «Si acelero y lo hago todo con rapidez…», cada vez tenía el ánimo más dispuesto a realizar tal imprudencia «No, no lo hagas», se recriminó, pero la necesidad de cargar el depósito y el miedo a que pudieran asaltarlo en medio de la oscuridad en aquella solitaria carretera comenzó a exaltar su parte atrevida «No parece acercarse ningún tren, además si lo hago con decisión estaré al otro lado en un momento». Se sentía pletórico y convencido de poder hacerlo.
Lanzó el cigarrillo por la ventanilla, se colocó el cinto de seguridad y se dispuso a realizar la infracción. Cogió con seguridad la palanca de cambios y colocó la primera velocidad, y colocando su pie sobre el acelerador lo presionó despacio pero con decisión. Muy lentamente levantó el pie del embrague y el coche comenzó a moverse. La luz roja del semáforo recorrió el vehículo en su avance. Remontó una pequeña pendiente e inició su andadora por encima de las vías.
En el momento en que se encontró en medio del paso a nivel sintió un escalofrío, el instinto le hizo volver la cabeza a la derecha. Un gesto de horror le cubrió la cara al ver que una luz intensa y cruel se aproximaba con gran velocidad. El instinto de supervivencia le hizo apretar el acelerador a fondo, pero el desnivel y el empedrado de las vías hicieron que el coche se calara. En ese preciso momento presintió algo a su izquierda, y su asombro fue total.
Otra luz, gemela a la que se aproximaba por su derecha, apareció en el lado contrario, su mano no acertaba a encontrar la llave de contacto. Miraba a un lado y al otro mientras intentaba poner el coche en marcha. Lo intentó una y otra vez sin éxito. Ante tal situación intentó salir del vehículo que tenía todas las posibilidades de convertirse en su ataúd.
Sin perder de vista las dos luces palpó la manivela de la puerta. Su estado era de máxima excitación. Estiró con fuerza la palanca y en lugar de abrir la puerta se quedó con ella en la mano.
Las luces se aproximaban rápidamente, entonces intentó salir por la ventanilla pero el cinturón de seguridad se lo impidió, palpó el mecanismo de desenganche pero no funcionó, volvió la cabeza a un lado y al otro, y entonces lo vio todo claro. Iba a morir por lo que parecía un absurdo. Dos trenes circulando a alta velocidad circulaban por la misma vía uno en dirección contraria al otro y él estaba en medio. Gritó con todas las fuerzas.
Las dos luces iluminaron el coche y al hombre con la cara desencajada en su interior, la velocidad disminuyó hasta llegar al vehículo, con precisión, comenzaron a aplastarlo por sus costados. El crujir de la masa de hierros fue mezclándose con el de los huesos. Un gran imán apareció desde lo alto y atrajo hacia sí aquellos hierros mezclados con sangre, lo elevó y las luces se separaron lo justo, los restos del coche giraron en el aire y cayeron al suelo, las dos luces volvieron a juntarse formando un cubo con aquel amasijo de metal, el imán volvió a atraerlo y lo transportó por el aire hasta un lugar donde existían varios cubos de metal iguales, y lo depositó encima de ellos. Las luces se alejaron con rapidez y todo volvió a estar en calma.
El semáforo cambió su luz roja por la de verde. La trampa volvía a estar lista.
© Jesús García Lorenzo