03 mayo 2021

El alpinista y la montaña


El alpinista vela sus armas la noche anterior al comienzo de la desgracia. Desde su campo base puede ver cómo la luna ilumina su enemigo. El viento le hace llegar su mensaje. “ Ven, te estoy esperando”.

Los ocho mil metros de envergadura se levantan desafiantes. Nunca antes se había dominado ese coloso majestuoso, amenazador e invencible.

El alpinista observa la cumbre repasando su estrategia. Mentalmente recorre la ruta decidida, paso a paso va ganando terreno y consiguiendo altura, dominando su presa, hasta llegar a la cima y clavar en sus carnes la bandera de su victoria.

La noche pasó, la luz del sol volvió a la realidad sus pensamientos. Su corazón late con fuerza mientras recoge todos los instrumentos con los que torturará a su enemigo en su escalada, y el ánimo le grita: “Vamos”.

La montaña se prepara para recibir a su oponente. Los rayos del sol afianzan su piel pedregosa.

Comienza el combate. Él, en su avance espolea a su enemigo con clavos, que hunde en las pedreas carnes y va afianzando su posición. Ella aguanta la embestida, sabe que aún es pronto y le deja hacer.

El sol, aliado con la montaña infunde más vigor a sus rayos  provocando que las ropas del alpinista se empapen. 

—Tienes buenos aliados.

El viento ayuda a contestarle.

—Y tú mucha valentía.

El día se acaba, y poco a poco la Luna le indica que debe descansar para reponer fuerzas. El alpinista monta el campo uno, mientras su amiga le hace llegar una suave brisa. La montaña limpia sus heridas con el frescor de la noche, y prepara su defensa para la mañana siguiente.

Al amanecer el sol le apremia diciendo: “¡Arriba!”. Erguido y cargado con todo el material mira de frente a su enemigo al que le grita: “¡¿Preparado?!”. La montaña parece contestarle al creer oír un rugido en lo alto de la cima.

—Cuando quieras.

La mañana transcurre desgarrando a su adversario que aguanta firme sus embestidas. La respiración se entrecorta, los mareos se hacen mas intensos, el cuerpo comienza a deshidratarse, el cansancio hace su aparición, la altura amedrenta su cuerpo, e instala el campo dos. Los contendientes descansan.

—Lo conseguiré, te venceré y te doblegarás a muchos como yo.

El viento le hace llegar un sonido grave de desaprobación.

El amanecer aparece frío, con nubes bajas y preparando ventisca, pero él sigue con su ataque sin amedrentarse. La montaña comienza su estrategia y aprovechando la climatología da su primer golpe. Un alud interrumpe el avance y provoca que el alpinista se prepare para esquivar el embiste.

—¡Maldita sea!

La experiencia consigue soportar el golpe. Colgado, bien amarrado a la pared por las cuerdas pasa la noche.

El sol decide atacar lanzando sus rayos con fuerza, pero al alpinista, al contrario de lo que se esperaba, le dan fuerza para seguir haciendo mella en las pedreas carnes de su oponente, y consigue los siete mil metros. Los mareos se intensifican, respira con dificultad, sus movimientos se hacen lentos, su visión no es tan buena como al principio. El mal de altura comienza su efecto.

—Estoy atacando con mucha rapidez. Serénate.

 Decide descansar y monta su campo tres.

Durante la noche la montaña considera que ha llegado su momento, y lanza su siguiente ataque. Una ventisca obliga al experimentado montañero a poner en práctica todo su saber para aguantar la embestida.

En el interior de su tienda comprueba que el frío comienza a provocar síntomas de congelación. Recoge nieve, la hierve provocando así humedad caliente dentro de su habitáculo. Aplica paños a sus pies aliviando los síntomas y recuperándose.

Su enemigo ha ganado la primera batalla puesto que lo ha retrasado veinticuatro horas. Al alba, el montañero comprueba que puede ponerse en pie sin problemas, y decide encararse a la montaña para dar el paso final y llegar a la cumbre.

—¡Ja!, creías que me había rendido ¿Eh?.

La montaña al ver a su adversario recuperado lanza una feroz embestida. Aprovechando que el alpinista está colgando de sus cuerdas, provoca desprendimientos, el escalador reacciona balanceándose y esquivando las piedras, pero la inercia de su balanceo lo hace golpearse contra la pared y queda inconsciente. La montaña al verlo sin sentido relaja su ira.

—¡Ja ja ja! —parece oírse como un eco.

El alpinista recupera poco a poco el sentido y antes de que la montaña se percate se lanza con su último aliento. Sangrando y herido espolea con su piolet las carnes de la montaña. En un esfuerzo sobre humano consigue hacer cumbre.

Allí, en lo más alto clava con fuerza la bandera de su victoria, y lanzando un grito ensordecedor se proclama vencedor.

—¡Ah! Sí, lo conseguí.

La montaña enfurecida ante tal descalabro proyecta su venganza y espera.

Lleno de euforia el alpinista comienza el descenso. Sus gritos de victoria reverberan por toda la montaña. Un desprendimiento, un clavo mal calculado, un nudo descuidado, y la cuerda que lo sujeta se desprende. El alpinista sucumbe ante la más vil de las venganzas hundiéndose en un abismo cruel.

El montañero, en su caída libre a velocidad de vértigo, mantiene la mente fría, y con una sonrisa no para de gritar: « ¡Te vencí! ».