16 diciembre 2016

El árbol de navidad

La decoración del árbol de navidad estaba terminada, las luces estaban colocadas de forma que realzaba la majestuosidad del abeto, pero faltaba algo. David buscó en la caja la estrella que siempre había coronado aquel símbolo navideño, pero no lo encontró.
Ni corto ni perezoso fue a preguntar a su mamá y a su papá pero ninguno pudo dar razón de donde podría estar hasta que vieron a Balú mordisqueando algo.
Balú era un miembro más de la familia desde que lo encontraron en la calle tiritando de frío una noche lluviosa, contaba —según el veterinario— con unos siete meses cuando se lo llevaron para que lo examinara antes de adoptarlo, ahora tenía año y medio y era el perro más juguetón y travieso del vecindario.
—¡No, Balú qué has hecho!
El grito de David hizo que aquel miembro de la familia soltara la estrella y se escondiera debajo de la mesa, el niño cogió los trozos que había dejado su mascota.
—No te preocupes —dijo su padre—, intentaremos pegarla y si no compraremos otra.
Aquella estrella no hubo forma de restaurarla y decidieron acudir a la tienda más cercana para adquirir otra, pero no encontraron ninguna que fuera igual ni que le gustara a David.
Intentaron convencerle de que se podría poner cualquier otra cosa para rematar el árbol, pero el niño no quiso poner nada, y con la tristeza instalada en su cara volvieron a casa.
El destino quiso hacerse solidario con David y cuando enchufaron las luces para que se iluminara el árbol no funcionaron. El niño fue llorando a su cuarto, allí en un rincón tenía un pequeño nacimiento regalo de su abuela, se arrodilló ante él y con lágrimas en los ojos pidió una estrella.
Los días pasaron, el colegio cerró por vacaciones de navidad, y el papá de David arregló las luces. El árbol brillaba reflejando las intermitencias de sus luces en las bolas rojas y doradas que pendían de sus ramas.
En la noche anterior a Navidad, en la cena de Nochebuena se cantaron villancicos, se comió turrón y llegado el momento se colocó al niño Jesús en el belén, y justo en ese momento una gran luz blanca entró por la ventana iluminando toda la habitación; todos se asomaron para ver que ocurría, en todas las ventanas y balcones del vecindario había gente observando el fenómeno, una gran bola blanca estática iluminaba desde el cielo.
David corrió al belén y dirigiéndose al nacimiento susurró : ¡Gracias!

¡Feliz Navidad a todos!

©Jesús García Lorenzo

25 octubre 2016

Primera noche de noviembre

En una ocasión escuché una conversación de dos hombres en un bar, lugar sin duda donde se pueden establecer este tipo de diálogos, sobre la primera noche de noviembre. 
Aunque al inicio de la conversación fueron los dos muy prudentes con las opiniones del contrario a medida que se desarrollaba el tema, quizás por el alcohol enmascarado con el té y el café que acompañaba a cada uno, se iban alterando los ánimos y comenzaban a dar a luz palabras más gruesas.
Uno defendía que la primera noche de noviembre debía ser exclusivamente dedicada a la figura de Don Juan, mientras que el otro era partidario de dejar pasar las nuevas tendencias y relegar a los estudiosos y nostálgicos la desagradable adoración de un hombre machista, jugador y escandalosamente misógino.
Se recitaron versos de la obra de Zorrilla, uno para demostrar una opinión otro para la contraria, mientras que el anís y el brandy camuflados iban haciendo estragos.
—¡Don Juan se arrepintió…! —decía uno.
—¡Miedo! Eso es lo que sintió —decía el otro.
Los paisanos allí reunidos seguían la discusión, pues no se perdían ninguna, porque cada finales de octubre era una costumbre, en aquel bar, entre aquellos parroquianos. El patrón del establecimiento les reservaba la misma mesa en el mismo lugar como lo había hecho durante los veinte años que se llevaba a cabo dicho acontecimiento.
La noche en cuestión era oscura, fría y lluviosa pero no era óbice para celebrar dicho ritual.
En una mesa aparte, en un rincón de aquel bar se encontraba un forastero al que nadie reconocía y que pidió estar apartado aunque en un lugar donde pudiera escuchar la discusión, al dueño del bar no le pareció anormal aquella petición por la transcendencia que aquella noche había causado en todo el pueblo.
En un momento de la noche uno de los tertulianos se levantó y alzando el brazo, en posición de sostenimiento de una imaginaria espada, recitó aquello de “… puesto que las puertas me cerró de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo.” Aquello fue la mecha que encendió la pólvora que se estaba acumulando en el forastero del rincón, quién alzando una verdadera espada y gritando “¡Vive Dios!”, comenzó a dar mandobles a diestra y  siniestra, y maldiciendo el mal uso de la figura de Don Juan.

Usted, querido lector o querida lectora, se preguntará qué hacía yo en aquel lugar, o mejor, qué hice cuando vi aquel sangriento suceso, pues lo que hubiera hecho usted. Sacar mi espada y defender mi honra ¿O, no?

©Jesús García Lorenzo