27 julio 2020

La carta


“Desestimada y poco seductora Muerte: 
La presente es para pedirte, que si por un casual estoy en tu base de datos, me pongas al final. 
¡Verás! Resulta que a pesar de mis achaques en los que pensar me he acordado de ti.
El otro día, así sin más, comprendí que me quedan muchas cosas por hacer. Además, me gustaría poder irme contigo, dejando atrás algo por lo que mis hijos y mis nietos me recuerden.
Ya sé que he tenido una vida para conseguirlo, pero la he pasado aprendiendo, y ahora que ya sé, quiero realizarlo.
Por esa razón te pido que me des algún tiempo más. Tú, que el reloj lo controlas, retrásalo.
Si tienes a bien concederme este pequeño deseo, te estaré eternamente agradecido.
Fdo: Yo, el que tu sabes."
Juan dobló la carta con esmero y la introdujo en un sobre. Luego en la parte delantera del sobre escribió “La muerte (a recoger en cartería)”
Salió a la calle y en el primer buzón de correos que encontró la introdujo, no sin antes desear que llegara a su destino lo más pronto posible.
Cuando el furgón de recogida llegó a la central de correos, un funcionario comenzó su trabajo de clasificar, vio la carta, sonrió y la lanzó en el casillero marcado como “Cartas imposibles” 
Los días transcurrieron, pero un día…
Un hombre alto, enjuto y vestido de negro, se acercó a cartería y con voz profunda pidió una carta dirigida a él “¿A qué nombre?” Preguntó el funcionario sin levantar la vista “A la Muerte” Respondió aquel hombre. El funcionario sonrió, y al mirarlo comprendió. Algo asustado, fue al cajón de cartas imposibles.
Al volver Juan del trabajo como de costumbre miró el buzón, y entre publicidad y facturas encontró una carta dirigida a él, sin remite y sin sello. Antes de abrirla miró el tabaco que le quedaba, y salió en busca de un estanco.
Mientras encendía un cigarro del nuevo paquete, vio esperando el verde del semáforo, a una mujer que llevaba de la mano un niño de la edad del suyo. Sonrió.
De pronto el niño se soltó de su madre y cruzó. Todo sucedió muy rápido. Un autobús, y el niño en medio. Un empujón y el niño a salvo.
A la mañana siguiente en la morgue, una mujer desconsolada esperaba que le dieran el cuerpo de su marido, para llevarlo al Tanatorio.
Alguien se acercó y dándole una pequeña bolsa con los efectos personales le dijo “Su marido fue un héroe”
En el Tanatorio recibió miles de visitas, entre ellas la de una madre agradecida.
En un momento de tranquilidad, cogió la bolsa que le entregaron, y vio una carta sin remite ni sello, la abrió y en medio de una página en blanco, una palabra “Concedido”.

© Texto de Jesús García Lorenzo

22 julio 2020

Él


Elena, María y Alba entraron en el Pub para celebrar que habían encontrado trabajo. Pidieron un vodka con naranja cada una.
Sentado en la barra estaba él. Se acercó entablando una conversación, que comenzó siendo banal, y que fue transformándose en interesante. 
Él, recibió una llamada en el móvil con la que se excusó dejándolas solas.
Las tres comenzaron a recriminarse comentarios, echándose en cara actitudes. La amistad comenzó a resquebrajarse.
Él, de espaldas, sonreía.
Cuando el tedio disminuye el diablo deja de cazar moscas.

© Texto de Jesús García Lorenzo

15 julio 2020

Asesinos del siglo XXI


Andaba discutiendo con mi amigo Lucifer sobre los asesinos a lo largo de la historia.
Su teoría era la evolución a través de la sofisticación. Antes se usaban armas físicas como cuchillos, espadas, pistolas, y demás armas de fuego, sin olvidar la forma más sutil que es la del envenenamiento.
Para mi amigo, hoy en día se ha encontrado una formula que califica como casi mágica.
—No sabes lo fácil que es engañar hoy en día para que se presten a matar.
Su elocuencia era tremenda, me lo explicaba con todo lujo de detalles. En primer lugar se propaga un virus muy virulento, dañino, mortal…, luego se crea la ilusión de que sólo mata a viejos, y el engaño está servido.
—…alentar fiestas, manifestaciones, aglomeraciones…, y entonces comienzo a darte trabajo.
Eso es lo malo, dije yo, el trabajo extra que me crea Lucifer.

©Texto de Jesús Garcia Lorenzo

08 julio 2020

La otra cara de "Una historia"

—No lo haré.
—¡Lo harás!
Mamá loba impuso su autoridad al tiempo que recogía en su regazo al lobezno herido. Su mirada era dura, indicando a su esposo que no iba a doblegar su decisión.
Papá lobo salió de la cueva en plena noche refunfuñando en busca de la mujer que curaba.
No le costó mucho encontrarla. Sabía que vivía en una cabaña, como la que construyen los humanos, en un claro del bosque. Pudo ver que por la chimenea salía humo, y a través de una ventana pudo distinguir su figura.
Oteó el bosque asegurándose que estaba solo. La luz de la luna llena le ayudó. Cuando se sintió seguro se acercó y rascó la puerta. La mujer no le oyó, entonces optó por aullar. Tuvo que lanzar hasta tres aullidos para que la mujer abriera la puerta.
—Tienes que venir conmigo.Te necesitamos.— dijo el lobo en su idioma.
La mujer le hablaba en ese lenguaje humano que los lobos, a fuerza de golpes, heridas y muertes llegaron a entender por su tono y gesticulación. Pero ella no le comprendía, por lo que tuvo realizar movimientos para que ella entendiera.
Tuvo que esperar a que la mujer recogiera una bolsa antes de que emprendieran la marcha hacia la cueva. Cuando llegaron el lobo entró, pero se dio cuenta que ella no lo hacía.
—Esta es mi casa y eres bienvenida en ella. Entra sin miedo.
La mujer sólo escuchó ladridos, pero pareció entender lo que decía Lobo, pues buscó varias ramas a las que prendió fuego.
—Ya hemos llegado. —dijo papá lobo a su esposa.
—Habéis tardado mucho.
Mamá loba levantó la pata para que la mujer viera a su hijo herido. Cuando la mujer tocó al lobezno éste lanzó un alarido de dolor. Papá lobo gruño y se erizó, pero un gesto de mamá loba lo paralizó.
La mujer dijo algo que papá lobo interpretó como que iba a necesitar unos palos. En su juventud su padre le acercó a un poblado humano y vio cómo uno ataba a otro unos palos para que pudiera andar. Aquellas palabras y su forma de expresarlas fueron las mismas. Salió corriendo de la cueva en busca de dos palos, no tardó en entrar con ellos, el gesto de sorpresa y de agradecimiento de la mujer le gustó.
Una vez hubo terminado la mujer se dirigió a la salida de la cueva.
—¡No te quedes ahí parado, ve con ella!
Mamá loba fue muy directa, tanto que papá lobo se vio en la obligación de acompañarla hasta su casa en el claro del bosque.
De vuelta a la cueva olisqueó la pata herida de su hijo.
—Se ha portado bien. Hay que agradecérselo. —dijo Mamá loba.
—¿Qué quieres que haga?
—Hasta que nuestro hijo esté bien cuídala, que nadie le haga daño.
—Pero vosotros…
—Estaremos bien.
Lobo vigiló la casa de la mujer día y noche.
Un día vio que la mujer se dirigía a la cueva, papá lobo cogiendo un atajo llegó antes que ella.
—Viene la mujer. —dijo a mamá loba.
—Ve a recibirla.
La mujer llegó y Lobo la estaba esperando, agachó la cabeza y la dejó entrar.
La vigilancia no cesó, al menos mientras mamá loba no dijera lo contrario. Un día la mujer salió como hacía casi todas la mañanas a recoger plantas. Lobo la siguió de lejos sin preocuparse mucho, pues era la rutina de siempre. Al cabo de un rato escuchó un ruido extraño seguido de un olor que no le gustó nada. Olisqueó el aire buscando a la mujer, una vez encontrado se dirigió hacia ella. La encontró mirando con terror hacia un perro salvaje. El olor del miedo anulaba el olor de muerte que manaba del perro. Lobo tensó sus músculos y esperó.
Todo transcurrió deprisa. Los ojos de Lobo vieron la boca del perro deseando sangre. Lobo se lanzó mordiendo la garganta del atacante con fuerza. El salto realizado por el perro fue al mismo tiempo que el salto de Lobo, pero su ventaja fue mayor al no ser descubierto.
Cuando el olor a muerte inundó la nariz de Lobo soltó la garganta del perro, levantó la cabeza y vio una sonrisa en la cara de la mujer. 
Con la boca ensangrentada Lobo volvió a la cueva y se puso delante de su esposa.
—La deuda está saldada.

© Texto de Jesús García Lorenzo

02 julio 2020

Una historia

El autor escribía aventuras. Una sonrisa. Había acertado con aquella frase.

Cuentan los mayores del lugar que tiempo atrás existía una mujer que vivía en el bosque. Recogía plantas y hierbas con las que preparaba ungüentos y bebidas para curar.
Una noche se acercó a su puerta un lobo. Aulló para llamar la atención de la mujer que tardó en oír los aullidos. Movida por la curiosidad abrió la puerta. Aquellos ojos color chocolate le pedían a gritos ayuda.
—¿Estas herido? —preguntó la mujer. 
El lobo emitió unos gemidos al tiempo que se movía indicando una dirección. El recorrido no fue muy largo. El lobo la llevó a una cueva. Estaba muy oscura, y la luna nueva no ayudaba a ver bien la entrada. La mujer dudó, pero cuando el lobo se dio cuenta de que ella no entraba ladró.
La mujer encendió una antorcha improvisada y entró. La escena que encontró llamó su atención. La hembra del lobo estaba rodeada por varios lobeznos, pero había uno que recostado en su regazo gemía de dolor.
La curandera se acercó despacio y con movimientos cortos…
—Déjame que vea lo que le ocurre a tu hijo.
Al tocarle la pata el lobezno emitió un alarido de dolor.
—Tiene la pata rota, voy a tener que entablillarla.
 Miró a su alrededor buscando dos palos. Su asombro fue mayúsculo cuando vio que el lobo se los traía entre sus dientes.
Preparó un ungüento y lo administró con parte de su vestido al que había arrancado una tira. También preparó una bebida que dio al lobezno, éste la bebió, al principio con miedo, pero como su madre le movió la cabeza dando su aprobación, se lo bebió todo.
Una vez hubo acabado, cogió su antorcha y salió de la cueva.
—Que no se quite el apósito al menos en dos días —le dijo al lobo que le había acompañado a la entrada de la cueva.
Aquellos ojos chocolate emitían agradecimiento.
Pasada una semana, la curandera se acercó a la cueva y vio que el lobezno, con la dificultad propia de una pata entablillada, jugaba con sus hermanos.
—En dos semanas vendré y le quitaré la tablillas.
A las dos semanales lobezno corría alegre sin el entablillado.
Un día recogiendo plantas en el bosque, un perro salvaje, hambriento, se le acercó con los ojos inyectados en sangre, el morro arrugado enseñando sus incisivos, mientras un hilo de baba se descolgaba pesada hasta el suelo.
La mujer retrocedió asustada, el perro tensó sus músculos y se lanzó hacia su presa. Cuando estaba en el aire una figura surgida de la nada enganchó al perro por la garganta haciéndolo caer, al tiempo que emitía un sonido gutural de muerte.
—Gracias —dijo la curandera al lobo.

Un ladrido dio a entender al escritor que era tiempo de acabar la historia y acostarse.
Su viejo amigo se acostó a los pies de su cama.
—Buenas noches, lobo —dijo al tiempo que apagaba la luz.

 ©Texto de Jesús García Lorenzo