19 octubre 2022

Soy Don Juan

Andrés no podía imaginar mientras blandía su espada de plástico frente al espejo, que aquella noche, la de difuntos, acabaría siendo la más excepcional de toda su vida.

Enfundado en su viejo traje de tuno, que plegó y guardó con naftalina al acabar la carrera de Derecho, se imaginaba ser Don Juan Tenorio. Ese año acudiría a la fiesta de Halloween de tal guisa. Iba a dar el golpe esa noche. Seguro que nadie llevaría semejante vestimenta.

Con una boina negra por sombrero se dirigió a la puerta de la calle para ir a su destino. Al pasar por el espejo del recibidor se repasó de arriba abajo. Durante dos semanas se había afeitado dejándose un fino bigote y una espesa perilla, perfectos para el papel que representaba.

Decidió acudir a la fiesta andando. “Total no está tan lejos”, pensó y con paso firme y decidido comenzó su andadura.

El alboroto de la calle en Halloween le obligó a pensar que atajando por calles adyacentes llegaría antes. En una de esas calles la luz de las farolas se apagaron, de pronto quedó con la iluminación propia de la luna llena. 

—¿Don Juan. Sois vos?

La pregunta le sobresaltó. No sabía con exactitud de dónde procedía.

—¡Por mi espada que si no contestáis os haré probar una cuarta! ¿Sois Don Juan?

La oscuridad y su miopía no le permitían distinguir el origen de esa voz, por lo que optó por ponerse las gafas. No podía creer lo que estaba viendo. Ante él una figura se tapaba con su capa y que junto su sombrero de ala ancha, adornado con una pluma larga y caída hacia atrás, solo se le podía distinguir los ojos.

—¡Vive Dios, contestar de una vez que me impaciento!

—Me llamo Andrés —dijo algo tembloroso.

—¡¡Mentis!! Juro por lo más valioso que si no decís la verdad…

—¡No! Soy abogado, y me dirijo a una fiesta que…

—¿Fiesta? Os lo dije. Os lo rogué incluso faltando a mi hombría, y vos, con la burla que se os antoja…

—¿De qué me habla?

—¡¡Pardiez!! ¿Os burláis?, de Doña Ana de Pantoja.

—¿De quién?

—No me toméis por bobo. La hostería de Cristófano Buttarelli ¿Recordáis?

—Si hubiera estafo allí…

—A Don Luis Mejía.

El embozado apartó su capa descubriendo toda su figura al tiempo que su mano derecha se situaba en el mango de su espada. Andrés quedó pálido, tembloroso y levantando el brazo pidió calma.

—¿Rogais, o es cobardía? Vos Don Juan, el que a las cabañas bajó y a los palacios subió…

—Se equivoca caballero, si lo que quiere es dinero pues…

—¡Me insultais!

En un abrir y cerrar de ojos notó la punta de la espada de Don Luis en su garganta. No se atrevió a mover un solo músculo. “Este hombre está loco ¡Dios mío ayúdame!”

—Decidme, ¿quién sois?

—Soy… Don Juan.

La luz de la mañana descubrió un cuerpo, bañado en sangre, en el callejón trasero de un viejo y destartalado teatro que en su fachada aún conservaba el cartel de la última representación: Don Juan Tenorio.


©Jesús García Lorenzo