22 marzo 2010

Remordimientos

—¿Por qué lloras niña?
—Porque mi amor se va en aquel barco queriendo hacer fortuna para poder casarnos.
—¿Acaso no le quieres pobre?
—¡Claro que sí!
—¿Y lo has dejado marchar?

La gaviota abriendo sus plumas al viento se elevó repitiendo: “Dejado marchar…, dejado marchar…”

Las lágrimas de la niña se amontonaron en sus ojos con más intensidad.

06 marzo 2010

Como un muñeco de falla

Las manos del artista creaban sin descanso manejando con destreza la arcilla.

Los dedos moldeaban el barro. Avanzada la noche el artista había terminado la escultura.

Al día siguiente comenzó la segunda fase. Preparó la escayola, y el blanco manto fue cubriéndome poco a poco hasta la totalidad.

Muy despacio se fue formando el molde que permitiría continuar la obra.

Ya seca la blanca mortaja separó ésta de la arcilla que, desgarrada se amontonaba húmeda para un posterior uso. Rápidamente preparó la mezcla de agua y harina, y el papel cartón en trozos pequeños que, impregnados en la solución fueron cubriendo todos los rincones del molde.

Una vez unidas todas sus partes, mi figura de cartón piedra fue sujeta en una base de madera, y lijada.

El artista finalmente tomó los pinceles. Uno tras otro los colores fueron dando tonalidad y brillantez a la creación. Satisfecho por el resultado me dijo, acercándose, que mi destino era el de un museo.

La noche llegó a la nave. Las puertas se cerraron. El lugar se inundó con un mutismo que fue roto por una voz aguda.

—No creas lo que has oído.

Desde un rincón un viejo títere de madera carcomida se atrevió a dirigirme la palabra.

—¿Acaso no escuchas? ¡Voy a ir a un museo para que todos me admiren, y se rindan a mis pies!

El títere, creyéndose sabio por los años, no cesaba en su empeño.

—A una exposición irás y algunos te vitorearán y luego, consumido por el fuego, como todos acabarás.

«Ese títere engreído, ¿qué se habrá pensado? Lo corroe la envidia por pasar la vida en un rincón».

Los días transcurrieron. Unos camiones cargaron con todos los pertrechos de la nave.

—¿Dónde nos llevan? —preguntó un muñeco.
—¡A la gloria! —respondí.

Gritos de júbilo y exaltación llenaron el transporte.

Mi euforia aumentó cuando me separaron del resto y me dejaron en un lugar junto con otros desconocidos.

Multitud de personas desfilaron ofreciendo elogios. Durante varios días destilé satisfacción.

Una noche, entre cánticos y vivas, me sacaron de aquel lugar llevándome junto a mis viejos compañeros. Gritos de alegría, fiesta y algarabía nos rodeaban.

Durante horas esperé el premio deseado, ese billete al museo. Pero no llegó.

Los días pasaron con rapidez, las gentes al observarme, admiraban la maestría de mi creador y ante los piropos contestaba: "¡Gracias!".

Llegó un día en que me rodearon el cuerpo con tiras extrañas. Pude observar por el rabillo del ojo como a mis compañeros les hacían lo mismo.

—¿Qué ocurre? —pregunté.
—No sé —contestaron los demás.

Avanzada la noche se me acercó el artista. Aquello me hizo gritar a mis compañeros: “¡Me voy!”.

—No pudo ser, ¡adiós amigo! —dijo, y yo me desmoroné.

Recordé la voz aguda del títere. Poco a poco me consumiría entre llamas acabando así con mi altivez y mi orgullo.

Pero algo ocurrió. Una bella mujer se acercó y me señaló con su dedo regordete. Mi creador fue el encargado de quitarme las ligaduras al tiempo que le oía decir:

—¡Te has salvado, amigo! ¡Te has salvado!

Con tristeza vi como el fuego consumía a mis compañeros. Una lágrima de mi salvadora, que hice mía, fue a parar en mi cara.

Ahora estoy en un escaparate, donde vuelvo a ver año tras año, como otros, con mi orgullo altivo son lo que fui. Y sin lágrimas lloro echando de menos mi destino. Acabar entre el fuego purificador como un muñeco de falla.