20 diciembre 2022

Un juicio cualquiera

Reza un villancico popular que al portal de Belén han entrado dos ratones, y al bueno de San José le han roído los calzones.

Alrededor de la sala se reunían multitudes ansiosas de saber el transcurso del juicio, unos a favor de los acusados otros, un poco mas alborotados en contra. En el interior se respiraba silencio, un silencio que mostraba solemnidad.

Iban a ser juzgados dos individuos a los que se les acusaba del delito más vergonzoso existente en época navideña.

—¡Todos en pie!

El juez hacía acto de presencia en la sala. El ruido de los presentes al levantarse y luego al sentarse, cuando se lo ordenaron, fue lo único que se escuchó. De repente un grito esbozado por un espontáneo que, abriendo las puertas de la sala de un fuerte empujón, entró  e hizo que todos se volvieran dando veracidad a aquel personaje.

—¡Culpables!

La actuación del juez fue rápida y contundente “Que lo arresten”, ordenó dando un fuerte golpe con su martillo de juez. Rápidamente aquel espontáneo fue maniatado y sacado de la sala.

El abogado fiscal comenzó sus alegaciones, describiendo los hechos. Aquellos dos individuos, los acusados, escucharon atentos los delitos de los que se les acusaban.

—Es un hecho, y así lo demostraremos, que los dos acusados robaron, pero no perpetraron un robo cualquiera, no robaron ropa, comida o dinero ¡No! —el fiscal daba énfasis a sus palabras para que las acusaciones fueran, ante los oídos del juez y los espectadores, mas graves de lo que unas alegaciones normales serían—, el robo que organizaron fue cruel y despiadado. Le robaron la dignidad a un padre delante de su primogénito. Esta fiscalía demostrará que sin remordimiento alguno atacaron sin previo aviso…

Las alegaciones del ministerio fiscal  se prolongaron con gran teatralidad durante tres cuartos de hora. Llegado el turno del abogado defensor se hizo un silencio sepulcral.

-—¡Señoría! —dijo el representante de los acusados—, mis clientes son culpables, y lo son por una causa indiscutible, y esa es el hambre. ¡Sí!, el hambre, no se sabe lo que significa este sustantivo hasta que se padece, hasta que cualquier cosa parece aceptable con tal de calmarla. No me refiero al hambre que padece un estomago vacío, ni el hambre que deja de pasar frío atroz, ni siquiera el hambre de poder que hace que el corrupto se llene los bolsillos, me refiero a ese hambre que lucha contra la desesperación, contra las ansias, contra las fuerzas de realizar algo prohibido, el hambre de la miseria, de vivir en la inmundicia. Ese hambre les hizo cometer a mis clientes todo eso de lo que se les acusa, pero habría que preguntarse ¿Qué hace el poder establecido para eliminar esa ansiedad? ¿Por qué en lugar de realizar un esfuerzo para calmar ese hambre, se les arrincona, se les hace desaparecer de la vista de los buenos ciudadanos, para que parezca que se vive en un mundo feliz?…

Mientras escuchaban a su abogado los acusados se miraron, y uno le dijo al otro:

—Ves Risqui, ya te dije que era un buen abogado.

—Sí, ¿Y qué pena crees que nos caerá por haber roído los calzones de San José?


 ©Jesús García Lorenzo

08 diciembre 2022

El matador

Hoy, al llegar a casa me encontré un sobre. Se había convertido en una costumbre desde hacia dos años, en él, siempre aparecían una fotografía, una dirección y dos mil euros en efectivo.

A mis setenta y ocho años, jubilado, solo y sin perrito que me ladrara mi vida se iba apagando poco a poco, todo consistía en un café por las mañanas, descafeinado por supuesto, y en pijama. Un paseo por la ciudad para ocupar el tiempo, comer en el bar de Juan, siesta mientras en la televisión emitían una película, vuelta al bar, una partida al dominó, cena y a dormir. Todo monotonía, todo aburrimiento, todo muerte lenta.

Un día a la vuelta del bar encontré un sobre que alguien, quizás por error, habían deslizado por debajo de mi puerta, no había ni remitente ni dirección, lo abrí y vi la foto de un hombre que me pareció conocido, acompañaba a la foto dos mil euros en billetes de cincuenta. Mi imaginación se desbordó ¿Acaso alguien quería ver muerto a ese hombre?,  ¿por qué?, y es más, ¿quería que lo matara yo?.

No dormí esa noche, mi cabeza le daba vueltas a quién quería ver muerto a aquel pobre hombre, pero lo que a las dos de la mañana me hizo levantarme y dar vueltas por todo mi piso era ¿Yo?.

Al día siguiente, con los nervios a flor de piel, llegué a plantearme, por un momento, cómo realizar el encargo, pero al pasar por el espejo del recibidor le pregunté a mi reflejo ¿Estás loco?

Pasados dos días de la recepción del sobre recibí una llamada de teléfono, una voz distorsionada me preguntaba el motivo de mi demora. No me dio tiempo a ninguna pregunta ni explicación, pues me daba dos días para ejecutar el encargo.

Sin saber porqué salí a dar un paseo como todos los días, pero en dirección a la calle del señalado. Para mi sorpresa lo vi salir del portal. Sin saber cómo ni porqué lo seguí durante una media hora hasta un parque donde jugaban muchos niños menores de diez años. Me senté en un banco desde dominaba una parte del parque un poco escondida, y vi porqué era el señalado. Me enfurecí tanto que sin dar crédito a mi razón fui hacia él, por fortuna aquel niño ya se había ido, lo empujé y como aún llevaba los pantalones por las rodillas se desequilibró y cayó golpeándose con la cabeza contra un bordillo del jardín. Murió en el acto.

La rabia de lo que había visto me impedía darme cuenta de que había matado a un hombre. Cuando llegué a casa se me apoderó una sensación de desasosiego tal que me serví una copa de coñac y me relajé en el sofá.

Mas tranquilo recibí una llamada telefónica donde la voz distorsionada me felicitaba por la realización del encargo.

En el noticiario del día siguiente daban por un ajuste de cuentas el asesinato de un pederasta al que la madre de un niño de seis años había denunciado a la policía por intento de abusos.

Me pareció que el caso estaba cerrado, sobre todo cuando al paso de los días nadie me buscó, ni preguntó, parecía que yo nunca hubiera estado allí.

Los sobres fueron llegando a lo largo de los meses, y no sé como cada vez me costaba menos realizar los encargos. El destino me ayudó en las realizaciones, pues de una forma u otra nunca tuve la necesidad de utilizar ningún instrumento para cumplir con lo pagado.

Hoy he vuelto a recibir el sobre. Quizás la fuerza de la costumbre, o el cambio de mi rutina, pero no le di ninguna importancia a la recepción de aquel sobre, así que después de acomodarme en el sofá abrí aquel dichoso sobre.

Mi cara dio un cambio al ver a quién se pretendía que matara, en aquella ocasión había una cantidad de cuatro mil euros y la fotografía era la mía.


©Jesús García Lorenzo