La lluvia pertinaz acariciaba mi piel a través de la ropa. De pie esperaba al hombre que momentos antes; a la distancia permitida por mi poco dinero, había visto cantar a la libertad.
Tras una hora, por la puerta de artistas asomó una figura que con un gesto de la mano me invitó a entrar.
Y apareció él. Un hombre corpulento, muy alto, con su frondosa y nevada barba, de la que emergían su nariz y sus ojos. Ojos cansados de ver cosas que mis quince años no habían visto nunca.
—¡Ché, estás empapado!
Sostenía en su mano derecha un sombrero gaucho que, con cuidado, situó junto a la funda rígida de su guitarra.
Pidió con un gesto de su mano a los que le acompañaban algo para secarme.
—Yo quería… —dije con timidez —,un autógrafo.
Mis piernas temblaban no por el frío, sino por su presencia a pocos centímetros de mí. Le extendí un pequeño bloc, mojado, acompañado de un bolígrafo mientras me secaba la cara con el paño ofrecido. Con una sonrisa medio oculta por su barba, cogió lo que mi mano temblorosa le ofrecía, y observó mis notas tomadas durante el recital.
—¿Estudiás música?
—Sí.
Con calma escribió lo que creí el autógrafo deseado, pero cuando pidió una foto, me di cuenta que no lo era.
—¿En el conservatorio?
—Sí señor.
—¿Qué curso cursás?
—Primero de grado medio.
En aquella foto garabateo el motivo de mi espera.
—¿Y te llamás?
—Jesús.
Levantó la vista, y a modo de broma, volviéndose hacia las personas allí reunidas, preguntó:
—¿Alguien ha estornudado?
Todos rieron. Todos menos yo.
—Ché pibe, ¿vos no sabés reír?
Avergonzado esgrimí una sonrisa mientras recibía de sus grandes manos mi bloc, el bolígrafo y su foto dedicada.
Cogió su sombrero gaucho, su funda de guitarra, y con una sonrisa se despidió de mí con un “sigue estudiando”.
Me quedé allí, mirando a través del cristal de la puerta de artistas, como desaparecía en un taxi.
Al día siguiente enseñé orgulloso a mis amigos la foto de Jorge Cafrune con su autógrafo y su dedicatoria. “A Jesús, un pibe valiente”.
—¡Ché! ¿Y hablaste con él?
—No sólo eso, me rectificó mis notas de los acordes.
Durante un tiempo fui el estudiante más popular del conservatorio.
Un día…
En las noticias de la televisión oí algo que me desgarró el corazón. Aquel hombre de barba nevada, corpulento y alto; muy alto, bondadoso y luchador, había muerto en circunstancias no aclaradas.
Cuarenta años después de aquel sucedido, su foto garabateada sigue presidiendo, junto a las de otros artistas, mi clase de solfeo.
Cuando mis alumnos hablan de sus ídolos musicales, recuerdo con nostalgia, y maldigo en silencio al jinete que, enarbolando su guadaña, se llevó a todos aquellos que marcaron una época de nuestra vida.