26 enero 2010

Una anécdota, un ídolo

El mes que viene es el aniversario de la muerte de un gran artista y luchador. Este es mi humilde homenage.




Una anécdota, un ídolo


La lluvia pertinaz acariciaba mi piel a través de la ropa. De pie esperaba al hombre que momentos antes; a la distancia permitida por mi poco dinero, había visto cantar a la libertad.

Tras una hora, por la puerta de artistas asomó una figura que con un gesto de la mano me invitó a entrar.

Y apareció él. Un hombre corpulento, muy alto, con su frondosa y nevada barba, de la que emergían su nariz y sus ojos. Ojos cansados de ver cosas que mis quince años no habían visto nunca.

—¡Ché, estás empapado!

Sostenía en su mano derecha un sombrero gaucho que, con cuidado, situó junto a la funda rígida de su guitarra.

Pidió con un gesto de su mano a los que le acompañaban algo para secarme.

—Yo quería… —dije con timidez —,un autógrafo.

Mis piernas temblaban no por el frío, sino por su presencia a pocos centímetros de mí. Le extendí un pequeño bloc, mojado, acompañado de un bolígrafo mientras me secaba la cara con el paño ofrecido. Con una sonrisa medio oculta por su barba, cogió lo que mi mano temblorosa le ofrecía, y observó mis notas tomadas durante el recital.

—¿Estudiás música?
—Sí.

Con calma escribió lo que creí el autógrafo deseado, pero cuando pidió una foto, me di cuenta que no lo era.

—¿En el conservatorio?
—Sí señor.
—¿Qué curso cursás?
—Primero de grado medio.

En aquella foto garabateo el motivo de mi espera.

—¿Y te llamás?
—Jesús.

Levantó la vista, y a modo de broma, volviéndose hacia las personas allí reunidas, preguntó:

—¿Alguien ha estornudado?
Todos rieron. Todos menos yo.
—Ché pibe, ¿vos no sabés reír?

Avergonzado esgrimí una sonrisa mientras recibía de sus grandes manos mi bloc, el bolígrafo y su foto dedicada.

Cogió su sombrero gaucho, su funda de guitarra, y con una sonrisa se despidió de mí con un “sigue estudiando”.

Me quedé allí, mirando a través del cristal de la puerta de artistas, como desaparecía en un taxi.

Al día siguiente enseñé orgulloso a mis amigos la foto de Jorge Cafrune con su autógrafo y su dedicatoria. “A Jesús, un pibe valiente”.

—¡Ché! ¿Y hablaste con él?
—No sólo eso, me rectificó mis notas de los acordes.

Durante un tiempo fui el estudiante más popular del conservatorio.

Un día…

En las noticias de la televisión oí algo que me desgarró el corazón. Aquel hombre de barba nevada, corpulento y alto; muy alto, bondadoso y luchador, había muerto en circunstancias no aclaradas.

Cuarenta años después de aquel sucedido, su foto garabateada sigue presidiendo, junto a las de otros artistas, mi clase de solfeo.

Cuando mis alumnos hablan de sus ídolos musicales, recuerdo con nostalgia, y maldigo en silencio al jinete que, enarbolando su guadaña, se llevó a todos aquellos que marcaron una época de nuestra vida.

15 enero 2010

Plagio


Una sensación de rabia y desespero fue apoderándose de Juan. Acababa de descubrir que uno de sus cuentos publicados en internet había sido plagiado por un pirata, un desalmado, un imbécil que no tenía imaginación para poder escribir dos palabras seguidas.

La primera reacción fue dar un fuerte golpe en la mesa. “Pobre infeliz”. Por su mente pasaron multitud de insultos, unos banales, otros personales y todos los incluidos en el diccionario, pero únicamente repetía una y otra vez: “Pobre infeliz”. Ni corto ni perezoso, se sentó delante del ordenador y publicó en su blog lo siguiente:

«Titulo: El plagiador.

»Como todos sabéis en este mundo existen seres que se aprovechan del trabajo de los demás. Éstos carroñeros del esfuerzo ajeno son incapaces de cazar por sí solos, y husmean con su hocico nauseabundo dónde se encuentra la mejor calidad, y sin ningún miramiento se apoderan de ella.

»Hoy he sido víctima de uno de estos putrefactos individuos, que se dedican a escudriñar internet en busca de cualquier texto que hubieran querido escribir ellos, pero que su falta de inteligencia les impide crearlo.

»A estos infelices, incapaces de pensar, les dedico estas líneas para que puedan grabarlas a fuego en sus mentes vacías. A ellos, los canallas que son hábiles en el asqueroso acto de matar una ilusión, les permito que me copien estas palabras, porque con ello me están diciendo que soy mejor en todo.

»Plagiador, ser inmundo, merecedor de la más cruel de las torturas imaginadas por el dominico Tomás de Torquemada, ¡te maldigo!, si tuviera poder para lanzarte una maldición, te lanzaría esta: “Que tus dedos crezcan cinco centímetros cada vez que pienses en escribir una palabra que no haya nacido de tu interior”.»

Al día siguiente Juan desayunaba en la cafetería de siempre, leía en el periódico una noticia que le proporcionó una carcajada digna del malo de una película, e hizo que todos los allí reunidos dirigieran sus miradas hacia él. La noticia decía:

“Anoche la sala de urgencias fue colapsada por multitud de personas que presentaban una extraña enfermedad. Los dedos de sus manos y pies se habían alargado varios centímetros. Se piensa que puede ser resultado de una contaminación de las aguas”.

04 enero 2010

El clarinete


El clarinete



¿Qué es un pentagrama sino el lugar donde se crean sentimientos? Entre sus líneas, la mano diestra del autor coloca, con su batuta con punta de grafito, notas juguetonas. Las corcheas y semicorcheas junto con las fusas y semifusas, provocan que las negras desbaraten el espectro sonoro.

—¡Silencio! —Ordena la clave— El maestro está creando.

Las alteraciones obedientes ocupan sus posiciones. El compás da sus instrucciones. La armadura de la obra está completa.

El lápiz, extensión física de una mente privilegiada, pinta la música que, con la complicidad del aire al vibrar, describe un paisaje, una pasión, una situación.

¿Resultado?, una obra con nombre de mujer en donde el sonido redondo de un instrumento de madera, atrevido y espectacular, habla de un amor no correspondido.

Javier observa la partitura, ve como las notas se revelan a lo largo del papel pautado. Las estudia, analiza, y con ayuda del metrónomo, las mide.

Sus dedos, ya viejos, no responden al juego. No están ágiles. Sin embargo lo intenta una y otra vez. Vuelve a observar la partitura, repasa mentalmente los tiempos, la medida, y su traspié.
Cansado y defraudado, limpia su instrumento dándole un descanso a éste y a su ánimo.

Al día siguiente lo intenta de nuevo, pero sus dedos; “¡malditos dedos!”. Otra vez cede decepcionado.

Un día, con los ojos inundados, toma una decisión. Durante un ensayo comunica su abandono. Los intentos de su maestro y sus compañeros para que desista son infructuosos. Javier da el gran paso al otro lado y se convierte en espectador.

Los músicos ofrecen un maravilloso concierto. Javier, entre el público, disfruta de la interpretación. Las notas bailan caprichosas. Las corcheas y sus hermanas menores se revelan, los silencios separan el tumulto.

Suena el clarinete. Javier cierra los ojos. Repasa una a una cada nota. No puede evitar que las lágrimas resbalen por su rostro.

El público aplaude la maestría, vitorean al director y a la orquesta. Los músicos se retiran, los aplausos cesan, y el escenario se queda vacio, en silencio y a oscuras.

Una noche, en un ensayo, alguien lleva una noticia que, como la pólvora, recorre cada una de las cuerdas de la orquesta. Javier, al terminar el último concierto, sufrió un infarto que no pudo superar. El director sugiere, como homenaje a Javier, volver a tocar aquella obra en el próximo concierto.

Comienza el ensayo, y cuando llega ese pasaje, el clarinete solista se equivoca. El director detiene el ensayo. En ese momento comienza a oírse un clarinete que, con una maestría insuperable, interpreta todas las notas.

Cuentan que cada vez que la orquesta ensaya aquella obra, los músicos callan, y cerrando los ojos sienten entre ellos a Javier tocando su clarinete.