Te
vi pasar en una ocasión cerca de mi, casi me rozaste. Tu presencia no pasó
desapercibida puesto que me volví, para observarte, una vez me rebasaste. Te
vi de nuevo en la televisión, en el cine y otros lugares más donde era imposible
notarte tan cerca como en aquella ocasión.
Siempre me he arrepentido de no
haberte dicho algo cuando te tuve tan cerca. Haberte piropeado, llamado,
susurrado ¡Algo!, pero me limite a verte pasar, sin más. Durante toda mi vida
ha sido igual, y eso me ha conducido a lo que soy, un pobre ser falto de todo:
Afecto, tranquilidad, sosiego.
Ahora, en el último trayecto de mi
vida hago repaso de lo que fue, y descubro con tristeza lo que pudo ser. Todos
esos lugares que no pude visitar, todas las alegrías que no disfruté, las
tristezas que no compartí, los dolores que amasé, los odios que esparcí y la
angustia con la que me cubrí en algunos momentos de soledad.
Llegas tarde, aunque como se suele
decir: Más vale tarde que nunca, porque aunque sólo sea ahora te deseo y te
anhelo con endemoniada avaricia. ¡No!, no hace falta que me digas quién eres,
lo sé, te conozco muy bien. Te he visto en muchas caras, en demasiadas formas
de vida, en lugares maravillosos. Situaciones deseadas por lo lejanas que se
veían.
¿Tu nombre? ¡Ah! Felicidad, Dicha,
Bienestar, Prosperidad, Fortuna, Bonanza. Tantos nombres que se hace complicado
pronunciar cuando se han querido gritar ante la imposibilidad de sentirlos.
Me voy de este mundo sabiendo que tú
siempre llegas aunque, como en esta ocasión, sea con mi último suspiro.