23 diciembre 2011

Bip, bip, bip.

Alzando la mano Cero decía adiós a su mejor amigo, Uno. Uno era siempre el más veloz de los dos en las carreras que se organizaban en la escuela. Ese día, por la mañana, comunicaron a Uno que tenía que unirse a un grupo muy, pero que muy largo. Cuando Cero preguntó qué era, se le dijo que eran muchas palabras que formaban una carta.

—¿Una carta, qué es eso?

—Hay Cero, parece que estás en el mundo para que haya de todo.

Fue su padre quien le contestó, un bit gordo y simpaticón que lo acompañó a la estación de salida y poder así despedirse de su amigo.

—Una carta es la forma que tienen los humanos para comunicarse entre ellos cuando están muy lejos.

—¡Aaaah! —dijo Cero sin estar convencido de haber entendido.

Después de la despedida volvió a su casa, un gran edificio al que le llamaban RAM. Cuando llegó la hora de acostarse su padre le contó una historia: «Los humanos escribían usando unos artilugios con tinta que se pegaba al papel allá por donde se deslizaba. Con el tiempo» —siguió contando—, «los humanos nos crearon a nosotros, unos insignificantes dígitos binarios, pero muy veloces. Nos enseñaron a agruparnos en palabras. Con muchas de ellas se formaban cartas. Éstas podían enviarse como hacían antes, o meternos a todos nosotros, bien ordenados, en una nave muy grande llamada Archivo, y mediante un tren E-mail llegar a su destino por el espacio».

Cero escuchaba muy atento. Su atención estaba dirigida a que en una determinada época del año los niños enviaban cartas de deseos a unos reyes que vivían en oriente. Aunque nadie sabía exactamente donde estaban sus palacios.

Cuando el padre de Cero terminó, lo arropó y dejó que durmiera, y entonces tuvo un sueño: Se encontraba en una nave que viajaba por el hiper-espacio dentro del tren E-mail. Cuando llegó a su destino pudo ver a través del cristal a un humano con barba que decía a otros que había un niño que deseaba un regalo pero que era muy pobre para pedirlo, y que a través de los Bits, alguien se lo había comunicado. Aquellos humanos comenzaron a construir un extraño artilugio que llevaba dos cosas redondas y… Sonó el despertador.

Habían pasado algún tiempo. Un día al salir de su casa Cero escuchó la alarma. Había que reunir a todos los Bits desocupados en ese momento para poder formar una carta muy urgente.

Cero preguntó, pero nadie le supo decir qué era lo que ocurría. En la distribución por Bytes, fue un viejo amigo de su padre quien le dijo que estaban en la época de los deseos. Cero se alegró, por fin iba a formar parte de una de esas cartas. Aquel sueño que tuvo tiempo atrás, se estaba convirtiendo en realidad.

Los grupos que se formaron no fueron muy grandes.

«Vaya», pensó. «Para una vez que voy a formar parte de una carta de deseos, no parece muy importante».

El e-mail salió a toda velocidad hacia su destino, y Cero pensó que por fin conocería de verdad a esos reyes magos, pero por los altavoces oyó que en pocos segundos llegarían al Polo Norte.

—¿Polo Norte? —Dijo Cero muy extrañado.

—Sí —dijo un bit mayor—, ahí vive otro mago que regala deseos, a este le llaman Santa, y que con un trineo los hace llegar a quienes han sido buenos, la noche anterior a Navidad. Día muy importante para los humanos.

—¡Aaaah!

Al poco vieron a través del cristal a un hombre con una barba muy blanca, que con los ojos muy abiertos apretó un botón sonando una alarma muy fuerte. Enseguida apareció otro humano, y Santa le explicó que un niño había escrito una carta a Melchor, y que por error le había llegado a él.

—Hay que reenviarla rápidamente a Melchor. Encárgate.

—Pero… —Titubeo su acompañante de orejas puntiagudas—, hay un corte de energía y no podemos enviar nada. Además, está cayendo tanta nieve que el transporte no puede salir.

—¿Atrapados?

—Sí, Santa, sin remedio.

Cero y el resto de Bits quedaron atónitos ante lo que acababan de oír. Si nadie lo remediaba habría un niño que no recibiría su deseo.

—Además, Santa —dijo el de orejas puntiagudas—, ese niño está en una zona de guerra, y ya sabes lo difícil que es llegar a esos sitios.

Zona de guerra. Cero conocía esa expresión. Cuando era pequeño hubo un ataque de unos virus. Muchos amigos de sus padres murieron en aquella guerra aunque la consiguieron ganar. Mala cosa era lo que estaba ocurriendo. Una carta de deseos había sido enviada a un destino equivocado, y como no se encontrara la forma de reenviarla al lugar correcto ese niño se quedaría sin deseo.

Cero organizó a sus compañeros para buscar una solución, pero había un inconveniente, la energía. Sin ella no podían moverse. Entonces Cero recordó una de las clases en la que se les dijo que el sol era una fuente de energía muy potente. Preguntó a uno de sus compañeros si se podía realizar alguna conexión con el sol y enviar la carta a ese tal Melchor. El compañero, que era un cerebrito, estuvo durante unos segundos pensando y dijo:

—Sí, existe la forma, puedo conectar parte de este ordenador atraer del sol la energía necesaria y enviar un aviso. Pero hay un inconveniente.

—¿Cuál? —Preguntó Cero.

—Podría destruirnos, por lo que tiene que ser de una duración de un nano-segundo, y sólo uno de nosotros puede ser enviado, con ello lo que conseguiremos es que suene una alarma en el destino. Además… si no está en ese momento viendo la pantalla no se dará cuenta y el esfuerzo habrá sido inútil.

—¡Es igual!, hay que intentarlo. Me ofrezco voluntario. Comienza a trabajar.

Así es como, mientras Santa y sus amigos buscaban la forma de solucionar el problema, su ordenador emitió un fuerte sonido. La pantalla se iluminó apareciendo un mapa con una línea roja que se dibujaba hacia el sur.

A través de hiper-espacio un Bit llamado Cero volaba gritando:«¡Bip, bip, bip!». Una vez en su destino, miró a través del cristal y pudo ver a un hombre con una corona que miraba extrañado la pantalla. Era Melchor. Aunque Cero le gritaba e intentaba explicarle el motivo de su llegada, no podía verlo ni oírlo. Melchor no comprendía que significaba aquel sonido extraño que había acompañado a un puntito rojo en medio de la pantalla. Al otro lado del cristal se amontonaban caras extrañas que por sus gestos no comprendían nada.

—¡Cero!

Aquel grito hizo que Cero callara y se volviera.

—¡Uno! —Gritó con alegría.

Su amigo, al que creía que no volvería a ver, estaba allí como una respuesta a un deseo no pronunciado. Después de la alegría del encuentro, Cero le explicó a Uno el motivo de su llegada. Sin perder un solo momento Uno organizó a todos sus compañeros formando grupos.

—¡Hey, mirad!

Melchor no podía creer lo que estaba viendo. En el ordenador apareció una carta no escrita por Santa, pero que explicaba la llamada extraña, así como todo el problema existente de los deseos del niño en la zona de guerra.

Todo el equipo de Melchor se puso a trabajar. Se contactó con los otros reyes Gaspar y Baltasar. Se preparó un plan para resolver el problema suscitado. Cuando la tormenta que rodeaba a Santa amainó hubo una reunión de urgencia, y se acordó repartir los deseos de todos esos niños que estaban bloqueados por la guerra.

La noche anterior a Navidad en la zona bélica el oscuro cielo se iluminó con ráfagas de ametralladora. Pero cuando dieron las doce una fuerte luz apareció como si fuera un amanecer. Todos, amigos y enemigos, quedaron absortos al ver como un gran trineo surcaba desde el norte dejando caer paquetes de deseos hacia a las manos de los niños. Por el oriente y cabalgando sobre camellos detrás de una gran estrella aparecieron tres reyes dejando caer regalos.

Fue así como un simple cero consiguió ponerse del lado correcto, en el que suma, y durante una noche los hombres dejaron de matarse.

La pregunta es: ¿Hay esperanza?

— ¡Siempre!, y si no dímelo, me llamo Cero.

FELIZ NAVIDAD

Y MUY

PROSPERO AÑO 2012

07 diciembre 2011

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Andrés, cincuenta y nueve años, casado y con dos hijos. Una tarde de regreso a su casa del trabajo recoge el contenido del buzón. Entre los seis sobres hay uno pertenece a una editorial que, mediante publicidad, intenta venderle libros.

La curiosidad, y el ser un lector de los que se les denomina como devoradores de textos, le hacen abrir ese sobre el primero. Entre el catálogo de libros a la venta que acompaña a la publicidad hay una carta escrita a mano, cosa que le parece excepcional puesto que es una rareza, del gerente.

En su recorrido dentro del ascensor su cara va cambiando de gesto y color a medida que lee el contenido. Cuando el elevador se detiene en el piso seleccionado, Andrés está indignado, malhumorado y a punto de explotar.

Tras atravesar la puerta de su hogar, saludar a su familia y encerrarse en su despacho, lugar de trabajo o como lo llama su señora: “Leonera”. Enciende el ordenador y se presta a enviar un email dirigido al gerente de la editorial que le ha enviado la publicidad.

Muy señor mío:

Acabo de recibir, de usted, una carta donde se me expone el catálogo de su editorial por si quisiera comprar algún libro. He de decirle que estoy muy interesado en alguno de los libros que me ofrece. Por otro lado, quisiera hacerle ver algo muy importante para su negocio y su formación personal.

Verá, el diccionario de la Real Academia Española, así como el de María Moliner y otros muchos que su editorial ofrece, exponen claramente que: «Haber» es un verbo, que «A ver» es ir a mirar o expresa esa intención, y que «Haver» NO EXISTE. Que «Hay» pertenece al verbo haber, que «Ahí» denota un lugar, que «Ay» es o forma parte de una exclamación y siempre va entre admiraciones, pero que «Ahy» NO EXISTE. Que «Haya» pertenece también al verbo haber, que «Allá» indica un lugar, y que «Haiga» NO EXISTE.

¡Ah! Para su información, y que sugiero que se lo escriba en su libreta de nuevas palabras del día: «Valla» es una cerca, «Vaya» pertenece al verbo ir y que «Baya» es un fruto.

Para terminar le sugiero que la próxima carta se le dicte a su secretaria, que seguro que a pesar de cobrar menos que usted tiene más cultura.

Atentamente

Un lector