25 abril 2010

Él y ella

—¡La vida es injusta y selectiva! —. Gritó rabioso.

Ella, le apartó de su lado.

10 abril 2010

El canon bibliotecario


El otro día hice limpieza de periódicos viejos, que siempre se guardan para hacer uso de cualquier evento —que le vamos hacer, uno es así, guarda y guarda hasta que en casa le dan el ultimátum—, como es habitual en mí revisé aquello que iba a engrosar el contenedor de papel y cartón. Cuál fue mi sorpresa cuando me topé con una noticia que, en su momento no le di la importancia que tenía —un servidor es así de despistado—, y me puse a investigar en el Dios Internet a través de su profeta Google.

La noticia que todos conoceréis —porque no sois tan desastres como yo—, hablaba del impuesto a las bibliotecas públicas sobre los libros que se prestan, 20 céntimos de Euro, dictaminado por Europa y que está respaldado por CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y SGAE (Sociedad General de Autores y Editores), investigando en internet —como antes he mencionado— encontré un manifiesto del escritor “José Luis Sampedro”, en el que hace una defensa a ultranza de su desacuerdo con este canon. En este manifiesto, José Luis Sampedro, habla de su infancia y de cómo se fue formando su afición a la lectura con libros prestados, y entre tantas preguntas que se hace, resalto estas dos: “¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos?”

Particularmente me hago esta otra, ¿algún día nos cobrarán por hacer uso de las palabras que están en el diccionario? ¡Espero que no!, porque si eso ocurriera, no quisiera pensar en el mutismo en el que nos veríamos envueltos. Nadie hablaría, ni escribiría y por lo tanto no leería. Me estoy acordando de aquella novela que escribió, Ray Bradbury, titulada: “Fahrenheit 451” ¿Fue un visionario?

Mi parecer es que las bibliotecas —Públicas o privadas— que se nutren de libros donados o comprados para un solo fin —y que en su adquisición ya se ha pagado el canon correspondiente—, fomentan la lectura y por lo tanto la cultura, y a ésta no se le debería agravar más su difusión.

En fin, ni que decir tiene que me deshice de todos los periódicos viejos que guardaba, no fuera que me cobraran por hacer un uso indebido de ellos, o sea, otro que no sea el de leerlos.