18 mayo 2010

Un primer premio (publicado)

Ya han publicado el relato en "El coloquio de los perros" , os dejo el enlace.

http://web.elcoloquiodelosperros.es/

El relato se llama "La terrorífica llamada"


Mayo, mes en el que cumple un año este blog, ha traído una cosa buena (todo no iba a ser malo), ayer me comunicaron que un relato que había enviado al concurso organizado por "La Asociación Cultural El coloquio de los perros", en la ciudad de Córdoba, bajo el lema: "Música , maestro", ha sido seleccionado por el jurado como ganador.

Como emprenderéis estoy en la fase de "todavía no me lo creo", espero que vosotros, los seguidores de este blog, y los que pasáis de vez en cuando os alegréis conmigo.

Prometo daros más información cuando recoja el premio, y si lo publicaran en su página Web, poner un link para que podáis leerlo.

Un saludo a todos.

01 mayo 2010

La deuda

Ha llegado Mayo con sus flores, y con él este blog cumple un año. Lo primero que escribí fue:"Este blog es consecuencia de la insistencia de aquellos que acabaron hartos de oírme y no leerme. "

Pues bien, para celebrar el primer aniversario os dejo un relato, algo más largo de lo que habitualmente estáis acostumbrados a leerme. Si tenéis paciencia y llegáis al final recibiréis mi agradecimiento, y si además comentáis, las gracias serán infinitas.

La deuda

El día había sido estresante. Echaba de menos el calor del hogar y relajarme con una refrescante ducha, un vaso de espléndido licor y un buen libro, pero el viaje en metro se hacía interminable. Cuando llegué a mi parada y salí al exterior, respiré profundamente el aire contaminado de la ciudad, que a mí me pareció puro y refrescante.


Ya en casa revisé, como hago por costumbre, el buzón. Estaba repleto de publicidad, recibos y un sobre sin remite que me llamó la atención por el tipo de letra gótica utilizada para escribir mi nombre. Mi primera reacción fue abrir aquel sobre pero la aparición de algunos vecinos y su conversación me hizo desistir.


Una vez acomodado, recogí el contenido del buzón que había casi olvidado en el mueble del recibidor junto con las llaves. Volví a sostener en la mano el dichoso sobre. El papel era de un tipo extraño, grueso y áspero. Admiré la letra escrita, al parecer con pluma. Pensé: «¿Quién en los tiempos que corren puede hacer uso de una pluma?».


Imaginaba al autor escogiendo, entre varias, la pluma de ave adecuada, con el grosor justo para que al biselar la punta retuviera la tinta necesaria y poder escribir, al menos, una o dos palabras completas. Pensé que se trataría de alguien que conocía muy bien la letra gótica y su técnica para dibujarla. La tinta empleada no parecía la habitual que se puede comprar en una papelería, era de color ocre y cada palabra estaba rematada con un giro, a modo de punto, que no hacía ligera su lectura.


Leí mi nombre y primer apellido, no había más, ni dirección ni nada que indicara qué persona la enviaba. Sin embargo, llevaba un matasellos en la parte superior, de esos que se estampan en las cartas sin sello. ¡El sello! No había caído en ese detalle. No llevaba ninguno, al menos pegado, pero sí lo tenía dibujado, con gran esmero, con la misma tinta y trazos.

Le di la vuelta y volví a comprobar que no figuraba ningún remite que pudiera mostrar el origen de aquella carta. También me llamó la atención el tipo de cierre empleado en el sobre. Vi restos de un pegamento que en un principio me pareció pasta, como las empleadas por los artistas falleros. Una mezcla de harina y agua.


Estaba tan fascinado con el sobre que no quise rasgar ni un milímetro de aquel papel, por lo que me empleé a fondo con el abrecartas. Cuando conseguí abrirlo, extraje el papel de carta: era del mismo material que el sobre. Pero mi asombro no terminó ahí.


Me quedé helado cuando al ver, con una caligrafía excelente, el inicio de esa carta: «Valencia, a cuatro de Mayo del año del Señor de mil ochocientos diez. Vuestra Merced que, cuando lea esta carta vivirá, es mi deseo, en Gracia con Dios y en los años venideros, que a este humilde servidor le cuesta calcular…»


Una sensación extraña provocó que dejara rápidamente aquel sobre y su contenido encima de la mesita baja que tenía enfrente. Mirándola con fijeza me hice mil y una preguntas, ¿quién, cómo, cuándo, por qué? La volví a coger con la intención de aclarar todas las dudas.


Me llevó un tiempo acostumbrarme a la letra pero conseguí enterarme de su contenido. Al parecer un tal Don Alfredo de Castellnova y García, tenía una deuda con un antepasado mío que no pudo resarcir debido a la repentina muerte de éste a manos de unos nativos del Brasil. Intentó encontrar a alguien de su familia sin éxito, y como era un hombre de palabra, encargó a su bufete que pasadas varias generaciones se le entregara, esta carta, al primer descendiente vivo localizable, y se le compensara la deuda.


A la mañana siguiente, sin haber conciliado el sueño, me desplacé al centro de la ciudad donde un anticuario, amigo de toda la vida, tenía su negocio. Quedó fascinado al examinar el sobre en la trastienda. Me dijo que ese papel era original, que no se fabricaba desde hacía ochenta años, y que la pasta con la que estaba pegada la solapa era una mezcla de harina y agua en la proporción adecuada para que sirviera de adhesivo.


En la oficina de correos, después de dar muchas patadas y comprar lotería para los funcionarios jubilados, me indicaron que según el registro postal la carta la había enviado un despacho de abogados. Con la dirección en la mano salí dispuesto a que se me aclarara el significado de todo aquello.


La sensación de recibir una herencia que acabara con todos los males económicos por los que pasaba, inundó mi corazón y mi mente. En un taxi me dirigí a la dirección indicada por la oficina postal; previamente había anunciado mi visita adelantándola a través del teléfono. El lugar se encontraba en el extrarradio de la ciudad.


La decoración del bufete era espléndida, señorial, sobria a la vez que elegante. Me hicieron pasar a un espacioso despacho donde extrañamente el único mobiliario eran unas estanterías en las paredes. Una amable señorita me indicó que muy pronto me atenderían.


La primera estocada me atravesó el costado. La quemazón de la punzada me dejó sin aire e hizo que me inclinara sujetándome la herida. El tirador, acompañado por dos personas, aparentaba tener aproximadamente mi edad y me hablaba de cobrar la deuda de la misma manera que lo habría hecho su antepasado. La segunda, rápida y certera, me seccionó el corazón, y antes de que el acero del florete abandonara mi cuerpo, pude ver con toda claridad la satisfacción de mi matador.