Ha muerto mi mejor amigo. Mis ojos se han secado de tanto llorar.
El dolor, transformado, no deja de hacer daño.
Ya han pasado quince
días y apenas me alimento. Cualquier cosa me recuerda su amistad, y a él.
Estoy hospitalizado
con goteros. No quiero vivir, no sin mi amigo.
Una gran somnolencia me está invadiendo, y a lo lejos, sin mucha nitidez, me parece
verlo. Oigo su voz llamándome. El alma se me alborota. Lleva en la mano la correa, y muevo
el rabo mientras corro hacia él.
«Ven chico», me dice al
acercarme. «Ahora estaremos juntos para siempre»