Gotas saladas van mojando el papel en el que escribo estas
líneas, y se intensifican a medida que mis recuerdos reviven con fuerza en mi
mente. Una música que llega como un suspiro tiene la culpa. Sin quererlo mi
corazón se inunda de sentimientos, y no sé si es por olvido o por abandono.
Me invade un desesperado agobio al terminar aquella melodía
que alguien cambia y busca otra más actual.
En un reflejo incontrolable enciendo
mi receptor con la intención de encontrar esa emisora que, abriendo la caja de
los recuerdos, ha realizado una descarga de vida a mi corazón. Entre ruidos,
voces extrañas y programas no deseados, aparece; saliendo por el cono de cartón
del altavoz se incrusta en mi pecho cual flecha salida de un arco bien tenso.
Durante unos segundos cierro los
ojos y me veo con veinte años, repeinado y con un pantalón ajustado, cuya raya
perfecta rivaliza con mi camisa limpia que, adornada con mi mejor corbata, se
agazapa entre una americana a la espera de la llegada de mi cita.
Otra melodía, otro recuerdo, otra
imagen y un olor olvidado. Abro los ojos y busco el origen. Mi olfato me lleva
a una planta maceteada y plantada en una jardinera en mi balcón. Miro aquella
flor con una sonrisa en mis labios. Con la que dan los años, esos que, aunque
vividos con intensidad, se olvidan de sonreír, hasta que un olor, una música o
una imagen, reavivan el cerebro con fuerza para reactivar los latidos del corazón,
adormecidos y somnolientos.
Las horas pasan sobre el oleaje,
unas veces suave y otras bravo, de los recuerdos. El instinto me lleva a buscar
un papel y un lápiz para plasmar lo que mi corazón siente. Mi mano tiembla, y
lo escrito va emborrándose bajo las lágrimas que, inundando mis ojos, impiden la
visión. Y grito, con un grito desgarrador ¡Quiero volver! Volver a ser joven, a
revivir lo vivido, a sentir lo sentido y a rectificar los errores cometidos.
Una voz me repite una y otra vez que
no, no puede ser. Que la vida, al igual que el agua, cuando pasa se incrusta
parte y continua sin mirar atrás, y cuando llega a su destino sólo le queda
recordar, y a veces con dolor, lo dejado.
Mi corazón, siempre luchador, se
revela y pelea; con tanta furia lo hace que el lápiz se desliza de entre los
dedos, las fuerzas me abandonan, y al caer sobre la mesa me veo cruzar la calle
corriendo alegre, oliendo a agua de colonia y con un billete nuevo en el
bolsillo, con él pienso pagar dos entradas en el cine que ella elija.
Me siento cansado, muy cansado. Mis
oídos se llenan con el ritmo y las notas del recuerdo, y en mis labios se va
dibujando una sonrisa olvidada. Ese gesto de felicidad perdura mientras mi alma
abandona mi cuerpo camino del pasado.