Lo nuestro era algo más que
una amistad. Era darlo todo. Aún recuerdo la primera vez. Yo tímido, tú con los
brazos abiertos. Desde aquel día supe que tenía que entregarte los mejores años
de mi vida. Y así lo hice, sin importarme el tiempo que invertía en ti, o las
noches en vela buscando la forma de mejorar nuestra relación.
Nunca me quejé, tú también lo diste todo; dentro de tus
condiciones, eso sí, que dejaste claras desde el primer momento. Pero a mí no
me importó.
Los años pasaron y nuestra relación era la envidia de
muchos, hasta que el tiempo blanqueó mis cabellos, arrugó mis facciones y
encorvó mi espalda. Mi juventud llegaba a su fin, y a ti te importó, sobre todo
cuando empezaste a mirar con deseo a otros más jóvenes, más fuertes y más maleables.
Unas
palmaditas en la espalda, buenas palabras y un dinero en pago es todo lo que me
diste.
Ahora me llaman “parado”, y formo parte de una
estadística macabra donde solo los desterrados y olvidados lloran una amistad
perdida.
En tu puerta, y bajo unas grandes letras que muestran tu
nuevo nombre: “Multinacional”, yace mi cuerpo ensangrentado por una bala, con
la que sentencié nuestra enemistad.