20 junio 2013

Enemistad


            Lo nuestro era algo más que una amistad. Era darlo todo. Aún recuerdo la primera vez. Yo tímido, tú con los brazos abiertos. Desde aquel día supe que tenía que entregarte los mejores años de mi vida. Y así lo hice, sin importarme el tiempo que invertía en ti, o las noches en vela buscando la forma de mejorar nuestra relación.
            Nunca me quejé, tú también lo diste todo; dentro de tus condiciones, eso sí, que dejaste claras desde el primer momento. Pero a mí no me importó.
            Los años pasaron y nuestra relación era la envidia de muchos, hasta que el tiempo blanqueó mis cabellos, arrugó mis facciones y encorvó mi espalda. Mi juventud llegaba a su fin, y a ti te importó, sobre todo cuando empezaste a mirar con deseo a otros más jóvenes, más fuertes y más maleables.
Unas palmaditas en la espalda, buenas palabras y un dinero en pago es todo lo que me diste.
            Ahora me llaman “parado”, y formo parte de una estadística macabra donde solo los desterrados y olvidados lloran una amistad perdida.
            En tu puerta, y bajo unas grandes letras que muestran tu nuevo nombre: “Multinacional”, yace mi cuerpo ensangrentado por una bala, con la que sentencié nuestra enemistad.