27 septiembre 2010

Las manos

Con las manos manchadas de sangre miraba aterrorizado la consecuencia de un sin saber, de una sin razón, y mis manos, actuando por iniciativa propia, me miraban de frente.

La mente me gritaba: “¡Aléjalas!”, pero por más que lo intentaba no podía. Allí estaban, plantándome cara, desafiantes. “¡Atrévete!”, me decían. Mi corazón, consejero durante años, se lanzó al galope intentando huir.

Luché para detenerlas, pero ellas continuaban en su avance hacia mí. Parecían reírse, burlarse. Miré de soslayo el cuerpo inerte que yacía a mis pies, y sentí pánico.
Intenté gritar, pero una de ellas aferrándose a mi boca me lo impidió, mientras que la otra, amenazante, se acercó a mis ojos. El terror me atenazó.

A ciegas y tambaleándome huí a la desesperada. De pronto, sin saber de dónde, oí un fuerte bocinazo y sentí un golpe.

Ellas habían acabado con el único testigo.

Los titulares del día siguiente rezaban: “El receptor de las manos de un condenado muere atropellado por un camión”.

18 septiembre 2010

Poesía y prosa


A Turkesa


El corazón latía con fuerza. Observó cómo se elevaba su cuerpo separándose de ella. Sin saber cómo ni por qué.

—¿No has oído hablar de los viajes astrales?

¡Era ella misma la que le estaba preguntando!

Apenas le salía la voz. Se veía de pie en la habitación, cuando en realidad estaba tumbada en la cama. Asombro, miedo e incredulidad eran los sentimientos más barajados por su corazón.

—Somos dos partes distintas que conviven juntas. Yo soy la poesía, y tú la prosa —dijo con tono amistoso—, ¿nunca te has preguntado la razón por la que tus relatos tenían un sabor poético? Ahora ya lo sabes.

No hubo discusión, sino un compartir. Un dar y recibir entre dos que son la misma. Entre un corazón y sus latidos.

Pensó en crear dos blogs. Uno para cada disciplina literaria. Al primero lo llamaría: “La prosa de mis sentimientos”, y al otro: “Mis sentimientos poéticos”.

Los gritos la devolvieron a la realidad. Dolores, con los ojos bien abiertos, oía la fuerte discusión entablada por partidarios de la poesía y de la prosa en el Café De Las Letras. Con serenidad se levantó dirigiéndose a la puerta, y mascullando.

—Este es el mal de la pluma.

02 septiembre 2010

Consecuencia

Desenroscó la caperuza de su pluma con calma, sin prisas, y acabó la lectura del documento. Sonrió. Firmó.

Esa misma noche al acostarse su mujer le preguntó: «¿Qué tal el día?», contestó tranquilamente con un «“Bien”», le dio un beso y apagó la luz.

Esa madrugada el verdugo dio media vuelta al garrote, y una vida acabó.

Al día siguiente otra pluma, otra sonrisa, otro… Bien, y el mismo verdugo.

El juez desenroscaba, con calma, el capuchón de una de sus plumas. Le sonrió y firmó.

Su cabeza rodó por el suelo como consecuencia del movimiento, rápido y certero, de la mano huesuda del portador de la guadaña.