Un poeta y un narrador discutían sobre qué disciplina literaria podría describir mejor a la Muerte.
El cuentacuentos defendía la brevedad en las frases, sin metáforas. El poeta, con puntería, dirigía su argumento hacia los sentimientos y sensaciones.
—La poesía —decía el poeta— puede hacer sentir al lector que está muerto, mientras que el relato sólo puede hacer que lo imagine.
—¡Já! —Replicaba el cuentista—, el relato envuelve al lector en el miedo que la presencia de la negra figura transmite.
Sentados en dos cómodos sofás, y con un vaso de buen néctar español en la mano, seguían con su tema sin importar la hora de amanecida.
Sonaron unos golpes en la puerta, y al abrirla, no encontraron a nadie. Cuando volvieron a los confortables sillones una mujer, insultantemente bella, les aguardaba para integrarse en el debate. Sorpresa, temor, miedo, terror. Luego, paz. Continuaron la discusión.