30 septiembre 2012

¡Extra, extra! Ha salido Prosofagia-16


En esta ocasión, y porque así esta lo merece, interrumpo la serie de El mundo desconocido de las letras para referirme a una revista literaria en la que en ocasiones he participado con algún cuento y un artículo, me refiero a la revista PROSOFAGIA que ha publicado su número 16, o si lo preferís: dieciséis.
            En su reciente publicación podréis encontrar, como siempre, artículos interesantes, no sólo para aquellos que escribir una palabra detrás de la otra, en su correcto orden, represente una obsesión, sino para todos los que desean aprender a leer y escribir cada día un poquito mejor, como un servidor.
            Existe un artículo que, particularmente, me parece interesantísimo, y no especialmente por lo bien escrito que está (como todo lo que publica esta revista), sino por lo que se aprende de él. Me refiero al que trata el leísmo, laísmo y el loísmo. Sí ya sé, muchos diréis que eso depende de la región de España, o del país al que se pertenezca por nacimiento y aprendizaje, pero estaréis conmigo que a la hora de escribir se hace mal uso, y precisamente por eso: La costumbre. ¡Pues bien! En este artículo comprobaréis que a veces metemos, y yo el primero, la pata en su totalidad.
            Ni que decir tiene (bueno, llegado este punto, he de manifestar que algunos de vosotros, por no decir muchos, ya conocéis esta super- revista), que  posee PROSOFAGIA en sus páginas interiores (esto me ha salido muy periodístico), entrevistas con Martínez de Sousa y Ángela Valhey, y un artículo sobre un personaje algo especial, me refiero a Fernando Arrabal, hombre que ha dado mucho que hablar aquí y allá, por sus rarezas que, sin llegar a conocerlo, son casi (y digo casi porque son incomparables) semejantes a las de Dalí.
            Encontraréis también humor, literario por supuesto, poesía y cuentos, así como fotografías con una calidad visual perfecta, y con motivos que abren la puerta a la inventiva de un poema o una narración.
            ¡En fin! Una revista literaria digna de tener en cuenta, para ser leída con atención, y tenerla como referencia para consulta.
            Simplemente para terminar deciros que os dejo el link para que podáis leerla. Ojalá os cause tan buena impresión como me la ha causado a mí.


23 septiembre 2012

Las vacaciones


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"El mundo desconocido de las letras"



Las vacaciones


¡Por fin llegaron las vacaciones! Un año tras otro, fueron marcadas por fiestas nocturnas, hoteles caros, lugares claramente turísticos, como Benidorm, y rodeados de fiestas.
            En esta ocasión serían diferentes. Tranquilidad, días de asueto, olvidando el estrés y las aglomeraciones.
            ¡Y qué mejor lugar que un monasterio! Allí la paz estaba asegurada, así que comencé a buscar en internet y conseguí el lugar deseado. Antiguo, alejado, con piedras llenas de historia, calma y naturaleza.
            ¡Qué bonito!, ¿verdad? ¡Pues, no! Allí estaba yo con mi maleta llena de ilusión, en la puerta del convento oyendo aquello de “¿Qué trae el hermano?”. Pero… ¿Qué es eso de qué trae el hermano? Hola, buenos días, buenas tardes o noches. “Pero no, ¿qué trae…? ¿Tenía que llevarles algo? ¡Encima del pastón que me ha costado! ¡Que luego dicen que los hoteles son caros!”.
            Bueno, bueno. La cosa no quedo ahí, ¡no! Me dijeron que el hecho de encontrarme en aquel lugar no debía afectar a las costumbres del monasterio, por lo que no iban a variarlas. ¡Ajá! Trampa mortal. Sí, sí, mortal de necesidad. Uno piensa que ellos harán su vida y que te dejarán a tu bola ¡Gran equivocación! Me di cuenta de ello a las tres de la mañana, cuando por el pasillo donde estaba ubicada mi celda, oí los cantos matutinos, o como quiera que le llamen los monjes. Al parecer era el único lugar en todo el monasterio donde se realizaban esos rezos y de una manera… Sutil, querían que me uniera.
            No lo hice, el cansancio del viaje no me lo permitió, y cuando conseguí conciliar el sueño, tocaron a la puerta para anunciarme que el desayuno estaba listo, miré el reloj y ¡Eran las cuatro y media de la mañana! ¿Es que estos monjes no duermen nunca?
            No entiendo como la mayoría estaban gordos. En los medios públicos están cansados de repetir, una y otra vez, que el desayuno es la comida más importante del día, ¡pero claro! Como estos… ¡Santos monjes!, no tienen televisión pues no se enteran.
            Un trozo de pan duro, ¡sí, duro!, y un café con leche era todo el desayuno. En cuanto el pan tocó el café la taza se quedó vacía. Intenté que me pusieran otro café con leche, ¡já!
            Después de tomarme el café con leche chupando el pan, me invitaron, haciendo una excepción, a realizar las labores habituales del monasterio con ellos. «¡Ah! Trabajar la tierra en el huerto, o realizar algún trabajo manual», pensé. ¡Y una mierda! Me dieron un mocho, que por su aspecto debía ser del siglo dieciocho, y un cubo sin escurridera, con lo que había que escurrirlo a mano, y me dijeron con amabilidad, que mantuviera limpia la celda, «que la higiene es la prevención de las enfermedades, y nuestro Señor nos quiere sanos», decían. Menos mal que aquella habitación no medía más de dos metros cuadrados, con una cama, un armario y un lavabo (no en balde le llaman celda).
            Terminado el aseo de mi estancia, salí al pasillo con mi cubo de agua usada, e hice lo que vi ¡Fregar el pasillo! Bueno, solo el trozo que enfrentaba a mi celda.
            A las siete de la mañana, terminada mi labor higiénica, hecha mi cama y después de haberme lavado como los gatos, o sea, por trozos, porque meterme en la pila del lavabo fue imposible, decidí conocer aquel monasterio.
            Recorrí aquellos espacios con la expectación del que descubre algo nuevo. ¡Deslumbrante! ¡Precioso! Del siglo doce creo, piedras centenarias que me hablaban a cada paso que daba contándome sus secretos, su historia. O al menos así lo imaginé hasta que me di cuenta que a mi lado un monje famélico y calvo, me contaba que Don Rodrigo Díaz de Vivar, apodado El Cid, puso su glorioso pie, cansado y exiliado, en aquel lugar para pedir agua, y que debido al decreto Real se la negaron. ¡Hay que tener huev…!
            Después del rezo del ángelus, el cual duró una interminable hora, y que por no hacerles un feo estuve acompañándolos, me comunicaron que hasta la hora de la comida podía descansar en mi celda, así los hermanos no me molestarían con sus habituales tareas. ¡Ósea! Que me confinaban en mi habitación ¡Eso sí!, con amabilidad y entre dos monjes que me acompañaron hasta la puerta.
            La suculenta comida constaba de tres platos. El primero consistía en un hervido de cuatro patatas enanas y un trozo de pan, de la misma hornada que el del desayuno. El segundo un trozo de carne a la plancha, que seguramente al hermano cocinero se le habría olvidado que la tenía al fuego, porque una suela de zapato estaba más tierna que aquel trozo de vaca. Y el tercero, ¡ah, el tercero! una rodaja de melón del huerto propio, que para ser sincero, estaba de muerte.
            Después de comer, y nuevamente acompañado, me dispuse a realizar la sagrada siesta española en mi celda orientada al oeste, que fue interrumpida en multitud de ocasiones por los rezos de los santos hermanos, y por el calor intenso de un día de poniente.
            Después de una cena indescriptible por la ausencia de la misma, me fui agotado a la cama. La noche transcurrió entre los rugidos de mi estómago reclamando alimento, y los rezos matutinos.
            La tercera noche, y el resto de mis vacaciones, las pasé en un abarrotado hotel de Benidorm, donde la tranquilidad brillaba por su ausencia, el aire acondicionado era el reposo del guerrero, las tres comidas del día abundantes, la siesta sagrada y la diversión asegurada.

01 septiembre 2012

El astronauta



Acaba de ser abducido por:

"El mundo desconocido de las letras"



El astronauta

«Aquí sigo dando vueltas. Tengo la esperanza que la fuerza de la gravedad me atraiga pronto y todo acabe en un instante. Cada vez que paso por encima de mi continente intento fijarme en ese punto minúsculo donde nací, viví y soñé con subir hasta aquí.
            »Está amaneciendo otra vez. ¡Qué poco duran los días!, como un suspiro, te hace pensar en lo insignificantes que somos…
            »No sé cuantas vueltas he dado a la Tierra, ya he perdido la cuenta. Solo hace unas pocas horas cuando comprendí que no volvería, al menos vivo. ¡Qué belleza! No me extraña que los tripulantes del Géminis 11 lo bautizaran como el planeta azul.
            »Mi receptor se estropeó en la colisión. Hay un silencio escalofriante. Pobre Toro, así llamábamos al comandante por su fanfarroneo a la hora de contar sus batallas con el sexo contrario, en una ocasión… ¡Pero que estoy diciendo!, él, perdido en la inmensidad del espacio y yo bromeando.
»Se acerca otro ocaso y con él la noche ¡Vaya, eso es nuevo! ¿Qué son esas luces? ¿Por dónde estoy pasando? ¡Eh, John mira! ¡Dios, mío! ¡Qué solo me encuentro! El copiloto está a mi lado como dormido desde el accidente. Te gustaría ver lo que tus compatriotas han hecho para saludarte, quizás estén escuchando, si es así en su nombre os doy las gracias ¡Gracias, Australia! También me gustaría despedirme de los míos. Resulta difícil resumir sentimientos. Aún recuerdo los consejos que se nos daban en la academia: «Lo que tengáis que decir hacerlo en pocas palabras», como si eso fuera fácil, pero en estas circunstancias intentaré hacer lo posible. Quisiera pedir perdón por aquello que hice mal, o por lo que debería haber hecho, incluso por lo que hice bien, porque seguro que haciéndolo dañé a alguien. ¡Nunca llueve a gusto de todos!
            »No se por qué me ha venido a la mente la imagen de la perrita rusa, ¿cómo se llamaba? ¡A sí! Laika. Pobre, encajada en una nave poco más grande que ella, conectada a toda clase de tubos, ¿pensaría lo mismo que yo al dar vueltas a este gran globo? ¡Que estoy diciendo!, ¡Je!, pero… ¿qué pensaría? Sobre todo cuando el calor intenso, ese que estoy empezando a notar, la hiciera beber en demasía hasta terminar con las existencias de agua. Espero que muriera rápidamente.
            »¿Por qué pienso en la muerte? ¡Qué estupidez! Está claro que es mi compañera en este viaje, aunque todavía no la haya visto. Espero que sea como la imagino una…
            »Me está entrando sueño. Siento que un gran cansancio se está apoderando de mí, debe ser el oxígeno que se está acabando ¿Dónde caeré? ¡Seré estúpido! Qué más da, con un poco de suerte la nave se desvanecerá al entrar en contacto con la atmósfera, y entonces desapareceremos, John, lo haremos como lo hace un papel de fumar impregnado en pólvora al acercarlo al fuego.
            »La fuerza de la gravedad me acerca cada vez más a mi destino. Noto que la Madre Tierra me llama. ¡Hola, mundo! ¡Adiós, mundo!»


            Una sala, llena de monitores y mentes sesudas, es testigo de las palabras del astronauta que gira alrededor de la Tierra esperando la muerte.
            En un monitor se ve un punto de luz que hace saltar varias lágrimas. Con las cabezas gachas, el alma encogida y un silencio recio, las mentes sesudas van apagando todos los aparatos electrónicos, despacio, como si de un ritual macabro se tratara.
            Ese mismo día las voces que buscan frases para la posteridad dijeron: «La tierra entrega a sus hijos al universo con una explosión de luz».

Mi modesto homenaje para Ray Bradbury