02 julio 2020

Una historia

El autor escribía aventuras. Una sonrisa. Había acertado con aquella frase.

Cuentan los mayores del lugar que tiempo atrás existía una mujer que vivía en el bosque. Recogía plantas y hierbas con las que preparaba ungüentos y bebidas para curar.
Una noche se acercó a su puerta un lobo. Aulló para llamar la atención de la mujer que tardó en oír los aullidos. Movida por la curiosidad abrió la puerta. Aquellos ojos color chocolate le pedían a gritos ayuda.
—¿Estas herido? —preguntó la mujer. 
El lobo emitió unos gemidos al tiempo que se movía indicando una dirección. El recorrido no fue muy largo. El lobo la llevó a una cueva. Estaba muy oscura, y la luna nueva no ayudaba a ver bien la entrada. La mujer dudó, pero cuando el lobo se dio cuenta de que ella no entraba ladró.
La mujer encendió una antorcha improvisada y entró. La escena que encontró llamó su atención. La hembra del lobo estaba rodeada por varios lobeznos, pero había uno que recostado en su regazo gemía de dolor.
La curandera se acercó despacio y con movimientos cortos…
—Déjame que vea lo que le ocurre a tu hijo.
Al tocarle la pata el lobezno emitió un alarido de dolor.
—Tiene la pata rota, voy a tener que entablillarla.
 Miró a su alrededor buscando dos palos. Su asombro fue mayúsculo cuando vio que el lobo se los traía entre sus dientes.
Preparó un ungüento y lo administró con parte de su vestido al que había arrancado una tira. También preparó una bebida que dio al lobezno, éste la bebió, al principio con miedo, pero como su madre le movió la cabeza dando su aprobación, se lo bebió todo.
Una vez hubo acabado, cogió su antorcha y salió de la cueva.
—Que no se quite el apósito al menos en dos días —le dijo al lobo que le había acompañado a la entrada de la cueva.
Aquellos ojos chocolate emitían agradecimiento.
Pasada una semana, la curandera se acercó a la cueva y vio que el lobezno, con la dificultad propia de una pata entablillada, jugaba con sus hermanos.
—En dos semanas vendré y le quitaré la tablillas.
A las dos semanales lobezno corría alegre sin el entablillado.
Un día recogiendo plantas en el bosque, un perro salvaje, hambriento, se le acercó con los ojos inyectados en sangre, el morro arrugado enseñando sus incisivos, mientras un hilo de baba se descolgaba pesada hasta el suelo.
La mujer retrocedió asustada, el perro tensó sus músculos y se lanzó hacia su presa. Cuando estaba en el aire una figura surgida de la nada enganchó al perro por la garganta haciéndolo caer, al tiempo que emitía un sonido gutural de muerte.
—Gracias —dijo la curandera al lobo.

Un ladrido dio a entender al escritor que era tiempo de acabar la historia y acostarse.
Su viejo amigo se acostó a los pies de su cama.
—Buenas noches, lobo —dijo al tiempo que apagaba la luz.

 ©Texto de Jesús García Lorenzo

10 comentarios:

  1. Los lobos son agradecidos y no tan malos como la prensa que tienen.
    Saludos.

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  2. Los lobos son hermosos,
    siempre me gustaron,
    es cierto no parecen tan malos.

    Besitos dulces
    Siby

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  3. Es de "bien nacidos" el ser agradecidos y por supuesto el lobo lo es. Mucho tenemos que aprender los humanos del Reino animal...

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    1. Mavi, estoy de acuerdo contigo.
      Gracias por comentar y por pasarte.
      Un saludo

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  4. Hermosa tu entrada Me gusta como escribes y también me encanta lo que leo entre las letras
    un brazo siempre

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  5. Excelente historia y mejor final. Muy acertado el planteo de la misma y su desarrollo.¡Enhorabuena, Jesús!

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    1. Muchas gracias Mónica. Esto es como en los viejos tiempos.
      Un abrazo.

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