01 julio 2011

Soledad

Hoy, como todas las mañanas, se abrió la trampilla por la que me hacen llegar la comida. La única comida que me permiten hacer al día. Al coger el plato de lentejas coronadas por un trozo de pan duro, observé que el pequeño agujero no se cerraba, y asomó un lápiz acompañando una libreta.

En el año que llevo encerrado en un mundo de cinco metros cuadrados, nadie me había dirigido la palabra, y mucho menos al darme la comida diaria. Cogí aquel regalo y una voz susurró una palabra, sólo una, pero que me pareció todo un discurso. Una voz humana aparte de la mía sonaba entre aquellas cuatro paredes. La voz más extraña y a la vez más agradable del mundo. De mi mundo.

—Escóndelo.

Dulce susurro, y dulce regalo. Mi mano temblorosa se aferró al material de escritura. Extrañado, asombrado y perplejo titubeé, balbuceé y pregunté.

—¿Por qué?

—No preguntes —continuó el susurro—, y escóndelo.

La trampilla se cerró. Con prisas dejé el plato en la mesa y abrí la libreta. En su primera página había algo escrito: «Imagino que después de tanto tiempo necesitarás hablar con alguien. Habla con esta libreta.» Algo se abrió en mi interior, aquella trampilla sucia y chirriante me había traído una luz.

Aquel día transcurrió a más velocidad que los demás. Mi imaginación comenzó a ejercitarse, primero buscando un sitio donde esconder el regalo. Luego imaginando. Imaginando.

A penas comí. Mis nervios, alterados, se habían adueñado de mi cerebro y no lo hacían trabajar con ecuanimidad, olvidando las primeras necesidades.

En mi mundo existía una cama, una mesa y su correspondiente silla, un lavabo y un retrete. Del cielo, raso y negruzco, colgaba una bombilla que iluminaba mi universo vacío. Aquel día se iluminó, incluso cuando mi sol particular y colgante se apagó.

Tumbado panza arriba, pude ver de nuevo el maravilloso arco iris, nubes de algodón atravesadas por los rayos del astro rey que jugaba al escondite. Aves que revoloteando inundaban mi espacio con sus afinados y rítmicos cantos. Más abajo verde. Extensiones inundadas por hierba fresca que alcanzaba a oler. Al fondo se podían ver las montañas coronadas por un color blanco que relucían al contacto con el sol.

Una voz dulce y femenina acariciaba mis oídos con agradables ritmos de zorcicos. Mis manos con auténtica maestría marcaban el compás de cinco por ocho acompañando al cántico. Mis ojos, desbordados y húmedos, apenas podían distinguir el bello rostro de mi amada que se acercaba más y más a mí.

Todo desapareció repentinamente cuando aquella maldita bombilla, colgada en el centro de mi celda, se iluminó con más fuerza que nunca devolviéndome a la cruda realidad. Cuatro paredes que se abalanzaban sobre mí como una bestia infernal intentando devorarme.

El chasquido de la trampilla al abrirse me hizo temblar, instintivamente mis ojos marcaron el lugar donde, bien guardado, estaba mi tesoro. Silencio. Intranquilidad. De pronto comprendí lo que ocurría, estaban esperando que entregara el plato vacío para devolvérmelo lleno con otra ración de lentejas coronadas por un trozo de pan duro. Rápidamente vacié el contenido en el retrete, y tuve de nuevo en mis manos la comida del día.

Con el cerrado de la única ventana que me mantenía en contacto con el exterior volví a mi soledad. Me alimenté con desgana al tiempo que me reconcomían las ganas de libertad, de una libertad raptada, que en el fondo de un pozo había llegado a ser inalcanzable desde aquel día que, a la salida del trabajo unos encapuchados me forzaron a entrar en un coche para no ver la luz del día nunca más.

Los días pasaron, aquella voz de susurro y la mano que la acompañaba, no volvieron a aparecer. Algo me atenazó el corazón ¿Me estarán observando? Mi mirada recorrió el espacio de mi mundo. Durante días busqué, rebusqué sin hallar nada, y me desesperé.

Colgando por el cuello con el cable que sostiene la única lámpara de la celda, miro el lugar donde, escondido, reposa mi tesoro, mientras se me va la vida pensando que podría haber hecho con aquel lápiz y aquella libreta.

9 comentarios:

  1. Este cuento lo comenté en Prosadictos, creo, me gustó entonces y también ahora.

    El ser humano no vive solo de los deseos puntuales cumplidos, sino de la expectativa de lo que le queda, y él vio que más allá de esa trampilla estaba lo que él realmente deseaba. Prefirió ahorcarse.
    Buen cuento, Jesús,
    Un abrazo,
    Blanca

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  2. Efectivamente, Blanca, y recuerdo que junto con este que me has hecho eres demasiado amable.

    La soledad es el cáncer de la imaginación, y sólo con un lápiz y una libreta de dispara para darse cuenta que no lo conseguirá nunca.

    Gracias por tu comentario.

    Un abrazo
    Jesús

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  3. Hola, Jesús.
    Como te dije en Prosadictos, si llego a estar en una situación represivas de esas, también quiero un lápiz un cuaderno.

    Abrazos.

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  4. Hola, Antony, tienes razón es lo único que se necesita para que tu imaginación no llegue a creer en el encierro, aunque como al protagonista le cueste la vida.

    Un abrazo
    Jesús

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  5. Hola Jesús

    Me ha gustado mucho este relato, creo sinceramente que has avanzado mucho desde que abriste el blog.

    Mis felicitaciones.

    Un abrazo de tu compañera del atril de enfrente

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  6. Muchas gracias Elèna.

    Poco a poco se va dando un pasito hacia adelante.

    Un abrazo
    Jesús

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  7. Ay, Jesús. (Lo digo por Jesús, el Hijo de Dios, ¿eh?) ¡Jaja!

    Terrible prosa. Por lo impactante, claro está.

    Eres como un niño indomable, siempre tan optimista, ¡caramba contigo!

    Y siempre con finales sorprendentes.

    En esta prosa has expuesto en carne viva los interrogantes más crueles que oprimen al hombre, con gran espiritualidad y poesía. Has buceado en uno de los dramas más insolubles del ser humano, como es el arrebato de la libertad, sin la cual no se puede crear, ni soñar, ni vivir, ni desesperar.

    Aunque, quien sabe...

    El final, como siempre, me sorprendió.

    Pero esta vez vino envuelto en papel preñado de profundidad y silencio definitivo del alma ahogada de soledad y locura. Aunque me estoy expresando mal. Esta vez, a esta prosa, dan ganas de imprimirla y guardarla para cuando uno desespera; no importa por qué causa. Esa es la enorme, gran diferencia.

    Y sí, coincido, tu escritura ha pegado un salto cuántico. Ahora, el alma y sus implicancias forman parte de los avatares de tus personajes. Y, créeme, según mi gusto, es un salto bienvenido.

    Ha sido un enorme placer leerte.

    Besos.

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  8. Querida Turkesa, me abrumas con tu comentario.
    Dices que soy un niño indomable (lo de niño te lo agradeceré siempre)por mi optimismo. Bueno, conozco alguien que diría que el optimista es un pesimista con experiencia, pero quizá es excesivo. Simplemente decir que para conseguir esos finales que te gustan hay que sentirse un poco pesimista para desbordar optimismo con sorpresa.

    Tu misma dices que hay que leer este relato cuando se esté muy deprimido, y así levantar la moral, ¿no es eso desbordar optimismo?

    Gracias por creer que he mejorado en mi escritura, pero no creo que sea tanto.

    Ha sido un gusto leer de nuevo un comentario tuyo.

    Un abrazo
    Jesús

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  9. y que cosa...

    en verdad, la lectura que le dimos en prosoadictos, ni fue la mejor no la mas buena, en cambio aqui en tu entorno, con tus amigos y con esas cosas que te rodean, (soledad, amor, que se yo?) veo como la historia es grata y triste...

    buena pluma la tuya y buen pulso en tu mente, apreciado amigo.


    saludos.


    mario a.


    pd. fijate que la otro blog es:

    http://salypimientayyo.blogspot.com/2011/05/de-nuevo-por-aqui.html

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