08 agosto 2025

El asesino



El cuchillo de grandes dimensiones lo sujetaba con fuerza en su mano derecha, mientras, goteaba sangre sobre una vieja libreta que, abierta por una página, rezaba en su parte superior:. «Cómo deshacerse de un cadáver».

Recogió aquel cuaderno y al intentar limpiarlo emborronó lo escrito en él.

—¡Maldita sea!

Lo intentó de nuevo, pero… Fue peor. Tomó la decisión de lavarse y fregar el cuchillo.

Una vez limpiado el arma, dio un repaso a la casa y en especial a la habitación donde el cadáver estaba tendido en el suelo boca arriba.

De repente sonó el teléfono móvil. A través del sonido buscó la ubicación. No se atrevió a cogerlo, pues no recordaba haberlo tenido entre sus manos; por lo tanto, no tendría sus huellas.

En el teléfono pudo leer «Editor». Lo dejó sonar, y en momento determinado saltó el contestador «Andrés, ¿cómo llevas la novela?». En la editorial se están poniendo nerviosos. «Llámame cuando puedas».

Nuestro asesino dio un repaso con la mirada por ver si había algo que se hubiera escapado. ¡Horror! Su pie izquierdo había pisado el charco de sangre y había dejado huellas de su zapato por todas las habitaciones.

La desesperación fue en aumento, los nervios fueron adueñándose de todo su ser. Comenzó a sudar. De pronto se acordó de la libreta «¿Dónde la había dejado?». Ya no importaban las huellas, la limpieza de la casa y, el que apareciera algún vecino. Nada. Solo aquel cuaderno que no solo tenía sus huellas en las tapas, sino también en la página emborronada.

La encontró encima de un mueble de la sala donde estaba el muerto. La cogió, la abrió por la página manchada «Ves cómo no es tan fácil», fue lo primero que leyó «Es más sencillo matar que ocultar las pruebas para que no te inculpen»

—Pero la culpa la tienes tú—, habló en voz alta—. Tú eres el autor, tú manejas a los personajes, o sea, a mí.

—No siempre. En ocasiones, el personaje debe guiar al autor, y en este caso deberías haberme guiado.

—¡Eso es!, ahora he de decirte lo que tus personajes deben hacer, o no hacer. He matado a un hombre, que por cierto no sé quién es, y va de negro como si supiera lo que fuera a ocurrirle y, se hubiera puesto de luto.  Tampoco sé por qué he tenido que matarlo. Al menos podrías decirme el motivo.

—Por droga.

—Por… ¿Acaso soy un camello?

—Ya lo descubrirás.

—¿Cómo? Yo hago lo que me dices que haga.

—No. No, amigo mío, hay ocasiones en que el personaje debe decidir qué hacer. En este caso no hay que ser tan patoso como lo has sido, y reflexionar cada actuación.

—¿¡Cómo!? ¿¡Patoso!?, haberme creado de otra forma, por cierto. ¿Cómo me has creado, acaso soy un sicario del este, un…? Ruso, para eso debería hablar de otra manera, no sé… No deberría haberrlo matado asii, ¿por qué estoy hablando como si fuera de Valladolid?

—Porque quiero que sea así y nada más.

—Pues vaya. No dices que el personaje debe guiar al escritor…

—Sí. Pero tú no me estás indicando nada que pueda…

—¡Un momento! Aquí hay algo que no cuadra. Me creas como un asesino patoso, y luego me recriminas. ¿A qué juegas?

—No juego a nada —escribió a modo de resignación—, lo único es…

—¡Nada! Estás jugando conmigo, y no me gusta. Si yo tengo que exponer algo para que mi personaje, o sea yo, funcione bien, he de decir que no me gusta cómo me estás creando y ¡Protesto!

—Protesta lo que quieras, pero si no me indicas nada seguirás siendo un patoso y lo que prometía un relato interesante se convertirá en uno mediocre. ¿Y sabes lo que pasará?

—¡Qué!

—Que te sustituiré.

—¡No! Espera, espera. Podemos llegar a un acuerdo. Dime por dónde quieres que vaya el asunto y te seguiré. Porque… No querrás llevarme a una isla desierta y dejarme allí tirado, ¿No?

—Pues mira… No es una mala idea.

—¡Je, je, je! Por cierto, ¿qué hago con esta caja de cerillas?

—¿Una caja de cerillas?

—¡Anda! Te he pillado… Sí, esta caja que dice «Morir no es lo importante, lo que de verdad importa es saber matar».

El escritor no contestó, se limitó a decir otra vez. «Saca el cuchillo y comencemos de nuevo, pero en esta ocasión apuñala tres veces… Y ten cuidado con las huellas, la libreta y la maldita caja de cerillas, si no ya sabes… La isla.


© Jesús García L.

26 julio 2025

La Última frontera

Título: La última frontera

Nunca pensé que navegar a vela fuera tan apasionante. El capitán de “El dominio del mar“, me lo mostró cuando faltaban pocas millas para llegar a nuestro destino.

“Amigo mío. Acabo de apagar los motores, a partir de ahora navegamos con el viento”. Me comunicó cuando llegué al puesto de mando tras su llamada.

La goleta comenzó a deslizarse sobre el agua, acudí a la amura de babor para disfrutar de la navegación. El viento se hundía en la tela del velamen, ejerciendo la fuerza suficiente para desplazar la embarcación.

La proa rasgaba las aguas produciendo a sus lados una espuma con un sonido característico. Cerré los ojos para disfrutar de aquel momento. Un silencio que se rompió por una voz femenina a mi espalda que indicó los placeres de los que estaba disfrutando. Sonreí y, me di la vuelta para conocer la persona de aquella voz tan recurrente, pero no había nadie, busqué por toda la cubierta sin encontrarla, salvo algún marinero, que por supuesto no podría tener aquella voz miel. El barco dio un bandazo y me sujeté en la borda, mi mano se puso sobre una llave grande y oxidada, me pareció raro que estuviera allí aquella llave, mi instinto fue guardarla.

La puesta del sol me obligo a retirarme de cubierta. Al encontrarme con el capitán le pregunté si había alguna pasajera, me lo negó “El único pasajero que navega con nosotros es usted”, me pareció un poco extraño porque yo había oído esa voz.

Cuando llegó la noche y en el comedor me faltó un cubierto y desoyendo al capitán fui a buscarlo, en el cajón de los cubiertos apareció la llave oxidada, enseguida busqué en mi bolsillo y ya no estaba, mi instinto fue cogerla, pero decidí dejarla allí. Después de cenar con el capitán, me fui a mi camarote y me acosté. El ruido acompasado de los motores había desaparecido y, aunque no lo parezca, estuve sin pegar ojo toda la noche, no fue solo por el silencio, sino por aquella voz de mujer que oí en cubierta y, la dichosa llave.
Al llegar a puerto me despedí del capitán agradeciéndole el regalo de la navegación. Cuando abandoné la goleta me quedé durante unos minutos esperando que apareciera la pasajera, pero no tuve suerte nadie más bajó a tierra.

El puerto estaba abarrotado de mercaderes y estibadores, apenas se podía deambular. Cuando llegué al edificio de la naviera para solucionar unos asuntos, me extrañó que no hubiera nadie y mucho menos a medio día como era. Decidí volver más tarde.

Al salir a la calle mi sorpresa fue que había desaparecido el bullicio anterior, es más, estaba el puerto vacío. Alcé la voz para ver si alguien aparecía. Nadie.

Quedé atónito al darme cuenta de que, “El dominio del mar” no se encontraba atracado, había desaparecido.

Al fondo del malecón apareció una mujer que venía hacia mí, despacio, como levitando, al llegar a mi altura observé una leve sonrisa.

—Hola—aquella voz la identifiqué de inmediato, era la misma que la del barco—veo que has reconocido mi voz.

—Sí.

—¡Vaya! Veo que me reconoces.

—Eres inconfundible y, más después del escenario que has montado. Nos conocimos, en una ocasión, desfavorable para ti… Siempre he pensado que vendrías a por mí de un momento a otro y…

Un chasquido de sus dedos cambió el escenario a uno más lúgubre, rodeado de rocas de las que manaban lenguas de fuego, y un fuerte olor de azufre.

—Dime que deseas de mí.

—Tu alma—dijo mientras sonreía—pero antes me entregarás a tu interlocutor de la naviera cuando te reúnas con él y pongas la llave sobre su mesa.

—¿Que llave?

—La que llevas en el bolsillo.

Palpé el pantalón y la noté, la saqué para comprobar que era la oxidada, la mostré con cara de asombro, aunque reconocía su magia.

—¿Pretendes que te entregue a una persona a cambio de mi salvación?

—Por una temporada, sí. Será tu última frontera en este mundo.

—¿Cómo de larga?

Algo ocurrió en ese momento. Todo se volvió oscuro y una voz se repetía en mi mente.
—Señor García, señor García, hemos llegado a puerto.

Un marinero me despertó. Agradecí que me alejara de mi sueño. Al bajar a tierra y darme la vuelta para despedirme del capitán lo vi charlando amigablemente con ella.

11 julio 2025

El ataque

Los lobos atacaban sin piedad al cordero, y este chillaba a cada mordisco que recibía. Sus alaridos llamaban a sus hermanos con la esperanza de que le ayudaran a librarse de aquel feroz ataque, pero ninguno se movía, lo estaban dejando a su suerte.


Una vez dejó de gritar, su sangre inundó la tierra, su cuerpo inerte quedó en el suelo. Los lobos con sus hocicos manchados por el color rojo del líquido orgánico, fueron reuniéndose al rededor de su jefe esperando la indicación para lanzarse a por la próxima víctima, pero en ese momento apareció el pastor acompañado de sus dos acompañantes, armados con palos y lanzando alaridos para ahuyentar a los lobos. La manada se retiró con rapidez ante la intervención del pastor. Una vez alejados y sintiéndose seguros de las amenazas del pastor, el jefe de la manada, se volvió serio, frío y amenazador, aulló una vez, luego, mirando fijamente a la manada de corderos, amenazó con la mirada.


A la mañana siguiente, el periódico local describía en un artículo el encuentro del cuerpo de un drogadicto que, al parecer, se habían ensañado con él. Todo parecía, según la policía, a un ajuste de cuentas. 


Según pudo descubrir el periódico, mientras estaban atacando a la víctima, varias personas, al tiempo que llaman a la policía, pudieron hacer correr a los atacantes al grito de “Policía, policía”.


29 junio 2025

Espuma de mar

La proa de la goleta La Espuma del mar le levantaba por la acción de las olas, para luego estrepitosamente caer sobre el mar. La tormenta obligaba al piloto aferrarse al timón para gobernarlo lo mejor posible. Las olas barrían la cubierta con fuerza. El balanceo que sufría la embarcación obligaba a la tripulación a sujetar lo mejor posible la carga.

Una ola enorme se precipitó sobre La Espuma del mar, volcándola hacia babor , su borda llegó casi a hundirse, cuando el navío volvió a su posición normal, el timón giraba sin control, el piloto no estaba en su puesto, alguien grito “Hombre al agua”, el patrón al ver que el timón estaba ingobernable fue corriendo a sujetarlo, tres miembros de la tripulación lanzaron un salvavidas y un cabo al piloto que luchaba con las olas que intentaban hundirlo.

El piloto consiguió alcanzar el salvavidas y gritó “Tirad”, los miembros de la tripulación tiraron de él hasta subirlo a bordo. En cuanto se supo a salvo fue a su puesto en el timón.

El mar fue enfureciéndose intentando apoderarse de la goleta. Grandes olas se abalanzaban sobre la embarcación por babor y por estribor, el piloto puso rumbo hacia ellas, una y otra vez intentando estabilizar el barco.

El amanecer trajo la calma, unas nubes se apartaron para dejar pasar al sol. Era medio día cuando pudieron hacer balance de perdidas. La tripulación se encontraba cansada pero en buen estado, el capitán ordenó repartir una ración de ron, cuando uno de ellos apareció con un joven que estaba escondido en la bodega.

—¡Un polizón!—exclamó el patrón— ¿Desde cuándo está escondido?

—No hace mucho —dijo el muchacho, que no aparentaba más de dieciocho años— desde que acabó la tormenta.

Aquella respuesta dejó a todos extrañados. El capitan ordenó que lo ataran y lo encerraran en la bodega hasta que llegaran a puerto y lo entregarían a las autoridades.

La noche estaba en calma, en el cielo se podía observar multitud de estrellas. El marinero que estaba de guardia se asustó al oír al joven en cubierta.

—¿Cómo te has escapado?

—Fácil, tus compañeros no deben ser buenos marinos pues los nudos no eran muy buenos, y luego no he tenido problemas.

El miembro de la tripulación lo miró con extrañeza, en ese momento apareció su relevo.

—Vamos volverás a la bodega.

—¿Qué hace este aquí? Debería estar encerrado.

—Lo sé, se ha escapado, voy a encerrarlo otra vez.

—Esta vez los nudos los haré yo, no te podrás escapar.

Lo maniató de pies y manos y lo sujetó a una argolla para que no se pudiera escapar.

Tras varios días de travesía llegaron a puerto. Echaron el ancla y esperar a que el Práctico del puerto les indicara dónde podían atracar.

Como el Práctico no se ponían en contacto con ellos, el patrón decidió llamar por el radio, insistiendo pues no recibía comunicación.

—Iré a puerto si es necesario buscando a las autoridades.

En ese momento apareció el muchacho.

— No hace falta.

—¿Qué hace este aquí? ¿Quién lo ha soltado?

—Nadie capitán. No le contestan porque no le ven.

—¿Cómo?

—Muy sencillo, ninguno de ustedes existe, se perdieron en la tormenta.

—¿Y el barco? —fue el segundo quien preguntó—, el barco desapareció en una de las olas que lo destruyó.

—¿Pero qué está diciendo este loco? Volverlo a encerrar.

En ese momento el joven cambió de aspecto. Una capa negra lo cubrió, sus manos fueron huesudas y su cabeza fue cubierta por una capucha que impedía que su cara se viera. Todos quedaron asombrados y a la vez asustados.

—Tú eres…

—En efecto. En tu pais me llaman La Parca, y en el de alguno de los vuestros —dijo refiriéndose a la tripulación—, la limpia, la blanca, la güera, la pelona, la muerte…

—Pero…, porqué estamos aquí…, vivos…

—No te equivoques, patrón, no estáis vivos, simplemente no estáis, y vais a cumplir un castigo por vuestros pecados.

—¿Pecados? —repitió el segundo— ¿Qué pecados hemos cometido?

—La bodega está llenos de ellos ¿Te suena la palabra contrabando?

—Pero con eso no dañamos a nadie y nosotros nos ganamos la vida, que de otra manera no podríamos.

—¡Vamos, capitán!

El patrón bajó la vista al suelo admitiendo las palabras dichas.

—Y ¿Qué castigo nos espera?

—Vagar por la eternidad en este mar por el que habéis navegado.

La espuma del mar tomó rumbo al oeste en dirección al sol poniente para siempre.