La moneda fue la causa de todos mis problemas. Cuando la encontré en la acera de aquella calle, sucia y pegajosa, nunca pensé que me metía en una trampa.
Al cogerla sentí un asco irremediable, pero aun así no la solté; jamás había tenido una moneda de ese valor, y no iba a deshacerme de ella.
Busqué un lugar donde limpiarla, descubrí al otro lado de la calle una fuente pública, y allí me dirigí sin importar el tráfico.
A punto estuvieron de atropellarme; gritos, insultos y bocinazos acompañaron mis pasos al cruzar la calle.
Al llegar a la fuente apreté el botón para que saliera el agua, y el chorro fue una bendición. Lavé con cuidado la moneda quitándole toda la mugre. Luego busqué en una papelera cercana algo para terminar de limpiarla y secarla. Unos papeles y un trozo de trapo me sirvieron para dejarla algo más reluciente de lo que estaba.
Con ella en la palma de mi mano la estuve observando y pensando qué podía hacer con ella, hasta que llegó un tipo diciendo que aquella moneda era suya, y que la había dejado en la acera porque estaban grabando un video para un programa “¡Cuanto duraría una moneda como aquella en la calle!”, ni que decir tiene que no le creí, al menos hasta que vi llegar a dos individuos con cámaras de televisión donde se podía leer el nombre de un canal nacional muy conocido.
Hubo sus más y sus menos, yo no soltaba la moneda y ellos intentaban arrebatármela. Al fin llegamos a un acuerdo. La cadena permitiría que me quedase con la moneda si yo realizaba algo que ellos pudieran grabar para la televisión. Acepté.
Así vi robando un coche aparcado no muy lejos, y esposado por la policía sin que ellos salieran en mi defensa.
Por la noche la cadena de televisión emitió un video donde se podía ver cómo se robaba un coche a plan luz del día.
A mí me robaron la moneda tras una cuchillada en la galería cuarta de la prisión estatal.
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