07 agosto 2009

Aquel callejón...

Hay sueños y sueños, y al despertar los que los son se olvidan.



Aquel callejón…


Una luz blanca e intensa, a la vez que atrayente, me iluminó. Me llamaba. Con paso corto y precavido, ligero y decidido después, me dirigí hacia ella.

Las puertas del cielo siempre las imaginé grandes, majestuosas, de madera noble y con grandes aldabas, rodeadas de un indefinido y difuso mar de nubes blancas, esponjosas, y de caramelo.

Sin embargo me encontré frente a un ángel con barba a medio crecer, detrás de una mesa de despacho donde un ordenador ocupaba todo el espacio. Las paredes, casi inexistentes y a la vez presenciales, difuminaban un azul que cambiaba en todos sus tonos. El suelo, firme bajo mis pies, y el techo descubierto, como en un día claro de verano.

Solos, el espíritu celestial y yo, en aquel… Preámbulo. Contestando con premura a toda clase de preguntas inverosímiles e inocuas, que me dirigía.

De pronto pude comprobar su cara de asombro. Le dio un golpecito a la pantalla, suave, como sólo lo puede dar un ser alado, y sin cambiar su expresión se volvió hacia la efímera pared, de donde sin saber cómo, cogió un gran libro de la nada. Lo abrió, buscó y, con voz femenina me dijo: “Usted no debería estar aquí”.

—¿No me diga que debo ir…? —mi dedo apuntó hacia abajo casi con miedo.
—No sé, voy averiguarlo.

Su voz dulce, sensual, casi cantarina, era… Algo chocante en una cara barbuda.

—¿Entonces…? —Pregunté asombrado.
—Espere allí. —Señaló sin mirar.

Me volví en la dirección indicada y la vi. No la puerta del cielo, claro está, pero sí una muy parecida aunque algo más pequeña. Se abría lentamente, como resistiéndose a mostrar el otro lado, y la crucé.

Me encontré en un callejón digno de los años cuarenta. Parecía que en cualquier momento aparecería un gánster de aquellos de traje a rayas ajustado, sombrero con cinta ancha, y zapatos de charol. ¡Pero estaba en el cielo!, o al menos no en el infierno, y un gánster no pegaba nada allí.

Al fondo de aquella calleja estrecha y, curiosamente, con un olor agradable, me pareció oír una música conocida. Me dirigí hacia allí.

¡Qué ritmo! Era buenísimo. Aceleré el paso, y comprobé con asombro que tenía ante mí cinco grandes músicos. Gene Krupa a la batería, Louis Armstrong con la trompeta, Dexter Gordon al saxo tenor, Benny Goodman realizando maravillas con el clarinete, y Glenn Miller con su trombón.

Mis pies se dejaron llevar por los compases del swing, jazz y blues. Sin darme cuenta me encontré chasqueando mis dedos al son de aquella música.

Cerré los ojos. Sentí las vibraciones de cada instrumento invadiendo mi cuerpo. En un momento determinado pensé que faltaba un piano, y al abrir los ojos lo vi.

Duke Ellington con su esmoquin negro sentado al piano tocando las notas del tema “Perdido”

A un gesto de Armstrong se hizo el silencio, me quedé paralizado, y con la voz que caracterizaba al gran Louis, se dirigió hacia mí y me preguntó a qué se debía mi visita.

—Bueno… Yo… Me dijeron que esperara… Les oí tocar…
—¿Tocas algún instrumento? —preguntó Miller esperando una respuesta directa y escueta.
—El clarinete. —Contesté con seguridad.
—Benny, préstaselo, vamos a ver de qué es capaz.

De pronto sostuve en mis manos el famoso clarinete de Benny Goodman. Los dedos me temblaron, mi boca se secó. En aquellas condiciones no iba a salir ninguna nota por aquel instrumento, pero ellos me miraban expectantes. Cerré los ojos, y con más miedo que vergüenza, toqué las primeras notas de “Stompin At The Savoy”

Sin darme cuenta formaba parte de aquella banda, pues podía sentir el acompañamiento de aquellos músicos. Pude ver como el dedo pulgar de Goodman, me daba su aprobación.

Al instante todo desapareció. En mis manos ya no había nada. Mi boca soplaba emitiendo sólo el sonido del aire al salir, y volví a encontrarme en aquel despacho delante de aquel ángel barbudo con voz aterciopelada.

—Efectivamente ha sido un error. Por lo tanto vamos a devolverle a su mundo.

Antes de que pudiera incluso pensar, me encontré en la “Unidad de Cuidados Intensivos”, oyendo aquella voz femenina que me llamaba por mi nombre. En mi oscuridad, levanté mi mano y le toque la cara.

—¿No tienes barba?
—¡Qué cosas tiene!

Al momento una voz de hombre me hizo multitud de preguntas. Las contesté como pude al tiempo que yo hacía las mías. Me informaron de un robo y de cómo unos músicos de la calle me encontraron en un callejón, sangrando por las heridas recibidas con un arma blanca.

—¿No se acuerda?
—No —contesté.
—Pues es un milagro que esté vivo.

Cuando salí del hospital, ya recuperado, cogido del brazo de mi mujer y con mi bastón. Tanteando los obstáculos, nos dirigimos; a petición mía, al local de ensayo de mi banda que no estaba muy lejos de allí.

El recibimiento fue inolvidable, abrazos, alegría y amistad. Me obsequiaron con un regalo de bienvenida.

Cuando sostuve en mis manos aquel clarinete se me saltaron las lágrimas, alguien dijo “A ver de que eres capaz” Sonreí, me llevé el instrumento a la boca y comencé una escala para tantear la caña, y al momento estábamos todos inmersos en un swing.

Gene Krupa marcaba el ritmo con su batería, Louis Armstrong tocando la trompeta, Dexter Gordon y su saxo tenor, Glenn Miller con su trombón y Duke Ellington al piano, me acompañaban en un callejón poco iluminado, mientras Benny Goodman me indicaba con el dedo pulgar su aprobación.

2 comentarios:

  1. Qué cuentazo, Jesús.

    Lograste un relato diferente, fresco, que emociona y alegra el alma, con un tema que en sí, es un tema trillado.

    El espíritu celestial con barba (a medio crecer, nada de barbas larguísimas a lo San Pedro) y voz de mujer. ¡Las nubes de caramelo! Una sala de recepción con “sala de espera adjunta”, jajajaja. El callejón que parece esperar a un gángster. Y los músicos.

    Los músicos. Y él regresa a la Tierra terrenal, pero se trae consigo a los músicos. Se trae consigo el momento mágico, el momento único en el que fue parte de ellos, y ellos lo aprobaron como si fuera uno de sus pares.

    !Bravíssimo!

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  2. Muchisísmas gracias Esther por tu cometario, éstos son los que a uno le hacen seguir adelante.

    Un saludote

    Jesús

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