“Marcial”
El café abrasaba. Mientras soplaba mi desayuno encendí la radio. ¡Lo de siempre! Política y futbol. ¡En fin!
Algo captó mi atención. Un gran incendio había acabado con un teatro del siglo diecinueve. La periodista lo calificaba de pérdida histórica, por la merma del edificio más antiguo de la ciudad.
La primera vez que entré en aquel lugar, fue para ver una obra de Zorrilla. ¡Qué digo una obra! ¡La obra! Don Juan Tenorio.
Desde las gradas vi a la gente pudiente ocupando los asientos del patio de butacas. Señoras con sus caros vestidos, sus joyas y sus maneras exquisitas. Caballeros, porque aquellos eran caballeros, dirigiendo su mirada altanera hacia el vulgo.
Luego la obra. Don Juan, Don Luis y Doña Inés, todos los personajes conocidos a través del libro cobraron vida. Las espadas tintineaban de verdad al cruzarse en un duelo por el honor. Fue indescriptible.
Mi amor por la literatura surgió en aquel teatro. Desde entonces cada vez que sostengo un libro, imagino a sus protagonistas cobrando vida en el escenario.
En aquel lugar disfrute de los clásicos, Calderón, Lope, Cervantes, Molière, y de los contemporáneos, Vallejo, Muñoz Seca, Moratín, Gala y tantos otros.
Sin acabar mi desayuno salí de casa con la imperiosa necesidad de acudir donde despertaron mis sentidos.
Hacía años que no pasaba por allí. Mi memoria recordaba las calles llenas de vida. Por ellas se podía ver al afilador, el colchonero, el policía de barrio y niños jugando. En los comercios se podía comprar la mejor fruta de la ciudad, o los paños más suaves. Todo ese mundo había desaparecido.
Recorría aquel barrio con ojos de evocación, me veía callejeando mientras jugaba a ser un caballero.
Por fin llegué al lugar deseado. Ruinas quemadas. Humeantes y húmedas.
Un retén policial impedía que otros como yo, se acercaran al desastre.
Mientras recorría el contorno de aquel solar vino a mi recuerdo la puerta de artistas. Allí esperé bajo la lluvia la salida de Jorge Cafrune, donde conseguí una dedicatoria. Estaba tan ensimismado que apenas pude oír una voz susurrante. “¡Qué pena!”. Al volverme pude ver a una mujer de aproximadamente mi edad con lágrimas en sus ojos.
—¿Usted también conocía este lugar? —dije con el mismo susurro empleado por ella.
—Aquí conocí a mi primer amor —suspiró sin dejar de mirar las ruinas— yo era figurante en una obra, mi vestido se rompió y un joven muy amable se prestó ayudarme. Debí causarle muy buena impresión, porque cuando salió a decir su única frase “Señor, la carroza espera”, se equivocó y dijo: “Señor, la carraspera”.
Aquella frase, la dijimos al unísono. La magia entró en escena. Dos jóvenes de edad madura, recordando viejos tiempos. Mis ojos veían a Anita, como aquella joven tímida que quería abrirse camino en el mundo de la interpretación, y con la cual compartí algo que nunca se olvida.
Me contó que fue a Madrid, donde consiguió papeles secundarios, y que en una ocasión interpretó a Doña Inés. Durante nuestra conversación, el lugar fue cambiando, encontrándonos de nuevo con aquel viejo teatro en todo su esplendor.
—¡Eh, oiga! Salga de ahí.
Aquel grito me devolvió a la realidad. Comprobé que estaba rodeado de cenizas, con los zapatos empapados, y asombrosamente solo.
—¡Vamos hombre! ¿No ve que no se puede pasar?
—¿No ha visto a una mujer junto a mi? —dije mientras salvaba la cinta que delimitaba el desastre.
—¿Mujer? Sólo estaba usted, y hablando solo.
Me disculpé ante aquel policía como pude. Me fui despacio, cuando un impulso me hizo volver la vista y ver, en medio de lo que fue el escenario, cómo Anita me daba un adiós definitivo, esfumándose entre bambalinas.
Muy tierno.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Jesús
Un abrazo
Gracias Elèna. Viniendo de ti es mucho más que un cumplido.
ResponderEliminarUn saludo
Pues no engañabas con el título, no. Realmente evocador.
ResponderEliminarUn abrazo zurdo.
¡Excelente, abrumador texto!
ResponderEliminarY excelente línea:
"Ruinas quemadas. Humeantes y húmedas" (es así; como lo subterráneo y lo aéreo; a veces se hermanan, a pesar de las teorías y demás ciencias especulativas...)
Voy a pasarme más seguido.
Te felicito.
Un abrazo.
Y Saludos Azules, ¡claro!
Turkesa.
Gracias Mariano.
ResponderEliminarUn saludo
Turkesa, gracias por pasarte.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, y que decidas pasarte en adelante.
Gracias de nuevo.
Un saludo, azul ¡claro!
Ooooole, Jesús, me ha encantado. Ya sabía que te afectó mucho lo del Princesa (el dia del incendio llegaste a la oficina con semblante triste) y ahora sé por qué.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia.
Un abrazo desde el curro,donde te echamos de menos.
Carla