La tarde en que Juan celebraba su sesenta cumpleaños sintió un fuerte dolor en su brazo izquierdo.
Esa noche en la habitación del hospital, su mujer dormía a su lado en una butaca.
Al mirar hacia la puerta la vio, su semblante era fresco y sonriente.
—No despertará —dijo refiriéndose a la mujer que dormía a su lado.
—¿Quién eres? —Juan no parecía asustado.
—Alguien que hará realidad tu deseo.
—No comprendo.
—¿Recuerdas tu petición al apagar las velas?
Juan quedó pensativo y sonrió.
—Veo que te acuerdas ¿Sigues deseándolo?
Miró a su mujer y pensó en los años felices.
—Sí, deseo que se borren todos mis errores.
—De acuerdo. ¡Que seas feliz!
Un gran sopor le dejó dormido.
Al despertar estaba sólo en la habitación de hospital.
Entró una enfermera sonriente que revisó su pulso y su presión sanguínea.
—Parece que todo está correcto.
—¿Dónde está mi…?
—¡Ah, su pareja! Al decir el doctor que usted no corría peligro, bajó un momento a desayunar ¡Mire ya está aquí!.
Miró hacia la puerta y vio a un hombre joven con barba de dos días que se le acercaba sonriente dispuesto a darle un beso. Levantó los brazos para detenerlo.
—¿Quién es usted? Y ¿Dónde está mi mujer?
La enfermera le dedicó una amplia sonrisa mientras sus pupilas se tornaban bermellón y en la habitación aparecía el olor inconfundible del azufre.
¡Menuda sorpresa!
ResponderEliminarSí, Alfred, para él fue una sorpresa bastante grande.
EliminarUn saludo
Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea.🤭
ResponderEliminarComo de costumbre, magnífico relato.
Aferradetes.
Siempre, siempre hay que pensarse que es lo que va a desear.
EliminarUn abrazo
Jo qué fuerte. Los deseos implican peligro.
ResponderEliminarMaravilloso texto, como siempre.
Abrazo grande.
Gracias Moony,
Eliminarsiempre hay un peligro en los deseos.
Un abrazo
Bien merecido se lo tenia. Un buen texto amigo. Saludos.
ResponderEliminarJa,ja,ja ¿Tú crees?
EliminarUn abrazo
Ainsss... esos deseos... :)) :))
ResponderEliminarSAludos.
Cuidado hay que tener ¿Verdad?
EliminarUn saludo