06 junio 2009

LA CARTA

“El acto más importante de nuestra vida es la muerte.” Ernest Renan.


LA CARTA

“Desestimada y poco seductora Muerte:
La presente es para pedirte, que si por un casual estoy en tu base de datos, me pongas al final.
¡Verás! Resulta que a pesar de mis achaques, mi edad y esos momentos (escasos por cierto) breves (por otra parte) en los que sin pensar en lo que hacía, me he acordado de ti, deseo rectificar y con fuerte fervor agarrarme firmemente a la vida.
El otro día, así sin más, comprendí que me quedan muchas cosas por hacer. Aunque ya he plantado un árbol, he escrito un libro, he tenido un hijo, y he subido en globo. No he visto crecer ese árbol ni a ese hijo, no he publicado ese libro. ¡Y lo del globo! Pues solo fue una subida de veinte metros atado a una cuerda.
Además, me gustaría (si te parece correcto) poder irme contigo dejando atrás algo por lo que mis hijos y mis nietos me recuerden.
Ya sé que he tenido una vida para conseguirlo, pero la he pasado aprendiendo, y ahora que ya sé, quiero realizarlo.
Por esa razón te pido, que me des algún tiempo más. Tú, que el reloj lo controlas retrásalo, o mejor páralo. No te pido que no me hagas la visita prevista, si la tienes que hacer hazla, pero no ahora.
Si tienes a bien concederme este pequeño deseo, te estaré eternamente agradecido.
Fdo: Yo, el que tu sabes.
Valencia a primeros de mes del dos mil y pico.”

La carta la dobló con esmero, humedeció con cuidado la solapa del sobre y lo cerró. Luego escribió “A la muerte (recoger en cartería)”

Cuando un funcionario comenzó su trabajo de clasificar, vió la carta, sonrió y la lanzó en el casillero de “Cartas imposibles”

Los días transcurrieron. Por la oficina postal pasaron miles de gentes, pero un día…

Un hombre alto, enjuto y envuelto en negro, se acercó a cartería y con voz profunda pidió una carta dirigida a él “¿A qué nombre?” preguntó el funcionario sin levantar la vista, “A la Muerte” respondió aquel hombre. El funcionario sonrió creyéndolo una broma, pero al mirarlo a los ojos comprendió que no y fue al cajón de cartas imposibles.

Al volver del trabajo como de costumbre miró el buzón, entre publicidad y facturas encontró una carta dirigida a él, sin remite y sin sello. El vicio pudo más que el contenido de aquella carta y salió en busca de un estanco.

Mientras encendía un cigarro del nuevo paquete, vio esperando el verde del semáforo, a una mujer que de la mano llevaba un niño de corta edad. Sonrió.

De pronto el niño se soltó de su madre y cruzó. Todo sucedió muy rápido. Un autobús, el niño en medio y él corriendo. Un empujón.

En el tanatorio una viuda recibía miles de visitas entre ellas la de una madre agradecida.

En un momento de tranquilidad, abrió la bolsa de efectos personales, y vio una carta sin remite ni sello, la abrió y en medio de una página en blanco, una palabra “Concedido”

1 comentario:

  1. Ante todo quiero agradecer a Eléna Casero que este relato me lo publicara en su blog.
    Gracias Eléna.

    No he podido resistime a publicarlo en Luz y papel, pero antes he realizado alguna modificación.

    Espero que os guste tanto, al menos, como cuando Eléna lo publicó.

    Gracias a todos.

    ResponderEliminar