03 octubre 2025

El robo


El plan estaba muy claro, había que entrar y, coger todo lo que se pudiese y salir con la mayor aceleración posible. Con lo que nadie contaba era con lo que nos íbamos a encontrar nada más traspasar el umbral de la casa.

Andrés, el mas valiente de todos nosotros, fue el primero, pero también fue el primero en salir. Lo hizo con la cara desencajada, sin decir nada, y con una aceleración que nos dejó a todos paralizados. Nos miramos unos a otros intentando comprender qué fue lo que hizo que Andrés saliera de aquella manera.

Juan, el más joven, miraba el interior de la casa, oscura, sin un atisbo de luz. Aquel negro invitaba a entrar y averiguar algo de lo sucedido, pero también nos reprimía por la reacción de nuestro compañero.

—Bueno, ¿qué hacemos? ¿Entramos?

El silencio fue la respuesta a lo preguntado por Juan. Los tres, Manolo, Juan Y yo, miramos hacia el interior.

La noche no ayudaba, pues habíamos elegido una sin luna. Nos jugamos a piedra, papel o tijera, para ver quién era el primero en entrar. Ni que decir tiene que la suerte que nunca se ha aliado conmigo en esta ocasión lo hizo.

Tragué saliva y, despacio, muy despacio, me encaminé hacia el interior. Note la mano de uno de mis compañeros en la espalda. Tropecé con una madera en el suelo, una cerilla me dejó ver que era la pata de una silla, a su lado había un trapo de cocina. Ante el olvido de alguna linterna, improvisé una antorcha.

Aquella casa estaba decorada como en el siglo XIX, y el mal estado de los muebles, los cuadros, las paredes, las alfombras y la moqueta denotaban el abandono. En el lado derecho existía una escalera de mármol que daba acceso al piso superior.

—¡Vamos! Hagamos lo que hemos venido, a hacer y salgamos de aquí —susurró Manolo—, todo me da mala espina.

—Bien, las habitaciones deben estar arriba, yo veré qué puede haber aquí abajo.

Manolo y Juan subieron improvisando otra antorcha.

Entré en lo que parecía una biblioteca enorme. Estaba repleta de libros polvorientos, y al parecer por su encuadernación muy antiguos.

—¡Vaya! Un ladrón intelectual.

Ni que decir tiene que me asusté, miré para todos los lados sin encontrar de dónde procedía aquella voz femenina. Al guardar en su sitio el libro que había cogido y darme la vuelta, se me apareció una mujer, distinguida, vestida con ropas de las señoras pudientes del mil ochocientos. Me quedé paralizado y comprendí al instante qué fue lo que hizo que mi compañero Andrés saliera como alma que lleva el diablo.

—No temas, no puedo hacerte nada, salvo alguna cosa que te pueda asustar como hice con tu compañero. Aquí no vas a encontrar nada que tenga un valor como para que merezca la pena un robo sustancioso.

—Pero…, tú…, yo…

Mis pensamientos se alborotaban en mi cabeza. De repente el fantasma desapareció, enseguida me percaté el motivo. Mis compañeros entraron diciéndome que poco había en la parte de arriba, así que había que irse.

—Iros, si queréis, yo me quedo.

—¡Vaya! No me extraña ¡Menuda biblioteca!

Tras la observación de Manolo salieron de la casa, no sin antes aconsejarme que no estuviera mucho tiempo por si aparecía alguien, me guiño el ojo mientras decía la advertencia.

Al volver a quedarme, solo apareció el fantasma.

—Menudos compañeros tienes que te dejan solo.

—Son buenos chicos, por cierto ¿Cómo es que eres un fantasma? ¿Qué hiciste mal?

El fantasma me indicó que tomara asiento para contarme la historia. Resulta que intentaron violarla y, al defenderse, mató a los dos que lo intentaron. Me contó todos los detalles sin descartar ninguno. ¡Menuda mujer! Pensé.

—Me hicieron un juicio y el motivo de ser una mujer no tuvieron en cuenta los motivos de defensa propia, hasta un juez insinuó que no empleé demasiada resistencia o solo actué por venganza.

—¿Cómo? Y matarlos no fue suficiencia, resistencia, ¿no?

—Estábamos en el siglo XIX.

— Claro.

—Luego en el juicio final decidieron que purgara mi pecado por incumplir el “No matarás” y aquí estoy hasta que alguien rece un Padre Nuestro en una iglesia por mí.

Estuvimos hablando durante un largo tiempo, tanto que se hizo de día. Me dijo que, ya que había entrado allí con el ánimo de robar, que me llevara algún libro, y me aconsejó uno. Lo cogí y, después de quitarle el polvo, lo guardé en la bolsa que llevaba.

Nos despedimos y me fui algo contento por haber logrado algo insólito, haber hablado con un fantasma durante varias horas.

Al volver a casa pasé por delante de una iglesia y, parado delante de la puerta, decidí entrar tras un montón de tiempo que no lo hacía y rezar un padre nuestro por Andrea. Al salir fui a un anticuario para que me tasara el libro.

—No sé de dónde lo has sacado, pero esto que tienes es una joya, si lo subastamos pasarás el resto de tu vida sin dar golpe.

Y me fui a vivir a Miami, donde pasé lo que me quedaba de vida despreocupado de todo mal y rezando un padre nuestro todas las noches.

28 agosto 2025

La trampa

La moneda fue la causa de todos mis problemas. Cuando la encontré en la acera de aquella calle, sucia y pegajosa, nunca pensé que me metía en una trampa.

Al cogerla sentí un asco irremediable, pero aun así no la solté; jamás había tenido una moneda de ese valor, y no iba a deshacerme de ella.

Busqué un lugar donde limpiarla, descubrí al otro lado de la calle una fuente pública, y allí me dirigí sin importar el tráfico.

A punto estuvieron de atropellarme; gritos, insultos y bocinazos acompañaron mis pasos al cruzar la calle.

Al llegar a la fuente apreté el botón para que saliera el agua, y el chorro fue una bendición. Lavé con cuidado la moneda quitándole toda la mugre. Luego busqué en una papelera cercana algo para terminar de limpiarla y secarla. Unos papeles y un trozo de trapo me sirvieron para dejarla algo más reluciente de lo que estaba.

Con ella en la palma de mi mano la estuve observando y pensando qué podía hacer con ella, hasta que llegó un tipo diciendo que aquella moneda era suya, y que la había dejado en la acera porque estaban grabando un video para un programa “¡Cuanto duraría una moneda como aquella en la calle!”, ni que decir tiene que no le creí, al menos hasta que vi llegar a dos individuos  con cámaras de televisión donde se podía leer el nombre de un canal nacional muy conocido.

Hubo sus más y sus menos, yo no soltaba la moneda y ellos intentaban arrebatármela. Al fin llegamos a un acuerdo. La cadena permitiría que me quedase con la moneda si yo realizaba algo que ellos pudieran grabar para la televisión. Acepté.

Así me vi robando un coche aparcado no muy lejos, y esposado por la policía sin que ellos salieran en mi defensa.

Por la noche la cadena de televisión emitió un video donde se podía ver cómo se robaba un coche a plan luz del día.

A mí me robaron la moneda tras una cuchillada en la galería cuarta de la prisión estatal.


08 agosto 2025

El asesino



El cuchillo de grandes dimensiones lo sujetaba con fuerza en su mano derecha, mientras, goteaba sangre sobre una vieja libreta que, abierta por una página, rezaba en su parte superior:. «Cómo deshacerse de un cadáver».

Recogió aquel cuaderno y al intentar limpiarlo emborronó lo escrito en él.

—¡Maldita sea!

Lo intentó de nuevo, pero… Fue peor. Tomó la decisión de lavarse y fregar el cuchillo.

Una vez limpiado el arma, dio un repaso a la casa y en especial a la habitación donde el cadáver estaba tendido en el suelo boca arriba.

De repente sonó el teléfono móvil. A través del sonido buscó la ubicación. No se atrevió a cogerlo, pues no recordaba haberlo tenido entre sus manos; por lo tanto, no tendría sus huellas.

En el teléfono pudo leer «Editor». Lo dejó sonar, y en momento determinado saltó el contestador «Andrés, ¿cómo llevas la novela?». En la editorial se están poniendo nerviosos. «Llámame cuando puedas».

Nuestro asesino dio un repaso con la mirada por ver si había algo que se hubiera escapado. ¡Horror! Su pie izquierdo había pisado el charco de sangre y había dejado huellas de su zapato por todas las habitaciones.

La desesperación fue en aumento, los nervios fueron adueñándose de todo su ser. Comenzó a sudar. De pronto se acordó de la libreta «¿Dónde la había dejado?». Ya no importaban las huellas, la limpieza de la casa y, el que apareciera algún vecino. Nada. Solo aquel cuaderno que no solo tenía sus huellas en las tapas, sino también en la página emborronada.

La encontró encima de un mueble de la sala donde estaba el muerto. La cogió, la abrió por la página manchada «Ves cómo no es tan fácil», fue lo primero que leyó «Es más sencillo matar que ocultar las pruebas para que no te inculpen»

—Pero la culpa la tienes tú—, habló en voz alta—. Tú eres el autor, tú manejas a los personajes, o sea, a mí.

—No siempre. En ocasiones, el personaje debe guiar al autor, y en este caso deberías haberme guiado.

—¡Eso es!, ahora he de decirte lo que tus personajes deben hacer, o no hacer. He matado a un hombre, que por cierto no sé quién es, y va de negro como si supiera lo que fuera a ocurrirle y, se hubiera puesto de luto.  Tampoco sé por qué he tenido que matarlo. Al menos podrías decirme el motivo.

—Por droga.

—Por… ¿Acaso soy un camello?

—Ya lo descubrirás.

—¿Cómo? Yo hago lo que me dices que haga.

—No. No, amigo mío, hay ocasiones en que el personaje debe decidir qué hacer. En este caso no hay que ser tan patoso como lo has sido, y reflexionar cada actuación.

—¿¡Cómo!? ¿¡Patoso!?, haberme creado de otra forma, por cierto. ¿Cómo me has creado, acaso soy un sicario del este, un…? Ruso, para eso debería hablar de otra manera, no sé… No deberría haberrlo matado asii, ¿por qué estoy hablando como si fuera de Valladolid?

—Porque quiero que sea así y nada más.

—Pues vaya. No dices que el personaje debe guiar al escritor…

—Sí. Pero tú no me estás indicando nada que pueda…

—¡Un momento! Aquí hay algo que no cuadra. Me creas como un asesino patoso, y luego me recriminas. ¿A qué juegas?

—No juego a nada —escribió a modo de resignación—, lo único es…

—¡Nada! Estás jugando conmigo, y no me gusta. Si yo tengo que exponer algo para que mi personaje, o sea yo, funcione bien, he de decir que no me gusta cómo me estás creando y ¡Protesto!

—Protesta lo que quieras, pero si no me indicas nada seguirás siendo un patoso y lo que prometía un relato interesante se convertirá en uno mediocre. ¿Y sabes lo que pasará?

—¡Qué!

—Que te sustituiré.

—¡No! Espera, espera. Podemos llegar a un acuerdo. Dime por dónde quieres que vaya el asunto y te seguiré. Porque… No querrás llevarme a una isla desierta y dejarme allí tirado, ¿No?

—Pues mira… No es una mala idea.

—¡Je, je, je! Por cierto, ¿qué hago con esta caja de cerillas?

—¿Una caja de cerillas?

—¡Anda! Te he pillado… Sí, esta caja que dice «Morir no es lo importante, lo que de verdad importa es saber matar».

El escritor no contestó, se limitó a decir otra vez. «Saca el cuchillo y comencemos de nuevo, pero en esta ocasión apuñala tres veces… Y ten cuidado con las huellas, la libreta y la maldita caja de cerillas, si no ya sabes… La isla.


© Jesús García L.

26 julio 2025

La Última frontera

Título: La última frontera

Nunca pensé que navegar a vela fuera tan apasionante. El capitán de “El dominio del mar“, me lo mostró cuando faltaban pocas millas para llegar a nuestro destino.

“Amigo mío. Acabo de apagar los motores, a partir de ahora navegamos con el viento”. Me comunicó cuando llegué al puesto de mando tras su llamada.

La goleta comenzó a deslizarse sobre el agua, acudí a la amura de babor para disfrutar de la navegación. El viento se hundía en la tela del velamen, ejerciendo la fuerza suficiente para desplazar la embarcación.

La proa rasgaba las aguas produciendo a sus lados una espuma con un sonido característico. Cerré los ojos para disfrutar de aquel momento. Un silencio que se rompió por una voz femenina a mi espalda que indicó los placeres de los que estaba disfrutando. Sonreí y, me di la vuelta para conocer la persona de aquella voz tan recurrente, pero no había nadie, busqué por toda la cubierta sin encontrarla, salvo algún marinero, que por supuesto no podría tener aquella voz miel. El barco dio un bandazo y me sujeté en la borda, mi mano se puso sobre una llave grande y oxidada, me pareció raro que estuviera allí aquella llave, mi instinto fue guardarla.

La puesta del sol me obligo a retirarme de cubierta. Al encontrarme con el capitán le pregunté si había alguna pasajera, me lo negó “El único pasajero que navega con nosotros es usted”, me pareció un poco extraño porque yo había oído esa voz.

Cuando llegó la noche y en el comedor me faltó un cubierto y desoyendo al capitán fui a buscarlo, en el cajón de los cubiertos apareció la llave oxidada, enseguida busqué en mi bolsillo y ya no estaba, mi instinto fue cogerla, pero decidí dejarla allí. Después de cenar con el capitán, me fui a mi camarote y me acosté. El ruido acompasado de los motores había desaparecido y, aunque no lo parezca, estuve sin pegar ojo toda la noche, no fue solo por el silencio, sino por aquella voz de mujer que oí en cubierta y, la dichosa llave.
Al llegar a puerto me despedí del capitán agradeciéndole el regalo de la navegación. Cuando abandoné la goleta me quedé durante unos minutos esperando que apareciera la pasajera, pero no tuve suerte nadie más bajó a tierra.

El puerto estaba abarrotado de mercaderes y estibadores, apenas se podía deambular. Cuando llegué al edificio de la naviera para solucionar unos asuntos, me extrañó que no hubiera nadie y mucho menos a medio día como era. Decidí volver más tarde.

Al salir a la calle mi sorpresa fue que había desaparecido el bullicio anterior, es más, estaba el puerto vacío. Alcé la voz para ver si alguien aparecía. Nadie.

Quedé atónito al darme cuenta de que, “El dominio del mar” no se encontraba atracado, había desaparecido.

Al fondo del malecón apareció una mujer que venía hacia mí, despacio, como levitando, al llegar a mi altura observé una leve sonrisa.

—Hola—aquella voz la identifiqué de inmediato, era la misma que la del barco—veo que has reconocido mi voz.

—Sí.

—¡Vaya! Veo que me reconoces.

—Eres inconfundible y, más después del escenario que has montado. Nos conocimos, en una ocasión, desfavorable para ti… Siempre he pensado que vendrías a por mí de un momento a otro y…

Un chasquido de sus dedos cambió el escenario a uno más lúgubre, rodeado de rocas de las que manaban lenguas de fuego, y un fuerte olor de azufre.

—Dime que deseas de mí.

—Tu alma—dijo mientras sonreía—pero antes me entregarás a tu interlocutor de la naviera cuando te reúnas con él y pongas la llave sobre su mesa.

—¿Que llave?

—La que llevas en el bolsillo.

Palpé el pantalón y la noté, la saqué para comprobar que era la oxidada, la mostré con cara de asombro, aunque reconocía su magia.

—¿Pretendes que te entregue a una persona a cambio de mi salvación?

—Por una temporada, sí. Será tu última frontera en este mundo.

—¿Cómo de larga?

Algo ocurrió en ese momento. Todo se volvió oscuro y una voz se repetía en mi mente.
—Señor García, señor García, hemos llegado a puerto.

Un marinero me despertó. Agradecí que me alejara de mi sueño. Al bajar a tierra y darme la vuelta para despedirme del capitán lo vi charlando amigablemente con ella.

11 julio 2025

El ataque

Los lobos atacaban sin piedad al cordero, y este chillaba a cada mordisco que recibía. Sus alaridos llamaban a sus hermanos con la esperanza de que le ayudaran a librarse de aquel feroz ataque, pero ninguno se movía, lo estaban dejando a su suerte.


Una vez dejó de gritar, su sangre inundó la tierra, su cuerpo inerte quedó en el suelo. Los lobos con sus hocicos manchados por el color rojo del líquido orgánico, fueron reuniéndose al rededor de su jefe esperando la indicación para lanzarse a por la próxima víctima, pero en ese momento apareció el pastor acompañado de sus dos acompañantes, armados con palos y lanzando alaridos para ahuyentar a los lobos. La manada se retiró con rapidez ante la intervención del pastor. Una vez alejados y sintiéndose seguros de las amenazas del pastor, el jefe de la manada, se volvió serio, frío y amenazador, aulló una vez, luego, mirando fijamente a la manada de corderos, amenazó con la mirada.


A la mañana siguiente, el periódico local describía en un artículo el encuentro del cuerpo de un drogadicto que, al parecer, se habían ensañado con él. Todo parecía, según la policía, a un ajuste de cuentas. 


Según pudo descubrir el periódico, mientras estaban atacando a la víctima, varias personas, al tiempo que llaman a la policía, pudieron hacer correr a los atacantes al grito de “Policía, policía”.


29 junio 2025

Espuma de mar

La proa de la goleta La Espuma del mar le levantaba por la acción de las olas, para luego estrepitosamente caer sobre el mar. La tormenta obligaba al piloto aferrarse al timón para gobernarlo lo mejor posible. Las olas barrían la cubierta con fuerza. El balanceo que sufría la embarcación obligaba a la tripulación a sujetar lo mejor posible la carga.

Una ola enorme se precipitó sobre La Espuma del mar, volcándola hacia babor , su borda llegó casi a hundirse, cuando el navío volvió a su posición normal, el timón giraba sin control, el piloto no estaba en su puesto, alguien grito “Hombre al agua”, el patrón al ver que el timón estaba ingobernable fue corriendo a sujetarlo, tres miembros de la tripulación lanzaron un salvavidas y un cabo al piloto que luchaba con las olas que intentaban hundirlo.

El piloto consiguió alcanzar el salvavidas y gritó “Tirad”, los miembros de la tripulación tiraron de él hasta subirlo a bordo. En cuanto se supo a salvo fue a su puesto en el timón.

El mar fue enfureciéndose intentando apoderarse de la goleta. Grandes olas se abalanzaban sobre la embarcación por babor y por estribor, el piloto puso rumbo hacia ellas, una y otra vez intentando estabilizar el barco.

El amanecer trajo la calma, unas nubes se apartaron para dejar pasar al sol. Era medio día cuando pudieron hacer balance de perdidas. La tripulación se encontraba cansada pero en buen estado, el capitán ordenó repartir una ración de ron, cuando uno de ellos apareció con un joven que estaba escondido en la bodega.

—¡Un polizón!—exclamó el patrón— ¿Desde cuándo está escondido?

—No hace mucho —dijo el muchacho, que no aparentaba más de dieciocho años— desde que acabó la tormenta.

Aquella respuesta dejó a todos extrañados. El capitan ordenó que lo ataran y lo encerraran en la bodega hasta que llegaran a puerto y lo entregarían a las autoridades.

La noche estaba en calma, en el cielo se podía observar multitud de estrellas. El marinero que estaba de guardia se asustó al oír al joven en cubierta.

—¿Cómo te has escapado?

—Fácil, tus compañeros no deben ser buenos marinos pues los nudos no eran muy buenos, y luego no he tenido problemas.

El miembro de la tripulación lo miró con extrañeza, en ese momento apareció su relevo.

—Vamos volverás a la bodega.

—¿Qué hace este aquí? Debería estar encerrado.

—Lo sé, se ha escapado, voy a encerrarlo otra vez.

—Esta vez los nudos los haré yo, no te podrás escapar.

Lo maniató de pies y manos y lo sujetó a una argolla para que no se pudiera escapar.

Tras varios días de travesía llegaron a puerto. Echaron el ancla y esperar a que el Práctico del puerto les indicara dónde podían atracar.

Como el Práctico no se ponían en contacto con ellos, el patrón decidió llamar por el radio, insistiendo pues no recibía comunicación.

—Iré a puerto si es necesario buscando a las autoridades.

En ese momento apareció el muchacho.

— No hace falta.

—¿Qué hace este aquí? ¿Quién lo ha soltado?

—Nadie capitán. No le contestan porque no le ven.

—¿Cómo?

—Muy sencillo, ninguno de ustedes existe, se perdieron en la tormenta.

—¿Y el barco? —fue el segundo quien preguntó—, el barco desapareció en una de las olas que lo destruyó.

—¿Pero qué está diciendo este loco? Volverlo a encerrar.

En ese momento el joven cambió de aspecto. Una capa negra lo cubrió, sus manos fueron huesudas y su cabeza fue cubierta por una capucha que impedía que su cara se viera. Todos quedaron asombrados y a la vez asustados.

—Tú eres…

—En efecto. En tu pais me llaman La Parca, y en el de alguno de los vuestros —dijo refiriéndose a la tripulación—, la limpia, la blanca, la güera, la pelona, la muerte…

—Pero…, porqué estamos aquí…, vivos…

—No te equivoques, patrón, no estáis vivos, simplemente no estáis, y vais a cumplir un castigo por vuestros pecados.

—¿Pecados? —repitió el segundo— ¿Qué pecados hemos cometido?

—La bodega está llenos de ellos ¿Te suena la palabra contrabando?

—Pero con eso no dañamos a nadie y nosotros nos ganamos la vida, que de otra manera no podríamos.

—¡Vamos, capitán!

El patrón bajó la vista al suelo admitiendo las palabras dichas.

—Y ¿Qué castigo nos espera?

—Vagar por la eternidad en este mar por el que habéis navegado.

La espuma del mar tomó rumbo al oeste en dirección al sol poniente para siempre.

12 julio 2023

La partida

Anoche, cuando volví arrastrándome a casa, cosa que últimamente me ocurre con demasiada frecuencia, me llevé una sorpresa. En el salón estaba sentada en el sofá la triste figura. Vestida de negro, sin su guadaña , sin capucha y con un aire mas moderno que vintage. Pantalones chinos, zapatillas oscuras en lugar de zapatos, calcetines negros, camisa y sin corbata, me miraba con unos ojos azules intensos. Aquel color de los ojos me desarmó, entonces fue cuando caí en su cara. Sus rasgos eran bellos, su faz no tenía nada que envidiar a cualquier modelo de revista mediática.

—Te estoy esperando durante un largo tiempo.

Su voz femenina, susurrante y melodiosa me calmó. No sin dificultad me senté en uno de los sillones del salón, me encontraba casi enfrente de ella. Ella se recostó sobre el sofá cruzando las piernas y esperó a que yo dijera algo.

—¿Cómo?

No acerté a decir nada coherente, intelectual, acertado. Mi corazón se aceleró cuando ella se levantó y pude ver su figura esbelta. Su ropa ceñida mostraba un cuerpo de mujer espectacular, sus movimientos felinos, sensuales e indescriptibles, la llevaron a coger una silla y sentarse frente a mí.

Balbuceaste pregunté si acaso había llegado mi hora, mi momento, mi fin. Ella, sin inmutarse, y al tiempo que volvía a cruzar las piernas, me miró con aquellos ojos intensos, muy expresivos y contestó.

—Todavía no lo he decidido…

Sin saber cómo ni porqué balbuceé algo incoherente, y fuera de lugar.

—Y… ¿Qué debo hacer para que te decidas?

Una carcajada siniestra retumbó por toda la casa, tan fuerte que pensé que los vecinos la habrían escuchado y posiblemente llamarían a mi puerta, o a la policía, pero no ocurrió nada de las dos cosas. Parecía mentira que aquella mujer delicada en sus movimientos, en su forma de expresarse y con su delicada forma de dirigirse a mí, pudiera lanzar al aire una carcajada cargada de terror como la que acababa de producirse.

—¡Perdón!

Hasta su forma de disculparse me pareció sensual.

—Verás, cuando me llegó la orden de venir a por ti, dudé. Repasé tu historial, cosa que siempre hago cuando me llega un aviso de recogida, y pude comprobar que a pesar de todos los pormenores que justifican una recogida rápida y sin problemas, había algo que me hizo dudar si era el momento adecuado.

—¿Y qué es ello?

—No, no te hagas ilusiones, tienes todos los pormenores necesarios para que te vengas conmigo, demasiados diría yo, pero, y ese pero es el que me ha retenido.

Hubo un silencio, que aproveché para interrogarla con mi expresión, ella inexpresable fijó sus delicados ojos azules en mí.

—En un momento de tu vida apostaste por ayudar a una persona, te jugaste todo lo que tenías para salvar a un pobre chico de su miseria y ganaste, aquel niño, hoy hombre, te recordó el otro día, e inexplicablemente realizó una petición que no ha caído en saco roto, y por eso voy a darte una oportunidad.

Inexplicablemente delante de mí apareció un tablero de ajedrez.

—Jugaremos tres partidas, tal y como hiciste en aquella ocasión, si consigues ganar las tres partidas, o dos con una en tablas te salvarás, yo me iré y tu seguirás con tu despreciable vida hasta que me vuelvan a llamar para recogerte. ¿Aceptas?

Acepté. Y comencé a jugar la partida de ajedrez más importante de mi vida. Cada jugada, cada movimiento lo estudié con intensa atención.

Hoy puedo asegurar que jugarse la vida con quien tiene todas las de ganar no fue una buena decisión.


©Jesús García Lorenzo