23 septiembre 2021

El extraño caso de Antonio

       Antonio, hombre solitario, recorría cada mañana a las ocho en punto los quinientos metros existentes entre su domicilio y la cafetería Buen Día, donde siempre desayunaba un café largo cortado de leche con una magdalena, para luego encaminarse con decisión a su puesto de trabajo.

Trabajaba en la estafeta de correos de nueve de la mañana a seis de la tarde. Era muy popular entre todos los vecinos de aquella pequeña ciudad que se asentaba en la ladera de una gran montaña denominada el Oso, por su extraña forma que asemejaba a ese palmípedo animal.

Una mañana, fría y amenazante de lluvia, Antonio se encaminó, como era su costumbre, a la cafetería para desayunar. Al doblar la esquina una espesa niebla lo rodeó, y nunca más se supo. Había desaparecido.

Al no saber nada de él, los compañeros de trabajo, extrañados, denunciaron su desaparición. Se comenzó entonces una búsqueda exhaustiva por todo el término municipal. La policía usó sus perros, los vecinos y conocidos fueron organizados en patrullas, todos estuvieron ojo avizor para encontrar una pequeña e insignificante pista que pudiera dar con el paradero de Antonio. Pasaron los días y poco a poco se fue reduciendo la búsqueda. La Ley de desaparecidos fue adquiriendo fuerza, y los investigadores judiciales dieron carpetazo al asunto, archivando el caso con la coletilla de: “Sin resolver”. 

Pasaron dos años, y cuando todo el pueblo ya se había olvidado del caso, una mañana de otoño apareció Antonio en la cafetería Buen Día, pidió una taza de café largo cortado de leche y una magdalena. El camarero le sirvió el desayuno. Al terminar su desayuno y pedir que lo anotara en su cuenta el camarero lo reconoció. Sorprendido quedó sin habla. Tanto que no supo qué hacer. Quedó observando como Antonio abandonaba la cafetería dirección a la estafeta de correos.

Sin pensárselo un momento el camarero siguió sus pasos, no sin antes decirle a su mujer que volvía enseguida. Desde la acera de enfrente lo vio entrar en la estafeta a las nueve en punto; como era habitual en él. Cruzó la calle y empujó la puerta, pero estaba cerrada, miró a través del cristal y vio como las luces fluorescentes iban encendiéndose una tras otra. De repente un funcionario de la estafeta se presentó al otro lado de la puerta, el camarero, que no lo vio acercarse, retrocedió unos pasos por el susto. El funcionario le señaló el cartel que colgaba en medio del cristal y donde se podía leer: «Cerrado».

—Hasta las nueve y media no se abre. —Gritó el empleado público.

—Acaba de entrar…

—¿Entrar? Nadie. Aquí no ha entrado nadie. Vuelva luego.

Sorprendido por la contestación del funcionario se volvió a la cafetería. Mientras cruzaba la calle se preguntaba cómo no podían haberlo visto entrar. Se paró en la acera de enfrente, justo desde donde lo vio cruzar la puerta. Además le había servido el desayuno. Recordó de pronto que había dos clientes en la barra cuando sucedió. Comenzó a correr para preguntarles antes de que se fueran.

Al llegar, su mujer, que entraba y salía de la cocina, le preguntó, recriminándole, donde se había ido. No contestó, se limitó a dar un vistazo rápido al local buscando los clientes de la barra. Se habían ido.

—Si buscas a los clientes que estaban desayunando les he cobrado yo.

—¿Tú has visto aquí en la barra a Antonio esta mañana?

—¿A quién? ¿Al que desapareció hace dos años?

—¡Justo, ése!

—¿Qué pasa, se ha ido sin pagar?

El camarero le contó lo sucedido, y su mujer lo miró, movió la cabeza y se volvió a la cocina.

A la mañana siguiente, a la misma hora apareció otra vez Antonio. Cuando, de espaldas, le oyó pedir el mismo desayuno, reconoció la voz, o quiso reconocerla. Al volverse lo vio salir dirección a la estafeta. Sin perder un momento salió detrás de la barra y lo siguió. En el mismo lugar que el día anterior se paró y observó como abría la puerta de la estafeta, pero antes de entrar Antonio se volvió hacia el camarero y le dedicó una sonrisa. El camarero se deshizo del mandil y se quedó esperando media hora a que abrieran la estafeta. Al entrar recorrió con su mirada todo el establecimiento hasta que encontró a Antonio. Estaba sentado en una mesa realizando el trabajo de clasificación de cartas postales.

El camarero quedó allí parado en medio de la estafeta, sin poder apartar la vista de Antonio. Un funcionario se le acercó, y él le señaló hacia el lugar donde se encontraba Antonio.

—Allí no hay nadie.

—¿Nadie? —Dijo el camarero— ¡Pero si lo estoy viendo!

Antonio dejó de clasificar cartas, levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa, en ese preciso instante el camarero cayó redondo al suelo. Cuando llegó el médico tan sólo pudo dictaminar el fallecimiento.

Pasaron dos años más, y la cafetería Buen Día cerraba sus puertas todas las noches a las once, el nuevo dueño no veía motivo para estar abierto más allá de esa hora, pues nadie acudía. Esa noche sin embargo se presentó un cliente pidiendo un café con leche. El nuevo dueño del local le informó del cierre, pero no quiso problemas y le sirvió el café con leche. Al terminar el cliente le pagó, y antes de irse le agradeció que mantuviera su local en buen estado, y desapareció en la oscuridad.

A la mañana siguiente a las ocho de la mañana aparecía en la cafetería Buen Día, pidiendo un desayuno, Antonio. El café estaba semi lleno y hubo dos clientes que lo reconocieron. Nadie le dijo nada. Al terminar el desayuno vieron como se dirigía a su antiguo lugar de trabajo. Uno de los clientes llamó a la policía antes de ir a la estafeta. No tardó en aparecer un coche policial en el café y otro en la estafeta. Al momento el juez de guardia levantaba dos cadáveres, uno en cada sitio.

Se corrió el rumor de que una extraña maldición había hecho nido en la ciudad. Los periódicos de todo el país dieron la noticia. En aquella ladera del monte Oso ocurrían muertes extrañas.

No tardaron en estar ocupadas todas las habitaciones del hotel y de las dos posadas existentes en la ciudad. Llegaban de todas las partes del país e incluso del continente, expertos en efectos paranormales, curiosos y periodistas de todas las televisiones nacionales.

Se triplicó el número de habitantes de la ciudad, no se podía transitar por la calle principal, y la cafetería Buen Día, siempre estaba a rebosar. El nuevo dueño de la cafetería realizaba entrevistas para todas las cadenas de televisión; estaba más tiempo ante un micrófono que detrás de la barra. El negocio iba excelente, pues había tenido que contratar a un empleado, y ya no cerraba antes de las doce de la noche.

Tanto la cafetería como la estafeta de correos estaban vigiladas a diario por todos los periodistas allí apostados esperando la aparición del tal Antonio, que tenía la facultad de que cuando aparecía había siempre un muerto.

Durante una semana la ciudad se aparentaba a un hormiguero. Se habían concentrado al pie del monte Oso, todo tipo de gentes, entre los que se encontraban el azote de la policía, los carteristas, timadores y los más expertos en aliviar los bolsillos de los demás. En comisaría se recibían multitud de denuncias a diario, tantas que los pocos agentes no daban a basto para atenderlas.

Todos los forasteros, cada cual en un grado distinto, pero con la misma ansiedad, esperaban, deseaban que alguien muriera para poder dar por veraz el motivo por el que se habían concentrado allí.

Pero los días pasaron y en aquel lugar no ocurría nada. La descripción de Antonio se había dado a conocer por todo el mundo, incluso una foto, que nadie sabía de dónde había salido, corría por las redes sociales, unas tomándoselo a broma, y otras jugando con ese tipo de noticias que a todo el mundo le agrada leer, ver o estar informado por su toque de malsana curiosidad.

Al terminar la semana fue deshinchándose el Bum creado, y poco a poco fueron desapareciendo los invasores de aquella pequeña ciudad hasta que se volvieron a quedar solo los residentes.

Pasados unos días de la marcha de los forasteros, la cafetería Buen Café volvió a tener los clientes habituales y a cerrar a las once de la noche. La estafeta de correos volvió a su rutina, y los habitantes siguieron con su aburrimiento.

Ya nadie se preocupaba por la ciudad en la ladera del monte Oso. No salía en las noticias, ni se hablaba de ella en los periódicos, ni en las revistas. Todo se había olvidado.

Una mañana apareció en la calle principal un vehículo donde se podía leer en sus laterales «Radio Curiosidad», apoyado en él había una mujer que llamaba la atención por su forma de vestir y por su belleza. Estaba micrófono en mano esperando que le dieran la señal, que seguramente recibiría a través del auricular que llevaba en su oreja izquierda, para empezar alguna conexión o entrevista.

Las gentes, después de lo ocurrido semanas atrás, ya no daba importancia a la presencia de un periodista, pero esta profesional tenía algo que hacía que los hombres jóvenes no le perdieran ojo.

Llegado el momento la bella periodista comenzó a hablar, haciendo un pequeño resumen de lo que allí había acontecido, y del fracaso de la prensa al querer ser testigos de la maldición que se achacaba a la ciudad. Poco a poco fue acercándose a un grupo de jóvenes que no le quitaban ojo, hasta que casi hipnotizados con sus ojos grandes y negros, fueron contestando una a una todas las preguntas que les realizaba.

Ese fue el último contacto con los medios de prensa que se tuvo en la pequeña ciudad en la ladera del monte Oso. 

Pasados dos años, ya nadie recordaba el motivo por el que se inundó la ciudad de forasteros hasta que una mañana, en la cafetería Buen Día apareció un personaje extraño pidiendo un café largo cortado de leche y una magdalena, nadie lo reconoció, pero al terminar le dijo al dueño de la cafetería que lo apuntara en su cuenta. El dueño del local pensó que se trataba de un gracioso y le conminó a que hiciera efectiva la cuenta, pero aquel personaje no le hizo ni caso, y salió por la puerta como si no fuera con él todos los insultos y aspavientos que se le dirigían.

El dueño de la cafetería fue detenido por dos clientes justo cuando iba a salir del local armado con una porra de madera de olmo.

—¡Déjalo! ¿No sabes quién es?

—¡No me importa, se va sin pagar!

Al oír el nombre de Antonio quedó paralizado, las historias que había oído fueron inundándole el cerebro, miró a sus clientes y estos le aconsejaron que no le siguiera, pues todos los que lo habían hecho acabaron en una fría mesa del forense. Pero todo el mundo sabía que la aparición de Antonio significaba que alguien iba a morir, y aquella noche, al igual que todas las noches en la que se cumplían dos años desde la última aparición de Antonio, las calles quedaban desiertas, ni la policía salía, pero aún así a la mañana siguiente siempre aparecía un muerto en algún lugar de la ciudad.

Un día, en una reunión municipal se trató el tema de las muertes, y se tomó una decisión; abandonar la ciudad el día que se cumplieran los dos años. Se tenía la esperanza así de que si no moría nadie no volvería nunca Antonio, y así lo acordaron.

El día anterior al señalado una larga caravana de coches se alejó de la ciudad en busca de la vida.

La mañana que se cumplían los dos años, alguien quiso entrar en la cafetería Buen Día para desayunar pero al encontrarla cerrada y comprobar que la ciudad estaba desierta se dirigió a la ciudad vecina. 

La ciudad que lindaba con la de la ladera del monte Oso, era una gran ciudad, o al menos así la calificaron los errantes cuando allí llegaron y ocuparon los tres hoteles existentes.

En los restaurantes de los tres hoteles, apareció un hombre que hizo palidecer los rostros de los forasteros de aquella gran ciudad. Pidió un café largo cortado de leche y una magdalena, y aquellos que habían abandonado la ciudad de la ladera del monte Oso salieron asustados a la calle a todo correr, y todos fueron atropellados por el tráfico que a esas horas era intenso. Y así fue como en aquella ladera del monte Oso no quedó nadie aquel día en el que se cumplían dos años de la última aparición de Antonio.

Habían pasado diez años cuando entraron en la ciudad máquinas dispuestas a derribar todo lo que encontraran a su paso, pues alguien había comprado aquel lugar, e ideado una ciudad residencial.

Cuando las máquinas llegaron a la cafetería Buen Día un hombre se interpuso deteniéndolas, preguntó el motivo por el que iban a destruir la cafetería. Le conminaron a que se apartara con amenaza de llamar a la policía. No se apartó. Enfurecido uno de los obreros le preguntó quién demonios era, y él contestó diciendo en voz alta su nombre. Todos los trabajadores huyeron despavoridos abandonando toda la maquinaria. Al sentirse vencedor comenzó a recorrer la ciudad buscando alguien que le pudiera explicar qué estaba ocurriendo, por qué de la presencia de aquellos obreros y sus máquinas, y sobre todo dónde se había metido toda la gente. Al llegar a la comisaría de policía, también vacía, buscó papel y lápiz, y dejó una nota: «Vivo en la calle del sol número 12, acabo de llegar de un largo viaje y no encuentro a nadie en la ciudad, por favor, contacten conmigo. Firmado: Antonio» 

20 comentarios:

  1. Sí es que la gente es muy exagerada ;)

    Un saludo.

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  2. No sé ni qué decir.
    El texto es impresionante y Antonio me deja sin palabras.

    Un abrazo.

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    1. Al menos espero que te haya gustado.
      Gracias por comentar.
      Un abrazo

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  3. Un texto estupendo y muy bien escrito.
    Un abrazo.

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  4. ¡Vaya, vaya con Antonio! No me gustaría emcontrármelo a mí tampoco.
    Muy buen relato.
    Un abrazo

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    1. Hola Rita, sería un buen susto verlo en la calle y no te digo nada verlo en el café.

      Un abrazo

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  5. Antonio al final se hizo con "su pueblo" entero para él solito. 😉
    Estupendo relato, como nos tienes acostumbrados.

    Un abrazo.

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    1. Hola Sa, ¡Bueno! No sé si él se ha hecho con el pueblo o el pueblo se lo ha dejado.
      Gracias
      Un abrazo

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    2. Sa lluna significa la luna. Mi nombre es Paula.

      Saludos.

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    3. Saludos Paula, lo recordaré, Garcías

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  6. Escalofriante relato. Pienso que en esos pueblos abandonados que existen por ahí, hay algún Antonio rondando por sus calles..... Saludos,.

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    1. Hola Sandra, habrá que ir con cuidado no sea que te lo encuentres.
      Gracias
      Un saludo

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  7. jajajajajajajajjajajajajajaj
    Moríiiiiiiiiiiiiiiiiiiii jjajajajjaj
    Un relato magnifico Jesús, con sus idas y venidas que muestran como somos cuando se trata de viralizar las malas noticias--- jjaja Por dios , alli iban todos a consumir mas noticias y muertes..
    Y después de leerte uno se queda pensando que en determinados asuntos es mejor no profundizar porque nunca sabemos a donde nos conducen las respuestas!!! Excelente como nos tienes acostumbrados en este sitio!!! Que tengas una noche estupenda!!! Besosss

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    1. Hola Eli, nada tengo que decir a tu comentario, sólo que agradecerte el pasarte, y pienso que las cadenas de TV y radio siempre buscan sensacionalismo, y si no lo encuentran desaparecen, lo hemos visto en Haiti, y lo veremos en la isla de La Palma en Canarias, pero qué le vamos ha hacer, los humanos somos así.
      Gracias
      Un abrazo

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  8. Hola, Jesús.

    Muy buen relato con un protagonista que se las trae, no sabe una si es o se hace (el muerto), lo cierto es que el morbo popular acarrea más muertes que la supuesta maldición. El extraño caso de Antonio es un cuento estupendo, con un ritmo bien llevado y una trama que aporta la dosis justa de interrogantes y ecuaciones mentales al lector. Como siempre el final sorprende y deja pensando. Me haa gustado leerte.

    Un beso.

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    1. Hola Mónica.

      Este cuento es un poco fantasioso, irreal y algo misterioso. Me inspiro el caso del crimen de Cuenca, no sé si lo conoces: una desaparición en la ciudad de Cuenca, la guardia civil piensa que es un asesinato y detiene a quién creen culpable, al no confesar la muerte lo torturan hasta que confiesa, y lo condenan a muerte (cuando en España aún existía la pena de muerte (mediados del siglo XX)), y a punto de cumplir la condena aparece el que se supone que estaba muerto que se había ido de vacaciones.
      Parece de chiste pero fue real.

      Un abrazo

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