14 septiembre 2021

Vodka con naranja


Aquella noche sintió la necesidad de abandonar libros y soledad, compañeros de muchos años, y volver por unas horas a una juventud olvidada.

 En su deambular por la ciudad encontró un lugar de copas. Observó durante un rato antes de decidirse a entrar.

El lugar parecía agradable. Se dirigió a la barra observando a su alrededor. Al llegar pidió al camarero, acompañando con un gesto de la mano: 

—Lo mismo que ella.

En el otro extremo de la barra, sola y jugueteando con un vaso, se encontraba una mujer.

Al momento Andrés tuvo delante un vodka con naranja.

En un acto reflejo, se volvió hacia la mujer de la barra. Con descaro y emergiendo de él un impulso olvidado y atrevido, se quedó mirándola fijamente.

Andrés fue siempre un hombre solitario, tímido y obsesionado por su trabajo, con pocas amistades y ninguna novia. Se doctoró Cum Laude, y encerró su vida entre libros. Consiguió varios premios periodísticos y literarios, y se adentró más y más en un autismo profesional.

Uno de los pocos amigos de antaño le dijo que si no salía y aireaba su vida acabaría devorado por sus libros. Esa noche se decidió y le hizo caso.

Sintió que la mano se le helaba por el hielo del vaso, pero no podía dejar de mirar a esa mujer.

Teresa había entrado impulsada por el amor propio. Terminado su turno en el hospital, y como ya era habitual, inventó una cita. A diario mentía a sus compañeras sobre su vida social, todas tenían cosas que contar de sus novios, amigos, maridos o hijos. ¿Y ella? Ella, nada. A la muerte de sus padres se encerró en sí misma.

En su juventud sus amigas la querían como compañía cuando fallaba la de un chico. Apocada, y sin empuje, se dejaba arrastrar por sus amistades de un lado a otro, y a medida que se fueron casando fue sintiendo el frío del abandono. Los años influyeron en su actitud creándose a su alrededor una gruesa y dura capa. Pero cuando entró en el hospital central, terminados sus estudios de enfermería, empezó a sentir la necesidad de vivir otra vida, y comenzaron las citas inexistentes.

Una de esas mentiras la llevó a esa barra, pedir un vodka con naranja y esperar a sentir la necesidad de volver a casa. Pero la vida a veces da sorpresas.

«¡Dios mío, como me mira!», pensó al sentirse observada, y lo examinó con el rabillo del ojo: «No es un Adán pero tampoco está mal». No pudo evitar volver la cabeza y darle un vistazo rápido.

Andrés, ante la señal que ella había dado —al menos eso era lo que interpretó—, se armó de valor. Con la copa en la mano fue en su busca.

«¿Qué le digo?», se dijo mientras recorría los tres metros que los separaba. «¡Piensa, Andrés, piensa!».

—¡Hola! Perdona, pero… te he visto volverte y… —dijo temblándole las piernas.

—¡Hola! —respondió Teresa.

A partir de aquel momento las cosas surgieron por sí solas. Se estableció una conversación banal, y luego fueron descubriendo cosas que los unían. Lectura, pintura, música… Coincidían en gustos y en aficiones. Algo iba forjándose entre ellos. Surgieron risas y los nervios se disiparon.

Sonó un bolero. Los ojos de Andrés se cruzaron con los de Teresa en un silencio a gritos.

—¿Quieres bailar? —Andrés se sorprendió al oírse tan decidido.

—¿Y por qué no? —La respuesta de Teresa fue rápida. 

Una vez en el centro de la pista, iluminada por luces de colores, se abrazaron con timidez dejándose llevar por la belleza del bolero, y el abrazo acabó diferente, tanto que a Teresa le pareció tierno a la vez que robusto.

Bailaron en silencio, sin atreverse a romper el momento. El bolero acabó pero rápidamente surgió otro. Ninguno de los dos hizo mención de separarse.

Las horas pasaron con rapidez. En ese ambiente Andrés olvidó sus textos, Teresa a sus compañeras, y parecía que las alas del amor los iba envolviendo, preservándolos de sus problemas, sus temores y sus males.

Por fin los dos habían sido infieles. Infieles a su soledad. Se sentían unidos, entrelazados por sus vidas paralelas. Cuando el camarero se acercó y les comunicó que tenía que cerrar, temieron que la magia se desvaneciera.

Salieron en silencio; atrás quedaban los ruidos que el empleado del local hacía al arrastrar las sillas.

Era ya de madrugada. Teresa abrigó su garganta con el cuello de su cazadora, mientras que su acompañante se subía las solapas de su chaqueta. Se quedaron parados delante del local, sin que ninguno se atreviera a pronunciar palabra. Así estuvieron durante unos segundos. Teresa esperaba mirando al vacío. 

—¿Quieres que te acompañe a casa?

Por fin la pregunta esperada por Teresa.

La respuesta fue rápida y afirmativa. Los dos se encaminaron calle arriba. El camino se hizo ameno, retomando la conversación que habían dejado en el local.

Durante el trayecto Teresa notó en su brazo la mano de Andrés. No lo impidió, al contrario, facilitó la acción mientras esbozaba una pequeña sonrisa.

Sin darse cuenta llegaron al portal. Comenzaron las miradas, calladas y habladoras. Hasta que… 

—Mañana, después del trabajo… —dijo Andrés—, ¿quizás te apetecería una…?

—¡Sí! 

Teresa se sintió avergonzada a la vez que halagada.

—¡Bueno! Pues… hasta mañana.

Andrés quedó mirándola a los ojos. Permanecía allí, clavado al asfalto sin poder hacer un solo movimiento.

Teresa plantada frente a él, esperaba. «¿Por qué no se decidirá?», pensaba. Mientras con los ojos, le hablaba, le gritaba: «¡Vamos!, ¡decídete!». De pronto notó las manos de él en sus hombros, cerró los ojos y saboreó un breve beso.

Lo que quedaba de noche no durmió; se dejó caer sobre la cama y recordó todos los detalles de aquel encuentro.

La luz de la mañana la descubrió feliz, alegre. Era otra mujer. Se sentía como una adolescente deseando que llegara la noche para acudir a la cita.

Andrés recibió la mañana canturreando un bolero. Se le veía lleno de vida, había recobrado unas energías que olvidaba haber sentido.

 Teresa no tuvo ese día que inventarse ninguna cita. Su turno pasó rápido. Se cambió de ropa, se pintó, y se despidió con una amplia sonrisa. 

Cuando llegó al local no había llegado Andrés, se sentó en la barra pidió un vodka con naranja, y esperó.

En la calle, a pocos metros de allí un hombre yacía bajo las ruedas de un autobús, en su mano un ramo de flores que su puño cerrado no dejaba caer.

Tras su segunda copa sonó un bolero. Teresa miraba el reloj y se preguntaba qué podía estar pasando. La sirena de una ambulancia se oyó fuerte al pasar delante de la puerta del local.

El bolero acabó y rápidamente sonó otro, y Teresa pidió su tercer vodka con naranja al tiempo que su corazón se rompía definitivamente.


©Jesús García Lorenzo

14 comentarios:

  1. Uffff tremenda historia...me ha enganchado desde el principio y, al final, ese autobús me ha dejado en shock.
    Increíble.

    Un beso grande.

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    1. Hola Moony, la vida es imprevisible y la felicidad(un chasqueo de dedos) pasa así.
      Un abrazo

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  2. La vida es imprevisible, por lo menos fueron felices un día.
    Buen ritmo y un final inesperado.

    Besos.

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    1. Efectivamente Sa, como tu dices durante un día olvidaron sus agobios y penas y fueron felices.

      Muchas gracias.
      Un abrazo

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  3. Una historia que me hizo atravesar por todos los sentimientos de tus personajes, sensacional, con un final triste para los dos.... espero que se recupere, Andres y vuelvan a bailar con Teresa muchos boleros mas!!
    Un fuerte abrazo Jesus!!

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    1. Hola Gra!, muchas gracias por tu comentario. Desgraciadamente él no tiene trazas de recuperarse, sería muy bonito que tras un mes él se recuperara y volviera al local a pedir un vodka con naranja y sonara un bolero y...

      Un abrazo

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  4. Ayyyyyy Jesússssss!!Conociéndote a medida que leía temía por ese final!
    Que relato excelente!!
    A veces suceden estas cosas , y no es cuento, cuando algo por fin se da , se desvanece en el mismo momento..
    Abrazo grandeeee!!!

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    1. Eli, voy a tener que sorprenderte y escribir un brelato con un final feliz, o al menos más feliz.
      Muchas gracias por comentar.

      Un abrazo

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  5. Historia con trágico final, cosas de la vida que pasan por alguna razón pero que cruel para ambos........ Excelente. Saludos.

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    1. Hola Sandra, a veces la vida es más cruel de lo que quisiéramos y plasmarlo en un papel es difícil.

      Un saludo grande

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  6. Un final inesperado de un buen relato Jesús. Gracias.

    Un abrazo.

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  7. Hola Jesús.

    ¡Vaya historia tan espantosamente truncada! Bien escrita, bien presentada en un papel de seda tan suave que no augura el lazo negro del luctuoso final. La felicidad dura a veces el instante de un instante y se cobra un precio muy alto. Me ha sorprendido y gustado, como siempre.
    Un beso.

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    1. Hola Mónica.

      Gracias por tu comentario. La vida nos puede dar sorpresas y arrebatarnos lo que parecía un cambio a mejor. La frustración y el desengaño a veces los provoca la vida por medios que no podemos evitar.

      Un abrazo

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