25 julio 2021

El bello sonido del agua


Nunca he contado mis anhelos, alegrías y tristezas ocurridas a lo largo de mi vida. Nadie, ni mis más allegados pudieron imaginar mis deseos. Hoy, en el día más feliz de mi vida, siento la necesidad de compartir.

Nací, según mi madre, como todos. Llorando. A los pocos días una infección me quitó el sentido cuya ausencia marcaría mi vida. El oído.

Siempre me pregunté si existiría dolor peor que ver, oler, tocar y degustar sin oír.

Crecí sin dormirme al arrullo de una canción de cuna, sin tener miedo a los truenos. Sin hablar a escondidas por teléfono con una amiga. Cuando adolescente me vi reprimida de decirle a un chico: llámame. Nunca fui invitada al cine, ni a un concierto, ni… Las palabras de amor que se me podían susurrar, a la luz de la luna, eran silencio.

Acudí a un colegio ideado para niños con mi mismo problema. Allí me enseñaron a leer los labios, a hablar con signos, a enfadarme y decir te quiero con las manos.

Nos preparaban, decían, para convivir con las gentes que oían. Aún recuerdo las caras de burla y los empujones de los niños de mi vecindario al volver del colegio. ¿No tendrían que ser ellos los que aprendieran?

Mis padres me llevaron al parque el domingo que cumplí los diez años, a un concierto de la banda de música donde se enamoraron mientras compartían atril. El director, viejo amigo, me dejó sentarme entre los músicos.

Algo maravilloso ocurrió esa mañana. Mi cuerpo notó muchas agitaciones seguidas y con fuerza. Mi estómago, mi pecho y mis manos, todo mi ser vibraba siguiendo un ritmo. Al cerrar los ojos comprobé que escuchaba la música a través de mi piel. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cual corriente eléctrica. Sentí verdaderos deseos de oír.

Al día siguiente apareció en mi casa un aparato de alta fidelidad, y a través de sus vibraciones volví a sentir la música. Aprendí de mis padres a leer una partitura y a través de ella  transportar al corazón sus notas.

Transcurrió el tiempo, y un día nos enteramos de la existencia de unos implantes que permitían oír, acudimos al médico con la alegría que da la esperanza de abrir una puerta. La desilusión fue grande. Era una novedad que se aplicaba en niños, y mis dieciocho años superaban esa niñez.

Mis padres no se amedrentaron e insistieron. Se me realizaron pruebas. Varios especialistas me vieron. Muchos cerraron las puertas de la ilusión, pero uno dejó el pestillo sin pasar. Surgió de nuevo la esperanza. La medicina había evolucionado, y el daño que ocasionó aquella infección maldita podía repararse. Mi vida dio un vuelco.

La noche anterior a la operación apenas dormí. Mi pensamiento navegaba por un mar de ilusiones que habían estado prohibidas. Deseaba escuchar palabras de amor, enamorarme de un cantante, de un actor. ¡Oír! Olvidarme de las manos. Mirar unos labios con deseo y no para saber qué dicen.

Llegó el momento de entrar en quirófano. Aunque el cirujano no había prometido nada, mis anhelos se transformaron en mariposas que revoloteaban en mi estómago haciéndome sentir más viva que nunca. Cuando me sacaron del quirófano, totalmente borracha por el mágico éter, el médico hablaba con mis padres. Comprobé, por sus reacciones, que mis vendajes no eran muy atractivos. Me llevaron a la habitación en silencio. Otra vez. Quería oír algo, un ruido. Intenté dar una palmada, pero no acertaba a juntar mis manos. El estrés producido hizo saltar todas las alarmas, y me tranquilizaron con química.

Cuando desperté vi a mi madre dormida en una butaca. Todo estaba en penumbra. De nuevo el silencio. Di una palmada con todas mis fuerzas. Mi madre saltó del sillón donde se encontraba. Al acercarse para averiguar qué había ocurrido, descubrió mis lágrimas. Me había hecho daño en las manos, pero no había escuchado la palmada.

Ante el ruido, o quizás por el grito de mi madre, apareció una enfermera. Mi angustia y mi desilusión de no haber oído el ruido tranquilizó a la sanitaria quien contó que todo era normal. El doctor lo explicaría. No se equivocó, el médico, que apareció a la mañana siguiente muy temprano nos estuvo hablando de lo que se había conseguido pero que tardaría unas horas antes de ver los resultados y oír.

Me quitaron las vendas y comenzó un calvario. Como dijo el doctor mi oído se había recuperado por completo, y poco a poco, muy despacio comenzaba a oír. Escuchaba a mi madre hasta cuando estaba de espaldas. Pero no entendía nada, o casi nada. En el colegio la profesora del lenguaje nos hacía tocarle la garganta cuando hablaba para notar las vibraciones de su voz y poder así distinguir cada palabra, intención o cambio de actitud sin ver el gesto. Todo había cambiado. Oía sonidos pero no entendía qué me estaban diciendo si no acercaba mi mano a su garganta o leía sus bocas.

Fueron unos días de pesadilla. Tuve que aprender a escuchar, a encontrarme con mi propia voz y a escapar del mundo del silencio. Una tarde, en uno de mis habituales paseos por el pasillo de la planta del hospital, oí como se despedazaba a alguien con las palabras. Me sentí avergonzada.

El tiempo pasaba y yo iba mejorando en audición y en comprensión. Mis paseos por las plantas del hospital llegaron a ser monótonos. Una mañana, una enfermera me informó que iba a salir al jardín. ¡Dios mío, el jardín!, mi coquetería me hizo arreglarme, para luego desvestirme porque no podía salir si no era con el batín del hospital, pero era igual, se trataba del jardín. Oler las flores, sentir el sol y la brisa del viento en mi cara. Un verdadero regalo.

Recorrí despacio aquel paraíso, fijándome en todos los rincones, intentando descubrir algún sonido nuevo, algún olor o color olvidado. Cualquier cosa me llenaba el alma de alegría, hasta lo más insignificante. Una mariposa cruzó delante de mí y la seguí con la mirada. Me pregunté si sus alas harían algún ruido e intenté agudizar el oído. No escuché nada por lo que llegué a la conclusión de que no hacían ruido. Me acordé de la fábula de la zorra y las uvas. Continué andando con una sonrisa en mis labios.

En mi paseo me llegó un sonido nuevo. La curiosidad me hizo buscar con ansiedad hasta encontrar su origen. Una pequeña fuente se mostraba ante mí y me descubría que… ¡El agua sonaba! Quedé petrificada. Era una dulce melodía, la más bella y rítmica que jamás escucharía en los años que vendrían.

Cuando me encontraron, un mar de lágrimas resbalaban por mi cara. Aquel chorrito, que se elevaba por encima de mi cabeza, me proporcionaba el mejor de todos los regalos recibidos desde que volví a oír.

Han pasado varios años y en ese tiempo encontré lo que deseaba, palabras de amor, alegrías y tristezas. Hoy he vuelto al hospital para tener mi primer hijo. El médico me ha dicho que no es sordo. Hoy he llorado como una tonta mientras me escuchaba a mí misma cantarle una nana.


©Jesús García Lorenzo


Feliz verano a todos

16 comentarios:

  1. Me ha llegado al alma.
    Bellísimo e impresionante relato, Jesús.

    Muchas gracias. ¡Feliz verano!.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Sa Lluna, me agrada que te haya gustado.
      Feliz verano para ti.
      Un abrazo

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  2. Ufffff es tremendo el relato. Encoge el corazón y lo dilata de alegría. Maravilloso.

    Un beso grande.

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  3. Un relato de lo mas hermoso.
    Felicidades.
    Un abrazo.

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  4. Impresionante y hermoso relato. El canto del agua es mágico al oído.... Saludos amigo.

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    1. Muchas gracias Sandra, vale la pena publicar Brelatos con lectoras como tu.

      Un abrazo

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  5. que la vida te siga dando alegrias del vivir Un abrazo una bella entrada llena de luz

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  6. Hola Jesús.

    Bello relato.

    Doloroso y tierno es el camino que, desde el silencio inicial, conduce al lector a través de soledades y resurrecciones hacia el sonido original de la vida, que no podía ser otro que el del agua.

    Me ha encantado, Jesús. ¡Felicidades!

    Un beso.

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    1. Hola Mónica,Siempre es un placer leer tus comentarios, y más cuando leo que te ha gustado.

      Un abrazo fuerte

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  7. Interesante relato, nos sumerge para la mayoría de nosotros, en un mundo desconocido, desconocido y tremendo. Y lo cuentas desde los sentimientos más que desde los hechos, por eso tu relato "llega". Genial.
    SAludos.

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    1. Hola Manuela, muchas gracias por tu comentario, es cierto para la mayoría es un mundo desconocido, y como dice el brelato había que enseñar a los demás como tratar a los sordos.

      Un abrazo

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  8. Siempre geniallidad en tus relatos Jesús!!!
    sorprendida gratamente como cada vez que me acerco!disfruta tus vacaciones de verano!!! Besosss

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    1. Muchas gracias Eli, espero no perder esa chispa que te sorprende.

      Un abrazo

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