16 agosto 2021

Las vacaciones


¡Por fin llegaron las vacaciones! Un año tras otro, fueron marcadas por fiestas nocturnas, hoteles caros, lugares claramente turísticos como Benidorm, y juergas innombrables.

En esta ocasión sería diferente. Tranquilidad, días de asueto olvidando el estrés y las aglomeraciones.

¡Y qué mejor lugar que un monasterio! Allí la paz estaba asegurada, así que comencé a buscar en internet y conseguí el lugar deseado. Antiguo, alejado, con piedras llenas de historia, calma y naturaleza.

¡Qué bonito!, ¿verdad? ¡Pues, no! Allí estaba yo con mi maleta llena de ilusión en la puerta del convento oyendo aquello de “¿Qué trae el hermano?”. Pero… ¿Qué es eso de qué trae el hermano? Hola, buenos días, buenas tardes o noches. “Pero no, ¿qué trae…? ¿Tenía que llevarles algo? ¡Encima del pastón que me ha costado! ¡Que luego dicen que los hoteles son caros!”. 

Bueno, bueno. La cosa no quedo ahí, ¡no! Me dijeron que el hecho de encontrarme en aquel lugar no debía afectar a las costumbres del monasterio, por lo que no iban a variarlas. ¡Ajá! Trampa mortal. Sí, sí, mortal de necesidad. Uno piensa que ellos harán su vida y que te dejarán a tu bola, ¡gran equivocación! Me di cuenta de ello a las tres de la mañana, cuando por el pasillo donde estaba ubicada mi celda, oí los cantos matutinos, o como quiera que le llamen los monjes. Al parecer era el único lugar en todo el monasterio donde se realizaban esos rezos y de una manera… Sutil, querían que me uniera.

No lo hice, el cansancio del viaje no me lo permitió, y cuando conseguí conciliar el sueño, tocaron a la puerta de mi celda para anunciarme que el desayuno estaba listo, miré el reloj ¡Eran las cuatro y media de la mañana! ¿Es que estos monjes no duermen nunca?

No entiendo como la mayoría estaban gordos. En los medios públicos están cansados de repetir, una y otra vez, que el desayuno es la comida más importante del día, ¡pero claro! Como estos… ¡Santos monjes!, no tienen televisión pues no se enteran.

Un trozo de pan duro, ¡sí, duro!, y un café con leche era todo el desayuno. En cuanto el pan tocó el café la taza se quedó vacía. Intenté que me pusieran otro café con leche, ¡já!

Después de tomarme el café con leche chupando el pan, me invitaron, haciendo una excepción, a realizar las labores habituales del monasterio con ellos. «¡Ah! Trabajar la tierra en el huerto, o realizar algún trabajo manual», pensé. ¡Y una mierda! Me dieron un mocho, que por su aspecto debía ser del siglo dieciocho, y un cubo sin escurridera, con lo que había que escurrirlo a mano, y me dijeron con amabilidad, que mantuviera limpia la celda, «que la higiene es la prevención de las enfermedades, y nuestro Señor nos quiere sanos», decían. Menos mal que aquella habitación no medía más de dos metros cuadrados, con una cama, un armario y un lavabo (no en balde le llaman celda).

Terminado el aseo de mi estancia salí al pasillo con mi cubo de agua usada, e hice lo que vi, ¡fregar el pasillo! Bueno, solo el trozo que enfrentaba a mi celda.

A las siete de la mañana, terminada mi labor higiénica, hecha mi cama y después de haberme lavado como los gatos, o sea, por trozos, porque meterme en la pila del lavabo fue imposible, decidí conocer aquel monasterio. 

Recorrí aquellos espacios con la expectación del que descubre algo nuevo. ¡Deslumbrante! ¡Precioso! Del siglo doce creo, las piedras centenarias me hablaban a cada paso que daba contándome sus secretos, su historia. O al menos así lo imaginé hasta que me di cuenta que a mi lado un monje famélico y calvo, me contaba que Don Rodrigo Díaz de Vivar, apodado El Cid, puso su glorioso pie, cansado y exiliado, en aquel lugar para pedir agua, y que debido al decreto Real se la negaron. ¡Hay que tener huev…!

Después del rezo del Ángelus, el cual duró una interminable hora y que por no hacerles un feo estuve acompañándolos, me comunicaron que hasta la hora de la comida podía descansar en mi celda, así los hermanos no me molestarían con sus habituales tareas. ¡Ósea! Que me confinaban en mi habitación ¡Eso sí!, con amabilidad y entre dos monjes que me acompañaron hasta la puerta.

La suculenta comida constaba de tres platos. El primero consistía en un hervido de cuatro patatas enanas y un trozo de pan, de la misma hornada que el del desayuno. El segundo un trozo de carne a la plancha, que seguramente al hermano cocinero se le habría olvidado que la tenía al fuego, porque una suela de zapato estaba más tierna que aquel trozo de vaca. Y el tercero, ¡ah, el tercero! una rodaja de melón del huerto propio, que para ser sinceros, estaba de muerte.

Después de comer, y nuevamente acompañado, me dispuse a realizar la sagrada siesta española en mi celda orientada al oeste, que fue interrumpida en multitud de ocasiones por los rezos de los santos hermanos y por el calor intenso de un día de poniente.

Después de una cena indescriptible por la ausencia de la misma, me fui agotado a la cama. La noche transcurrió entre los rugidos de mi estómago reclamando alimento, y los rezos matutinos.

La tercera noche, y el resto de mis vacaciones, las pasé en un abarrotado hotel de Benidorm, donde la tranquilidad brillaba por su ausencia, el aire acondicionado era el reposo del guerrero, las tres comidas del día abundantes, la siesta sagrada y la diversión asegurada.


© Jesús García Lorenzo

14 comentarios:

  1. No sé si reírme o llorar. ¡Menudas vacaciones!.
    Un relato que me ha enternecido muchísimo a ratos y en otros me ha sacado mi vena oscura. 😉
    Imagino que encontrar un término medio no es nada fácil, para obtener lo que uno desea en vacaciones.

    Abrazote, Jesús.

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    1. Hola Sa Lluna, que difícil es que las salgan como las habíamos preparado, siempre surge un imprevisto con el que no se contaba, pero nos amoldamos y lo pasamos lo mejor posible, pero en este caso el protagonista no puede con los imprevistos.
      Me alegra que te haya gustado.
      Un abrazo

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  2. Jajajaja es lo que tienen los monasterios jajajaja. Me has hecho reír, jo, vaya tres días de horror. Por lo menos Benidorm tiene playa.

    Un abrazo enorme

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    1. Hola Moony, todavía no sé si los monjes querían tenerlo de huésped, en fin, menos mal que todavía tenía la opción de Benidorm.
      Un abrazo

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  3. Quizás la ‘tranquilidad’ se encuentre en uno mismo... se esté en un monasterio o en la vorágine de Benidorm

    Un beso

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    1. Hola Milena, la tranquilidad dependerá de la clase que uno busque.

      Un beso

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  4. Muy divertido relato. Mejor en el hotel que en el monasterio. Saludos.

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    1. Hola Sandra, hay quien pensará lo contrario, aunque vete tu a saber...
      Un saludo

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  5. Me has recordado momentos vividos en los que la paz lo era todo.

    Un saludo.

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    1. Hola Alfred, espero que no te pasara como al protagonista.

      Un saludo

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    1. Hola Rocío, creo que le protagonista no lo olvidará nunca.

      Un abrazo

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  7. Hola, Jesús.

    ¡Caramba con ese monasterio! Pasaste de la penitencia a los placeres, unas vacaciones para recordar. Me hiciste reír con tus peripecias en el convento. Muy bueno el equilibrio entre el humor y lo reflexivo. Un relato redondo que da gusto leerlo.

    Un beso.

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    1. Hola Mónica,
      Gracias por tu comentario. Efectivamente es un monasterio algo especial, nunca he estado en uno, y me imagino que ante un visitante no se comportarán de esa manera, pero ¿Y si lo hicieran?
      Un beso

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