La tarde en que Juan celebraba su sesenta cumpleaños sintió un fuerte dolor en su brazo.
Esa noche en la habitación del hospital, mientras su mujer dormía a su lado en una butaca, la vio con semblante fresco y sonriente.
—No despertará —dijo refiriéndose a su mujer.
—¿Quién eres?
—Alguien que hará realidad tu deseo.
—No comprendo.
—¿Recuerdas tu petición al apagar las velas?
Quedó pensativo y sonrió.
—Veo que te acuerdas ¿Sigues deseándolo?
Miró a su mujer y pensó en los años felices.
—Sí, deseo borrar todos mis errores.
—De acuerdo. Qué seas feliz.
Un gran sopor le dejó dormido.
Al despertar estaba sólo en la habitación de hospital.
Entró una enfermera sonriente que revisó su pulso y su presión sanguínea.
—Parece que todo está correcto.
—¿Dónde está mi…?
—¡Ah, su pareja! Al decir el doctor que no corría peligro, bajó un momento a desayunar ¡Mire ya está aquí!.
Miró hacia la puerta y vio a un hombre joven con barba de dos días que se le acercaba sonriente dispuesto a darle un beso. Levantó los brazos para detenerlo.
—¿Quién es usted? Y ¿Dónde está mi mujer?
La enfermera le dedicó una amplia sonrisa mientras sus pupilas se tornaban bermellón y en la habitación aparecía el olor inconfundible del azufre.
© Jesús García Lorenzo
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