14 octubre 2009

Las vacaciones II

Algunos estarías esperando la segunda perte de "Las vacaciones", otros no, pero para unos y para otros os la dejo.


Las vacaciones II


Después de la experiencia con los santos monjes y asqueado de tanta fiesta y borrachera, quise probar otra forma de pasar las vacaciones.

Gracias a que uno es deportista, y físicamente completo, vi la oportunidad de ocupar la plaza de socorrista en una piscina. Y al mismo tiempo recuperar algo del dinero gastado en tanta juerga.

Pasé las pruebas pertinentes y me presenté en mi sitio, dispuesto para vigilar a machitos y admirar esculturales jovencitas. ¿Mi misión? ¡Relax!, tomar el sol, y ligar si se terciara. Para ello estrené un bañador algo…, ajustado y de color rojo –por lo de llamar la atención al lugar… ¿Correcto?—, gafas de sol, gorra, y mi frasco de crema, que da distinción y evita quemaduras. Todo estaba preparado.

¿La piscina? ¡Grande, muy grande! Pertenecía a un hotel, por lo tanto era privada. ¿Mi primera sorpresa? Pocas toallas y muy desperdigadas, ocupadas por señoras tomando el sol, que a juzgar por las arrugas deberían ser de la cuarta, quinta o ¡vaya usted a saber qué edad!

¿El primer día? ¡Tranquilidad absoluta!, la piscina intacta, transparente, ¡pero claro! La humedad aumenta los rizos, y aquellas pasas no estaban para fruncirse más. Las amables ancianas no hicieron otra cosa que preguntar por mi estado de salud. ¡Cosas de viejecitas!

Al día siguiente estaba limpiando la piscina—, con otro bañador, tipo vigilantes de la playa—, cuando aparecieron las ancianitas del día anterior acompañadas por unas cuantas amigas, todas de la misma arruga más o menos. Muy amables ellas, e interesadas en saber cosas sobre mi labor. “¿Ha salvado muchas vidas?”; “¿Sabe hacer el boca a boca?”.

Las más atrevidas me perseguían con preguntas un poco… “¿Tiene el paquete… De salvamento preparado?”; “¿me pone crema?”.

O las oía comentar sin pudor. “Es muy joven. ¿No?”; “¡Uy! Casi podría ser tu nieto, sólo casi”; “el otro bañador le sentaba mejor”.

A cada paso que daba una u otra tenía alguna pregunta. ¡Y el agua sin tocar! Cuando llegó la hora de comer me acerqué a ellas para decirles que la piscina se cerraba durante tres horas. «Cuando se vayan me daré un bañito antes de la comida». Pensé. ¡Já,já! ¡A rastras tuve que sacarlas!

Aún no había terminado mi almuerzo cuando mi jefe me indicó que en la entrada a la piscina había clientas pidiendo que se abriera. “Come aprisa y abre”. “¿Y mi descanso?”, repliqué. “¡Anda que te dan trabajo esas señoras!”. Con la comida en la garganta fui a mi puesto.

Como medida de precaución, por aquello de los cortes de digestión, me senté en el borde de la piscina con los pies en el agua. ¡Grave error! En pocos instantes estaban todas dentro, rodeándome e intentando que me echara.

“Tírate, no tengas miedo yo te cojo”.
“Me estoy mareando, ayúdame”.
“¿Cómo es el boca a boca?”.
¡Vaya tarde! Larga como la piscina.

Al tercer día las viejecitas acudieron en masa. ¡Vamos que en el hotel no quedaba una! Algunas se atrevieron hasta con biquini, pero no uno normal. ¡No! Uno de esos mini, mini. ¡Dios mío!

Esa mañana el sol quemaba con más fuerza que otros. Como verdaderas gambas se pusieron algunas. ¡No daba abasto! Hay que ver que manías tenían algunas de ellas. Se quitaban la parte de arriba para evitar rayas, ¡señor! Y pretendían que les pusiera crema en las… ¡Bueno!, lo que quedaba de ellas.

Esa mañana sí, el agua se estrenó. Desde el primer momento se tiraron a la piscina. ¡Señor, qué sueldo más bien ganado! Y digo yo. ¿Si no saben nadar por qué se tiran donde más cubre? Cuándo conseguía llevarlas donde hacían pie me rodeaban, me manoseaban, me pedían que les hiciera el boca a boca. ¡Y hasta me…! ¡Pero, señora!

Lo peor fue cuando aparecieron sus maridos. ¡Bueno, las que aún lo conservaban! Ellos no dejaban de observarme vigilantes, atentos a todos mis movimientos. Mientras que ellas, con el morro torcido, no hacían más que preguntarles con sorna si esa mañana no jugaban la partida. Las otras, las solitarias, fueron las que organizaron el motivo de mi despido.

“Soy viuda, ¿sabe?”; “yo divorciada”; “¿me ve alguna raya?”.

Lo peor comenzó cuando una de ellas se me abalanzó. “¡Hay hijo, te vas a quemar! ¿Te pongo crema?”.

Y digo lo peor porque las demás empezaron una guerra por la que es difícil mediar. “¡Atrevida!”; “¡buscona!”; “¡guarra!”; “¡vieja!”; “¡tápate esos colgajos, asquerosa!”.

Me gané el sueldo, ¡y un ojo morado! En medio del alboroto que se organizó, e intentando separar aquellas fieras, uno de los maridos me acusó de meterle mano a su mujer, y lo hizo ayudado por los otros. Mientras, ellas gritaban para que me dejaran, al tiempo que los golpeaban.

Acabamos todos dentro del agua. Yo intentando huir, los hombres queriendo darme caza, y las viejecitas peleándose entre ellas. ¡Nunca aquella piscina estuvo tan llena!

Con mi finiquito y mi carta de despido en la mano, me marché. Pero antes quise pasar por la puerta de la piscina para; de alguna manera, despedirme. ¡Y la vi! Hermosa, esbelta, reluciente, limpia, intacta y con el agua transparente, llena a rebosar por todos los viejecitos del hotel, que no dejaban en paz a mi sustituta, a quien le faltaban manos para apartar las que se lanzaban sobre ella. Sonreí, y me marché pensando en qué ocupar el tiempo que me quedaba de vacaciones. Pero eso es motivo para otra historia.

2 comentarios:

  1. jajaja

    ¡Menudo puntazo!

    Muy bueno el tono humorístico, Jesús. Ha sido un relato de lectura amena, y eso que no he leído todavía la primera parte. Esta, desde luego, me ha encantado.

    ¡Pobre socorrista!

    :)

    Saludos,

    naTTs

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  2. Hola Natts, me alegro que te haya gustado.

    Cuando leas la primera parte, creo que te gustará más (bajo mi punto de vista es el mejor).

    En el foro está la tercera parte.

    Un saludo
    Jesús

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