02 octubre 2009

La joven del oboe

El siguiente relato está dedicado a una amiga que hace ya un año me contó sus aventuras en un país afortunado.


La joven del oboe



Los violines iniciaron con un pianísimo el primer movimiento de la sexta sinfonía “La pastoral”.

La música llegaba a sus oídos destapando sensaciones casi olvidadas. Una nota, luego otra nota. Paso a paso se transportaba al lugar idílico ideado por el autor. Cerró los ojos mientras la melodía le rodeaba invadiendo muy lentamente su ser.

El vello de los brazos se le erizó, su cuerpo tembló, y ya no importó como había conseguido llegar a la butaca del último piso superior de La Berliner Philharmonie.

Cuatro horas antes en el metro de Berlín había leído un cartel que anunciaba un concierto de la Sinfónica de Berlín esa misma noche. En la soledad de su habitación no dejó de pensar en los deseos de presenciar ese concierto, pero su economía no se lo permitía, y una entrada de aquel palacio de la música acabaría con la pensión o alguna comida, al menos durante un tiempo.

La vuelta a España sería en tres semanas y no quería irse sin haber escuchado a la Filarmónica de Berlín en directo. De pronto se dijo: « ¿Y por qué no?», miró su reloj, revisó el armario, y cogió el único vestido negro y largo que tenía, ni corta ni perezosa se lo enfundó, se calzó sus mejores zapatos, y con el estuche de su oboe salió como una exhalación en dirección a la sala de conciertos.

El chal que llevaba sobre los hombros no le preservaba demasiado del frío de la noche, pero no le importó, se le había ocurrido una forma de estar allí y nada iba a estropearlo.

Por fin llegó a La Berliner Philharmonie. Ante ella se alzaba una edificación moderna y extraña pero majestuosa e impresionante. Decidida en su propósito se dirigió con paso firme a la entrada de artistas en el lateral del edificio. El corazón le palpitaba fuerte y rápido.

Se paró en seco cuando vió congregados a todos los músicos de la orquesta esperando entrar. Intentó ocultarse en la oscuridad y esperar el momento.

— ¡María!
— ¡Ernesto! —su voz fue más de asombro que de alegría.

Ernesto fue un compañero de conservatorio que tuvo la gran suerte de poder viajar a Alemania para realizar un máster.

— ¿Tocas en la…?
—Sí, toco en la filarmónica desde hace un año, pero… ¿Qué haces aquí, y con el oboe?

Le contó sin detalles que había llegado a Berlín dos meses atrás con la intención de conseguir tomar clases de oboe, y perfeccionar así su técnica. Pero al verla temblar de frío Ernesto se interesó más por el motivo que le había llevado a aquel lugar. María se sintió descubierta, le contó que pretendía colarse para oír el concierto, él quedó pensativo, miró la puerta de artistas ya abierta y tras un breve silencio le dijo que le acompañara.

La cogió del brazo y casi arrastras la llevó en dirección a uno de los profesores de la orquesta. Cuándo Ernesto lo llamó María se quedó paralizada, él la soltó y se dirigió al profesor. Duró muy poco su conversación. Ernesto volvió junto a ella y se encaminaron hacia la puerta.

— ¿Nombre?

Al vigilante le quedaban pocos minutos para terminar su turno por lo que su pregunta era más de prisa que de averiguación. Buscó en la lista el nombre de Ernesto.

— ¿Viola?
—Así es.
— ¿Y ella?
—El profesor Hicthelcar… —Hizo una pausa buscando en su mente algo que satisfacer la curiosidad germana.
— ¡Ah! Hicthelcar, sí, ¿su alumna, no? Pase.

Los dos intentaron no mostrar sorpresa y entraron lo más rápido posible. Ella le preguntó qué le había contado al profesor, él le dijo que simplemente le pidió el favor de que la escuchara tocar. Era lo último que se esperaba ella.

— ¿Y qué dijo?
—Mañana te espera. Nos vemos aquí en esta puerta y te acompañaré. Ahora mira, por aquel pasillo encontrarás unas escaleras que te llevarán al los últimos pisos, intenta pasar desapercibida y siéntate en el primer lugar que encuentres.

Le dio las gracias y se dirigió camino de los pisos superiores. Aquello parecía un laberinto, tomó una decisión y se dirigió a un pasillo donde se encontró con una señorita que indicaba a los asistentes por la puerta que debían entrar para acomodarse, María se sintió descubierta y para evitarla entró por la primera que vió abierta, se sentó en una butaca y esperó. Al poco tiempo vió asomarse a la acomodadora con signos de buscar a alguien, se levantó lo más cautelosa posible y salió.

Subió por otras escaleras huyendo de la azafata y llegó a otro lugar donde encontró a una pareja de ancianos que esperaban en aquel pasillo enmoquetado, se puso a hablar con la pareja como si los conociera de toda la vida y así evitar que le pidieran la entrada. Sonó un timbre, se despidió, y entró rápidamente justo en el momento en que las luces se apagaron y las puertas se cerraron. Casi a tientas encontró un lugar donde sentarse. Cuando el escenario se iluminó se quedó sin habla al ver que estaba situada justo en medio.

El cuarto movimiento describía la tormenta, su mano en un impulso mecánico marcaba el compás. Un clarinete y un trombón indicaban el final del aguacero en el quinto movimiento, y junto con los violines anunciaban la salida del sol. María derramaba lágrimas ante tan perfecta interpretación.

A la semana los padres de María recibieron una carta, en ella con entusiasmo contaba que había conseguido tomar clases con un profesor de la filarmónica de Berlín, y que gracias a una suplencia tocaba en una orquesta.

8 comentarios:

  1. te aseguro jesus que yo de esto no entiendo mucho , o mejor nada.
    pero me resulta facil leer los relatos que cuentas y ademas me atrapan hasta el final
    supongo que ese es el fin , pues conmigo lo consiges.
    me siento gratamente sorprendido.
    tu compi de la banda, royo...

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  2. Hola Royo, gracias por pasarte.

    No se trata de entender o no, se trata de leer y disfrutar y por lo que me dices tu lo haces.

    Me gusta que me digas que te atrapa, es un buen síntoma porque llegas hasta el final. Aparte de lo bien o mal que esté escrito el relato, la historia tal y como esta contada te interesa, y de verdad me agrada.

    ¿Que tal el concierto de hoy? No he podido ir es una lástima. Nos vemos en los ensayos.

    ¡Ah! Gracias otra vez por pasarte.

    Jesús

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  3. Creo saber de quién se trata y no soy yo.
    Un relato muy enternecedor. Yo también hubiera llorado de alegría y de emoción.

    Un abrazo

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  4. No vale Elèna, tu también tocas el oboe, y en la misma banda.

    ¿Sabes? yo también habría derramado alguna lágrima.

    Gracias.

    Un saludote

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  5. Ayyyy, Jesús!! Q recuerdos me han venido al leer el relato de la Philarmonie... el frío de Alemania, los pasillos interminables, la imponente sala, las oportunidades, las ilusiones y el vibrar con la música, y muchas más cosas....emocionante, de verdad. Gracias!!

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  6. Jesús:

    Está bien ambientado. El final me parece un poco brusco, pero en conjunto me ha encantado el relato: esa pasión tan bien reflejada por la música, la ilusión de un "novel del oboe"...

    Felicidades.

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  7. A mi también me ha gustado mucho porque además le ponía cara y cuerpo helado a la protagonista Maria??? ¿Todo eso le pasó? Josep Lluís.

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  8. Josep Lluis: Gracias por pasarte. Pues sí, le pasó, mas o menos.

    naTTs: Gracias. Sí quiza debería ser más extenso. El amor por la música es dificil de explicar.

    Deune: Gracias a tí, por contarme tu experiencia, y por tocar tan bien el oboe.

    Un saludo a todos.

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