15 febrero 2022

Danza triunfal


Todos los intentos por deshacerse del capirote fueron inútiles, una cinta roja lo sujetaba con firmeza. El Sambenito no aplacaba el frío que le provocaba temblores y respiración forzada. Teniendo las manos atadas a la espalda hacía grandes esfuerzos para mantener el equilibrio. No quería mostrarse de rodillas ante el populacho, el empedrado no ayudaba mucho y el carro se movía con mucha facilidad. 

La leña hirió sus pies descalzos obligados a subir hasta el poste donde la ataron con cadenas. Ni una queja salió de su boca. Aplicaron la antorcha y las llamas crepitantes no tardaron en impedir que se distinguiera su figura de mujer. El hedor a carne quemada inundó toda la ciudad dando fe de la muerte de una bruja.

El gentío se santiguó repetidas veces al no oír grito alguno. El Inquisidor General aprovechó el silencio y se dirigió a los allí congregados con voz firme.

—¿Qué más prueba queréis de su brujería? ¡Nadie aguantaría semejante dolor en silencio!.

Un murmullo creciente se fue extendiendo por la plaza hasta provocar una sonrisa de satisfacción en la cara del inquisidor.

Terminado el Auto de Fe los restos calcinados fueron esparcidos por la calle del cenicero, llamado así por albergar las cenizas de los ajusticiados.

Una antropóloga forense se hirió una mano con uno de los restos humanos muy deteriorados que ordenaba sobre la mesa. 

—¿Cómo va eso Elena?

El doctor Andrés García, director del centro antropológico de la ciudad, se interesaba por el trabajo de la antropóloga.

—No muy bien, doctor. Tenemos pocos datos pero me atrevería a afirmar que estamos ante un cuerpo soterrado hace siglos. 

—Bien. Si eso es así descartamos un crimen reciente. Dígame algo lo antes posible.

—De acuerdo, así lo haré —dijo mientras se vendaba la mano.

Dos días después Elena abrió el sobre que contenía el informe del laboratorio y leyó con interés: “Todos los restos pertenecen al siglo XVII”. Una nota al final de la página sorprendió a la antropóloga forense: “El ADN de la sangre encontrada en la superficie de uno de los huesos muestra coincidencias mitocondriales con los restos”. «¿Sangre?» Sus ojos se abrieron confusos y se tornaron asustados al ver el apósito en su mano. Volvió a pedir una segunda prueba.  No tenía sentido alguno ella no… 

A los tres días un nuevo informe confirmaba que los marcadores de las muestras coincidían. ¿Qué podría haber en ella que la relacionaba con esos restos?, era imposible, sin embargo los dos informes lo certificaban.

Al final de un largo día dándole vueltas a lo ocurrido subió al desván de su casa en busca de un antiguo recuerdo recuperado en lo más oscuro de su memoria. Escudriñó entre cajas polvorientas hasta que en una de ellas halló una libreta. En sus páginas se hablaba de un religioso llamado Fabián Rodríguez; un antepasado suyo del que no había oído hablar salvo en una fugaz ocasión a su abuela en una noche de sentimientos melancólicos, le dijo que había una mancha familiar. «Todas las familias tienen una», y con aquella afirmación sentenció el tema.

Con la débil luz de la bombilla que colgaba del techo comenzó a leer. La historia interrumpida varias veces por la falta de páginas, contaba la muerte de una joven en la hoguera acusada de practicar la brujería. La discontinua narración de los hechos daba a entender que el padre Fabián fue el inquisidor de aquel brutal acto. En la última hoja se contaba que cuando falleció su antepasado se le dio santa sepultura en la más oscura y estricta intimidad por miedo a los hechizos que pudieran verterse sobre él y su familia. Un último apunte le proporcionó un escalofrío: “El cuerpo del padre Fabián fue profanado y robado, y nunca se pudo encontrar”. 

El tono de llamada de su móvil la sacó de los pensamientos que le provocaron la lectura de aquella libreta. Un mensaje claro y conciso le informaba de que los restos humanos habían desaparecido del laboratorio forense. «¿Otra vez?», su mente le jugó  una mala pasada con aquella pregunta relacionada, sin duda, con lo leído. Abandonó el desván con prisas dirigiéndose al dormitorio para arreglarse antes de salir al encuentro de su jefe.

Un fuerte brazo la sujetó mientras que una afilada y fría hoja de acero se posaba en su garganta provocándole un fino corte. La voz de una mujer le susurró al oído en un tono amenazador:

—Olvídese de esos huesos. Ahora vuelven a estar donde siempre deberían haber estado. En los dominios de Satán. 

Un fuerte golpe la dejó sin sentido. Cuando recobró la consciencia encontró junto a ella un documento fechado en mil seiscientos treinta y cuatro, en él se relataba un Auto de Fe contra una joven acusada de brujería, el denunciante fue su confesor que ante el rechazo de la joven a sus pretensiones se afanó por castigarla demostrándole su poder. Aquel sacerdote no era otro que Fabián Rodriguez, su innombrable antepasado.

La desaparición de los restos humanos no se resolvió. Elena llegó a decir ante los periodistas que los huesos encontrados y luego desaparecidos no tenían relevancia alguna ni para la justicia, ni para la antropología forense.

—Seguramente —se permitió decir—, pertenecerían a algún infeliz que no tuvo la suerte ni el merecimiento de ser enterrado  cristianamente.

Aquella noche sin luna, en algún lugar del Valle de Tena, las crepitantes llamas de una gran hoguera iluminaban la figura desnuda de una mujer que realizaba a su alrededor una danza triunfal.


©Jesús García Lorenzo

14 comentarios:

  1. Alucinante historia.
    Buena inventiva ;)

    Abrazos.

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  2. Una lectura interesante que me deja sin palabras, de autos de fe hemos leído historias, de forenses y ADN tambien las hemos leído, pero mezcladas ambas épocas no es corriente. Un abrazo

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  3. Jooo, vaya historia tremenda. De principio a fin haces que no se pueda dejar de leer. Y encima brujas, que como dicen en Galicia haberlas haylas.

    Un beso grande.

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  4. Entiendo perfectamente la historia, quizás porque en lo más profundo de mí hay una brujilla.😉
    Como siempre, magníficamente narrada.

    Aferradetes, Jesús.

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    1. Bueno, querida brujilla, gracias por tu comentario.

      Un abrazo

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  5. Escalofriante relato, puede suceder aun en estos tiempos.... Saludos.

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  6. Así es.
    Gracias por tu comentario.
    Un abrazo

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  7. hola Jesús.

    Un relato para dar escalofríos, muy bien llevado entre los bucles temporales, que no es un recurso nada fácil. En este caso te ha salido perfecto, sin que la trama del texto sufra trasparencia y comprensión.

    Un beso.

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    1. Hola Mónica,
      ¡Cuántas mujeres morirían por no ceder a los abusos!

      Un abrazo

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  8. Jesús, quise decir: "sin que la trama del texto sufra en su trasparencia y comprensión".

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