Sentado. Mirando fijamente a mi acompañante. Con un buen puro habano en una mano y néctar escocés en la otra, escuchaba su verborrea; con ojos abiertos por el asombro al principio, y con interés después.
Él, pierna sobre pierna, me contaba un cuento. El sol nos sorprendió con sus primeros rayos.
Me levanté con el puro apagado por falta de oxigenación, y mi copa sin tocar. Al descorrer las cortinas la luz de la mañana me cegó. Busqué, casi a tientas, un lugar donde depositar mi vaso.
En la habitación solo me encontraba yo. Mi contador de cuentos particular había desaparecido sin dejar rastro. Salí de la biblioteca buscando al que me había mantenido en vela.
Pregunté a la señora Curtis, mi ama de llaves; a los criados, al servicio de la cocina. Interrogué a todos, mozos de cuadra, jardineros…, sin obtener respuesta. Nadie me dirigió la palabra. Ni la mirada.
Me dirigí a las cuadras, furioso. Cuando caí en la cuenta que el habano, apagado, permanecía en mi boca y lo mordí con rabia.
Cabalgué durante horas en un intento fallido de aclarar la noche anterior. Cuando regresé me esperaba junto a la chimenea del salón, alguien que dijo ser el comisario Baxter.
—¡Buenas tardes, señor Swanson!
—Buenas tardes —contesté.
Me habló de un cadáver que había sido encontrado en la parte norte de mi finca. El hecho de que fuera mi propiedad le obligaba a interrogarme.
Me contó, sin mucho detalle al principio, cómo y cuándo encontraron a aquel individuo. Lo más sorprendente fue que no tenía nada que lo identificara, salvo una pequeña marca en la parte posterior de su cuello. Mi corazón se aceleró. El sudor empapó las palmas de mis manos.
Aquella misma noche fui al lugar indicado por Baxter. Oí unos pasos, al volverme una hoja afilada segó mi garganta. Mientras me abandonaba la vida pude ver caer una gran piedra sobre mi cara.
Cuando la policía interrogó a la señora Curtis y a todo el servicio de la casa, contaron que yo había salido a cabalgar hacía tres noches y no supieron de mí desde entonces. La señora Curtis me identificó por la marca de nacimiento que tengo en la parte posterior del cuello.
Cada noche sigo oyendo la misma historia de mi acompañante, sentado con un habano apagado en una mano, y un vaso de néctar escocés en la otra, buscando una explicación del por qué mi ama de llaves no contesta a mis preguntas, y hace como si no me viera.
©Jesús García Lorenzo
Jooooo eres un maestro de las historias. Me has mantenido en vilo hasta el final.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un beso grande.
Muchas gracias Moony, pero simplemente soy un aprendiz.
EliminarUn abrazo
Intrigante historia que atrapa de principio a fin. Saludos a la distancia.
ResponderEliminarUn cuento de película tenebrosa.
ResponderEliminarMuy bien ;)
Un abrazo.
¿Quizás algo enrevesada? ¿No, verdad?
EliminarUn abrazo
Felicidades, un cuento magnífico que mantiene el interés desde el principio y sorprende al final, muy bien escrito. Abrazos
ResponderEliminarMuchas gracias Ester por tu comentario.
EliminarUn abrazo
Buen giro final. ¡Enhorabuena!.
ResponderEliminarUna pregunta... ¿tú puedes dormir con estas historias?.😉
Aferradetes, Jesús.
Gracias Paula.
EliminarEn respuesta a tu pregunta yo también me lo he preguntado muchas veces, y si pudiera le haría esa misma pregunta a Stephen King ¿Qué crees que contestaría?
Aferradetes
Cabe destacar Jesús que tienes un estilo de narrar tan peculiar, tan unico que realmente uno se adentra en el relato y se mantiene "en alerta" hasta el final que siempre es de lo mas sorprendente.. Me encantaaaaaaaaaa!!! Desde aquí agradezco de corazón tu paso y tus palabras. Besos admirados y bonito domingo para vos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras incitan a continuar.
EliminarSoy yo quien te agradece que leas mis letras.
Un abrazo
Hola, Jesús.
ResponderEliminarEn tu salsa con esta impecable historia de un alma en pena atascada, con cierta suerte ya que por lo menos le cuentan un cuento, aunque derribada suerte si el cuento es siempre el mismo, a saber el de su propia muerte no notificada al interesado.
Te felicito.
Un beso.
Hola Mónica,
EliminarSiempre he pensado que cuando una muerte es violenta, la víctima se queda en un bucle sin fin intentando averiguar porqué.
Un abrazo