Alrededor del fuego se reunió la tropa scout Browsea para celebrar Halloween. La noche transcurrió entre bromas y sustos. Cada patrulla representaba una historia de terror distinta adecuada a su disfraz.
«…y tras un descuido de los vigilantes la navaja del hombre de la máscara segó la garganta de la cocinera —relataba un miembro de la patrulla Lobos cuya cara estaba cruzada por una impresionante cicatriz que con el calor del fuego se le despegaba haciéndolo si cabe más terrorífico—, cuando la cogieron para amortajarla comenzó a gritar como una posesa que la dejaran en paz, pues aún no había terminado de hacer la cena…»
Las risas inundaron la reunión, y así una tras otra se fueron sucediendo historias a cual más terrorífica y que, al contrario de lo esperado, provocaban risas e incluso carcajadas.
Le tocó el turno a la patrulla Ardillas, su guía se levantó portando en la mano lo que se suponía era una espada, se detuvo en un lugar visible y blandiendo su arma comenzó a recitar unos versos:
« ¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano
que aún queda el último grano
en el reloj de mi vida.»
Los ojos del resto de los scouts se abrieron como platos al oír recitar aquellos versos acompañados de gestos.
«… Yo, santo Dios, creo en ti;
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita…
¡Señor, ten piedad de mí!»
Todos se abrazaron cuando en la oscuridad de la noche y escondido entre las sombras que el fuego proporcionaba surgió un miembro de la patrulla gritando e interpretando su papel de fantasma.
«¡Ya es tarde!».
El silencio de la noche se apoderó de aquel fuego de campamento, los scouts amontonados junto a sus Guías reflejaban el miedo en sus caras, y la representación continuó.
«Cesad, cantos funerales;
callad, mortuorias campanas;
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales…»
Tal fue el clímax creado que interrumpieron la representación para explicar que aquellos versos eran del temido Don Juan Tenorio de José Zorrilla.
«Con lo cual queda demostrado —finalizó la Guía de la patrulla Ardillas—, que ante las máscaras y disfraces, las velas y las calabazas, y las historias fugaces de muertes ensangrentadas no hay nada que atemorice más que la historia del Tenorio bien recitada».
©Jesús García L.
Bravo y más que bravo. Con tanta costumbre anglosajona van desapareciendo nuestras costumbres. Recuperemos a Don Juan Tenorio y dejémonos de trucos y tratos.
ResponderEliminarGracias Amparo,estoy contigo.
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