¡El mundo desconocido de las letras!
¿Dónde estás Tenorio?
La
mano temblorosa limpia con esmero la foto que preside la lápida.
Una vez a la semana, desde hace diez
años, la misma rutina. Rito que si llegara a abandonarlo no se lo perdonaría ni
su Herminia ni él, que para eso le juró amor eterno.
Después, despacio, ocupa un banco no
distante de la tumba. Allí le cuenta sus cosas. Las ocurridas los siete días
anteriores, y las que posiblemente sucederán, porque como él dice: “La vida en
su rutina se la ve venir hasta en su final”.
Vienen a su memoria tiempos pasados
en los que juntos salían al escenario a representar personajes que otros habían
inventado. «Qué felices éramos, ¿recuerdas? ¡Vivíamos tantas vidas!», le
comenta pausadamente.
Las horas pasan de prisa para su edad
avanzada. El frío no es buena compañía y menos en noviembre. El sol se pone en
el cementerio y Eusebio, muy a su pesar, debe retirarse. Se despide como
siempre, lanzando un beso al aire. En su mente ve como ella lo recoge.
Paso a paso, sin prisas, apoyado en
su bastón se aleja de Herminia, ocupando sus pensamientos con ella. Al cabo de
un rato, al mirar a su alrededor, se siente desorientado, no conoce el lugar, y
es cuando se da cuenta que se ha perdido. «Todas las calles del cementerio son
iguales, ¿cómo no voy a perderme?», se dice como un reproche.
Al pasar por una de las lápidas lee:
“Juan Tenorio González”, una leve sonrisa ilumina su arrugada cara. Más
adelante ve a un hombre junto a un nicho.
—Perdone, caballero —le dice con
calma—, ¿podría indicarme la salida? Siento decir que me he perdido.
— ¡No faltaba más! –Contesta el
desconocido—, voy a hacer algo mejor, si le apetece y no le importa lo
acompaño, aquí ya he terminado.
Juntos recorren el lugar, mientras,
hablan de cosas intrascendentes hasta que el acompañante hace una pregunta
directa: “¿Qué le parece a usted eso del halloween?”.
Eusebio lo mira con curiosidad, y
después de un segundo de reflexión le contesta con una apología del daño hecho
a la tradición y al respeto por los que se han ido.
—Comparto su opinión —dice el desconocido—,
yo también añoro aquellos tiempos en los que ir al teatro a ver a Don Juan, le
daba sentido a esta noche. Parecía como si se volviera a nacer, como si todo…
— ¿Lo malo no hubiera ocurrido?
—Sí… —susurró mientras esbozaba una
sonrisa—, una sensación extraña.
La conversación poco a poco declina
en la obra de Zorrilla, repasan
versos, actores, interpretaciones y ríen.
El recorrido los lleva a una plaza
muy iluminada. Eusebio está cansado, muy cansado, y le pide a su acompañante
sentarse y descansar un rato, éste accede muy cordialmente. La charla continúa
más entusiasmada, llegando incluso a realizar gestos mientras recitan.
— ¡Aaah, Tenorio! ¿Dónde estás?
—Eusebio suspira—, te quedaste entre los panteones de tus victimas, olvidado,
relegado por disfraces grotescos y fiestas que recuerdan más a los carnavales
que a los difuntos.
—Así es, amigo mío. Olvidado.
— ¡Por cierto! ¿Cuál es su nombre?
Llevamos un buen rato hablando y no sé cómo llamarlo.
—Me llamo Juan –dice el desconocido.
—Encantado. ¡Bueno! Vamos hacia la
salida, ya debe ser muy tarde y hace frío.
—No, Eusebio, no. Esta noche la
pasaremos juntos, aquí, entre estos muros, recordando.
— ¿Pero, qué dice? ¡Vamos, hombre!
Déjese de historias y vámonos a casa.
—¿A casa? Esta es mi casa.
Eusebio mira a Juan con ojos muy
abiertos cuando acompañaba, lo dicho, con un gesto de sus brazos abarcando todo
el lugar. De pronto aparece en escena el vigilante cruzando la plaza. En
silencio, con su linterna, sigue camino sin hacerles caso. Eusebio al verlo se
levanta y lo llama a gritos al ver que se aleja. El vigilante, ajeno a los
ocupantes del banco situado en aquel lugar del cementerio, continua su
recorrido perdiéndose entre la oscuridad de una de las calles.
—No te esfuerces. Ni te ve, ni te
oye.
Eusebio comienza a sentir miedo.
«¿Qué está ocurriendo?», se pregunta.
A lo lejos se escucha un cántico. Eusebio
intenta distinguir quién lo realiza. Mira guiñando los ojos buscando un atisbo
de claridad. No consigue nada. Se adelanta con unos pasos para poder observar
mejor, pero éstos son detenidos por la voz de su acompañante.
—No hace falta que acudas, vienen
hacia aquí, se reunirán con nosotros enseguida.
— ¿Con nosotros?, ¿por qué?
—Porque son La Santa Compaña. Todas las noches de difuntos acuden para recoger
a Don Juan Tenorio y a su acompañante.
Genial texto. Me gusta cómo dejas que se confunda ficción y realidad.
ResponderEliminarMe he acordado que hace un año leí también en este blog un texto sobre un hombre disfrazado de Don Juan que era confundido con el personaje y apuñalado en plena calle. Se ve que sigues fiel a tu revindicación del Tenorio el día de los difuntos contra halloween. ¡Mucho ánimo!
Un abrazo!
Gracias, Ehse.
ResponderEliminarEfectivamente revindico la única noche al año que se podía ver por televisión la obra de Zorrilla, y las que se podían ver en los teatros durante toda la semana. Aún existe en Murcia un teatro que continúa con la tradición.
Me alegra que te acuerdes de ese relato, gracias.
Un abrazo
Jesús
Zorrilla es inmortal...como tus historias!!! Es un texto realmente magnífico,me ha mantenido enganchada de principio a fin. Eres un genio niño, siempre es un placer y una delicia pasarse por aquí!!! Y en cuanto a las tradiciones...bueno, hay algunas que jamás deberían perderse. Yo este año el Día de los Difuntos también lo pasé en el teatro ;)
ResponderEliminarUn abrazo inmenso!!! Tienes un espacio fabuloso :)
Buenas,
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Saludos
"Eres un genio niño" Favole, muchas gracias por lo de genio, y sobretodo por lo de niño.
ResponderEliminarSiempre es un placer y una alegría leer tus comentarios.
Un abrazo.
Jesús
Yo recuerdo haber visto la obra por televisión pero no sé si fue por esas fechas. En cualquier caso sería una idea genial rescatarla si es que ya no la emiten.
ResponderEliminarEn cuanto al relato me gustó mucho, supiste mantener la atención del lector. Hay un momento en que todo parece tierno y un momento en que llegas a estar inquieto y si fueras el protagonista echarías a correr.
Abrazos.
Oski, por desgracia ya no se emite, pero si hacemos un poquito de fuerza a lo mejor...
ResponderEliminarGracias por tu comentario, me ha gustado.
Un abrazo
Jesús
Sí es posible perderse en un cementerio, allí donde no se sabe bien si estás entre los vivos o entre los muertos ni si estás vivo o muerto...
ResponderEliminar(Juan Tenorio resiste a la invasión hallowense... Todavía resiste.)
Un abrazo,
Esther
Jejeje, sí resistirá mientras viva, o muera, o las dos cosas.
ResponderEliminarDicen que realmente se muere cuando nadie te recuerda. Tenorio nunca morirá.
Un abrazo Esther.
Jesús