28 agosto 2025

La trampa

La moneda fue la causa de todos mis problemas. Cuando la encontré en la acera de aquella calle, sucia y pegajosa, nunca pensé que me metía en una trampa.

Al cogerla sentí un asco irremediable, pero aun así no la solté; jamás había tenido una moneda de ese valor, y no iba a deshacerme de ella.

Busqué un lugar donde limpiarla, descubrí al otro lado de la calle una fuente pública, y allí me dirigí sin importar el tráfico.

A punto estuvieron de atropellarme; gritos, insultos y bocinazos acompañaron mis pasos al cruzar la calle.

Al llegar a la fuente apreté el botón para que saliera el agua, y el chorro fue una bendición. Lavé con cuidado la moneda quitándole toda la mugre. Luego busqué en una papelera cercana algo para terminar de limpiarla y secarla. Unos papeles y un trozo de trapo me sirvieron para dejarla algo más reluciente de lo que estaba.

Con ella en la palma de mi mano la estuve observando y pensando qué podía hacer con ella, hasta que llegó un tipo diciendo que aquella moneda era suya, y que la había dejado en la acera porque estaban grabando un video para un programa “¡Cuanto duraría una moneda como aquella en la calle!”, ni que decir tiene que no le creí, al menos hasta que vi llegar a dos individuos  con cámaras de televisión donde se podía leer el nombre de un canal nacional muy conocido.

Hubo sus más y sus menos, yo no soltaba la moneda y ellos intentaban arrebatármela. Al fin llegamos a un acuerdo. La cadena permitiría que me quedase con la moneda si yo realizaba algo que ellos pudieran grabar para la televisión. Acepté.

Así me vi robando un coche aparcado no muy lejos, y esposado por la policía sin que ellos salieran en mi defensa.

Por la noche la cadena de televisión emitió un video donde se podía ver cómo se robaba un coche a plan luz del día.

A mí me robaron la moneda tras una cuchillada en la galería cuarta de la prisión estatal.


08 agosto 2025

El asesino



El cuchillo de grandes dimensiones lo sujetaba con fuerza en su mano derecha, mientras, goteaba sangre sobre una vieja libreta que, abierta por una página, rezaba en su parte superior:. «Cómo deshacerse de un cadáver».

Recogió aquel cuaderno y al intentar limpiarlo emborronó lo escrito en él.

—¡Maldita sea!

Lo intentó de nuevo, pero… Fue peor. Tomó la decisión de lavarse y fregar el cuchillo.

Una vez limpiado el arma, dio un repaso a la casa y en especial a la habitación donde el cadáver estaba tendido en el suelo boca arriba.

De repente sonó el teléfono móvil. A través del sonido buscó la ubicación. No se atrevió a cogerlo, pues no recordaba haberlo tenido entre sus manos; por lo tanto, no tendría sus huellas.

En el teléfono pudo leer «Editor». Lo dejó sonar, y en momento determinado saltó el contestador «Andrés, ¿cómo llevas la novela?». En la editorial se están poniendo nerviosos. «Llámame cuando puedas».

Nuestro asesino dio un repaso con la mirada por ver si había algo que se hubiera escapado. ¡Horror! Su pie izquierdo había pisado el charco de sangre y había dejado huellas de su zapato por todas las habitaciones.

La desesperación fue en aumento, los nervios fueron adueñándose de todo su ser. Comenzó a sudar. De pronto se acordó de la libreta «¿Dónde la había dejado?». Ya no importaban las huellas, la limpieza de la casa y, el que apareciera algún vecino. Nada. Solo aquel cuaderno que no solo tenía sus huellas en las tapas, sino también en la página emborronada.

La encontró encima de un mueble de la sala donde estaba el muerto. La cogió, la abrió por la página manchada «Ves cómo no es tan fácil», fue lo primero que leyó «Es más sencillo matar que ocultar las pruebas para que no te inculpen»

—Pero la culpa la tienes tú—, habló en voz alta—. Tú eres el autor, tú manejas a los personajes, o sea, a mí.

—No siempre. En ocasiones, el personaje debe guiar al autor, y en este caso deberías haberme guiado.

—¡Eso es!, ahora he de decirte lo que tus personajes deben hacer, o no hacer. He matado a un hombre, que por cierto no sé quién es, y va de negro como si supiera lo que fuera a ocurrirle y, se hubiera puesto de luto.  Tampoco sé por qué he tenido que matarlo. Al menos podrías decirme el motivo.

—Por droga.

—Por… ¿Acaso soy un camello?

—Ya lo descubrirás.

—¿Cómo? Yo hago lo que me dices que haga.

—No. No, amigo mío, hay ocasiones en que el personaje debe decidir qué hacer. En este caso no hay que ser tan patoso como lo has sido, y reflexionar cada actuación.

—¿¡Cómo!? ¿¡Patoso!?, haberme creado de otra forma, por cierto. ¿Cómo me has creado, acaso soy un sicario del este, un…? Ruso, para eso debería hablar de otra manera, no sé… No deberría haberrlo matado asii, ¿por qué estoy hablando como si fuera de Valladolid?

—Porque quiero que sea así y nada más.

—Pues vaya. No dices que el personaje debe guiar al escritor…

—Sí. Pero tú no me estás indicando nada que pueda…

—¡Un momento! Aquí hay algo que no cuadra. Me creas como un asesino patoso, y luego me recriminas. ¿A qué juegas?

—No juego a nada —escribió a modo de resignación—, lo único es…

—¡Nada! Estás jugando conmigo, y no me gusta. Si yo tengo que exponer algo para que mi personaje, o sea yo, funcione bien, he de decir que no me gusta cómo me estás creando y ¡Protesto!

—Protesta lo que quieras, pero si no me indicas nada seguirás siendo un patoso y lo que prometía un relato interesante se convertirá en uno mediocre. ¿Y sabes lo que pasará?

—¡Qué!

—Que te sustituiré.

—¡No! Espera, espera. Podemos llegar a un acuerdo. Dime por dónde quieres que vaya el asunto y te seguiré. Porque… No querrás llevarme a una isla desierta y dejarme allí tirado, ¿No?

—Pues mira… No es una mala idea.

—¡Je, je, je! Por cierto, ¿qué hago con esta caja de cerillas?

—¿Una caja de cerillas?

—¡Anda! Te he pillado… Sí, esta caja que dice «Morir no es lo importante, lo que de verdad importa es saber matar».

El escritor no contestó, se limitó a decir otra vez. «Saca el cuchillo y comencemos de nuevo, pero en esta ocasión apuñala tres veces… Y ten cuidado con las huellas, la libreta y la maldita caja de cerillas, si no ya sabes… La isla.


© Jesús García L.