«Queridos Reyes Magos:
»Soy un niño de sesenta y tres años, y me he portado bien. Esta noche entrareis en millones de hogares para dejar regalos y hacer felices a muchos niños. La última vez que os escribí ¡Dios mío!, hace ya tanto tiempo.
»Esta mañana revolviendo entre cajas con la intención de hacer limpieza encontré una carta inacabada y recordé porqué.
»Un día unos señores llegaron con la policía y nos echaron de casa, y vosotros no aparecisteis para impedirlo. A partir de aquel año os olvidasteis de mi.
»Hoy he decidido escribir para pedir que no os olvidéis de esos niños que, como yo aquel día, hoy dormirán fuera de su casa porque alguien ha decidido que ya no es suya, aunque hayan nacido y crecido en ella.
»Vosotros sois magos y podréis encontrarlos allí donde estén y hacer que se olviden, al menos por un momento, de que no están en su casa.
»He encontrado por internet un correo electrónico al que os envío mi carta en forma de email; seguro que no tendréis problema con esto.
»Siempre vuestro.»
Al día siguiente Andrés, mientras desayunaba puso la radio, y escuchó:
“La policía ayer se negó a desalojar a veinte familias en otras tantas ciudades españolas. Según aseguró el portavoz del Cuerpo de Seguridad del Estado estaban cumpliendo órdenes recibidas por un correo electrónico. Ante tal hecho hoy se reunirá de urgencia el comité de crisis del estado.”
Andrés se acercó al belén que tenía en el salón y a las figuras de los Reyes Magos les susurró: “Gracias”, y los tres volviéndose hacia él le contestaron: “De nada”.
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