Ya estamos en diciembre, mes por excelencia de buenos deseos, y los míos son para todos vosotros:
¡Felices fiestas! Y no abuséis del turrón.
La historia que nunca
fue contada
—¡Abuelo! ¿Me cuentas una historia?
—¡Claro!
El abuelo se sentó en el borde de la
cama y carraspeó.
A través de la ventana se veía una
luna grande, reluciente, escuchando la historia que el abuelo contaba a su
nieto.
—¡Hola, Luna!
La luna estaba tan ensimismada que no
oyó que la estaban saludando. El meteorito chocó contra la superficie de Luna
para que le hiciera caso.
—¡Eh! ¿Qué ocurre?
—¡Vaya! —dijo el meteorito— ¡Por
fin!
Luna le dijo que estaba escuchando
la historia que aquel abuelo le contaba a su nieto.
—¡Bah! —exclamó el meteorito—
¿Quieres oír una buena historia?
—¡Claro! —dijo Luna entusiasmada.
El meteorito se acomodó en el cráter
que había formado, y la comenzó:
En una ocasión todas las estrellas
errantes fueron convocadas por el Creador. Ninguna de ellas sabía el motivo de
la reunión. Muchas de ellas tuvieron que variar su trayectoria para poder
concurrir a la cita.
—Os he convocado porque una de
vosotras será elegida para una misión muy especial.
Las estrellas, coquetas, comenzaron
a mostrar sus mejores luces, otras, orgullosas, peinaban sus largas y
resplandecientes colas. Todas quisieron enseñar sus encantos intentando, con
ello, ser las elegidas.
De pronto desde la lejanía se oyó
una voz que gritaba:
—¡Cuidado! —Una estrella se acercaba
con rapidez— ¡No puedo frenar!
Las que estaban en el exterior
intentaron apartarse para que no chocara con ellas, pero comenzaron a tropezar
unas con otras. Aquella estrella, a medida que se acercaba, cogía más y más velocidad.
La estrella llegaba con tanta fuerza, que de no ser por la intervención del Creador,
habría ocurrido una catástrofe de incalculable resultado.
—Siempre es la misma.
Las protestas fueron lanzadas como
balas de cañón.
—Lo siento —se disculpó—, pero no
encontraba el punto de reunión.
—No me extraña —dijo despectiva una
estrella que relucía más que las demás—, siempre vas sin rumbo fijo. En alguno
de tus despistes tropezarás con alguna de nosotras y habrá un desastre.
El Creador, después de restablecer
el orden, les dijo que pronto ocurrirá algo sorprendente. Todas las estrellas
manifestaron su asombro y se interesaron por el evento.
—Una de vosotras —continuó el Creador—,
sólo una, lo descubrirá. Aquella que lo consiga no se apagará nunca.
Todas las estrellas errantes
lanzaron multitud de preguntas. Todas menos la estrella que había llegado tarde.
Nada más oír al Creador se alejó con rapidez en busca de algún signo que
mostrara lo anunciado. Preguntó aquí y allá. Fue de galaxia en galaxia, pero no
consiguió averiguar nada. En su recorrido se encontró con otra estrella errante
y le preguntó si había averiguado algo.
—¡Ja! A ti te lo voy a contar.
Cansada de tanto buscar se acercó a
una estrella a cuyo alrededor giraban ocho planetas. Le contó lo que estaba
buscando y le preguntó si conocía de algún acontecimiento extraordinario que se
estuviera formando.
—¿Qué tipo de evento? —pregunto la
estrella que dijo llamarse Sol.
—No lo se, pero imagino que será
algo espectacular.
—Lo siento, no tengo noticia de
nada. Por aquí poca cosa suele ocurrir, todo es rutinario. Eres la primera
estrella errante que se acerca en mucho tiempo.
Las dos estrellas se quedaron
hablando. La estrella errante se interesó por el sistema planetario de Sol.
Ésta le contó que los ocho planetas, que ahora giraban a su alrededor, eran
estrellas como ella pero que fueron apagándose poco a poco hasta que dejaron de
brillar. Sol fue la única que no se debilitó, al contrario, cada vez cogía más
y más fuerza a medida que otras estrellas, sin rumbo fijo, se fueron uniendo a
ella. Como fue la más grande, las estrellas apagadas, a las que llamó planetas,
comenzaron a girar a su alrededor.
—Por cierto —dijo Sol— ¿Cómo te
llamas?
—No tengo nombre. Será porque nunca
nadie me lo ha puesto.
Esto último lo dijo casi con
tristeza. Hasta ese momento no se había dado cuenta que debía ser el único
cuerpo celeste sin nombre. Observó a los planetas que giraban alrededor de Sol
y observó que cada uno tenía un tamaño.
—Ese tiene un color azul ¡Qué
gracia!
—Es el único que tiene seres vivos.
—¡Anda! —exclamó la estrella sin
nombre— ¿Puedo acercarme?
—¡Claro! —dijo Sol—, pero ten
cuidado no tropieces con su satélite.
La estrella errante se acercó con
cuidado para poder curiosear a los seres vivos que habitaban aquel planeta
azul.
Le llamó la atención dos de aquellos
seres que viajaban con otro diferente, y sobre el cual iba uno de ellos, y
preguntó a Sol. La explicación que le dio la interesó más y se fijó en ellos.
Según le dijo Sol eran un varón y una hembra que viajaban con otro que usaban
para transportar cosas.
—Ellos los llaman animales —dijo
Sol—, y ese que llevan esos dos le llaman burro.
—Se les ve cansados —comentó la estrella sin nombre.
Decidió seguirlos para ver qué
hacían y donde se dirigían. Parecían errantes como ella.
Desde otro lugar del planeta azul
tres seres que observaban el universo vieron a la estrella errante que se movía
despacio, y siempre en la misma dirección. Hacia el oeste. Cada uno de ellos,
distantes unos de los otros, decidieron seguir aquella estrella.
Al caer la tarde el más anciano
acampó cerca de un oasis. Con las hogueras encendidas en mitad de la oscuridad
llegó al oasis Gaspar, quien pidió asilo en el campamento. A punto de compartir
la cena apareció el tercero con piel oscura.
Melchor, Gaspar y Baltasar
compartieron cena y motivo de viaje. Los tres coincidieron en que aquella
estrella les estaba guiando hacia un lugar donde ocurriría algo extraordinario.
Lo que no sabían era que aquella estrella, errante y sin nombre, estaba
motivada por su curiosidad hacia José y María que junto con su burro caminaban
a Belén para ser empadronados.
—¡Estrella errante! —Gritó Sol— ten
cuidado, casi tropiezas con el satélite.
—¡Huy, perdón! —Se apresuró a decir.
Luna recordó la historia que estaba
contando el meteorito y con una gran sonrisa dijo:
—¡Es verdad! Ya me acuerdo, casi
tropezamos. No recuerdo muy bien que hacía allí esa estrella, pero continúa la
historia.
El meteorito volvió a acurrucarse en
la superficie de Luna y siguió con su historia:
La estrella errante estaba
obsesionada con aquella pareja de seres que viajaban con ese extraño animal.
Los seguía observando todos los movimientos. Vio como les negaban lugares donde
cobijarse y donde, por fin, les dejaron pasar la noche.
—¡Sol! —le gritó sin moverse ni
perder la vista de aquellos seres— ¿Qué le ocurre a la hembra?
Sol miró sin poder acercarse, para
no variar el orden de las cosas, y con una sonrisa contestó:
—Esos seres se reproducen de esa
manera. Ella lleva una vida dentro, y pronto habrá otro ser en ese planeta.
—Pero… Parece que siente dolor,
mucho, diría yo.
—Así es como lo hacen.
La contestación de Sol hizo que se
interesara más sobre la situación de esos seres. Tan absorta estaba con aquella
pareja que no se movió un milímetro del lugar donde se encontraba, y eso fue
motivo para que Melchor, Gaspar y Baltasar comprendieran que estaba indicando
el lugar exacto donde, según todas la profecías, iba a nacer el Rey de reyes,
el libertador, el hijo de Dios.
En un momento de la noche la
estrella errante observó como la hembra se retorcía de dolor.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó a
Sol.
—No te preocupes, está naciendo el
nuevo ser.
En ese instante unas estrepitosas y
mágicas trompetas sonaron en el espacio. La estrella errante se asustó, pero la
voz tranquilizadora del Creador le dijo:
—No sientas temor. Ahí, en ese
planeta azul se ha producido aquello que todas las estrellas errantes han
estado buscando, y que tú has encontrado. Allí, en ese establo, sobre ese
pesebre, reposa el que redimirá los pecados de todos los habitantes de ese
planeta azul. Ahí ha nacido mi hijo, al que le llamarán Jesús.
La estrella errante estaba
sorprendida ¿Ella había encontrado el acontecimiento? Pero si… En aquel
instante comprendió que era ella la destinada para revelar el acontecimiento.
Miró y observó como multitud de seres se acercaban al establo con presentes que
dejaban a sus pies. Vio como tres de aquellos seres llegaron en extraños animales;
camellos le dijeron que se llamaban, y con verdadera devoción dejaban regalos
que, por las exclamaciones de los que los rodeaban, eran, sin duda, de valor.
Sintió alegría, no sólo por ser ella la elegida sino por lo que oyó a
continuación.
—Desde hoy te llamarás La estrella
de Belén, y en ese planeta te recordarán durante toda la eternidad. Jamás se
apagará tu luz, y cada 76 años del paneta azul, volverás a pasar por aquí.
La estrella de Belén comenzó su
viaje moviendo su larga cola iluminada, al tiempo que gritaba con todas sus
fuerzas: «¡Tengo nombre!».
—¡Caray! —gritó Luna— Me había
olvidado de todo aquello.
El abuelo, levantándose con cuidado
de la cama para no despertar a su nieto, apagó la luz del cuarto y se retiró
diciendo en voz baja el final de su historia:
—…y la estrella de Belén se fue
contenta por ser ella quién descubrió el acontecimiento buscado.
Wow, bravo! Jaja me has tenido en vilo como un niño (o un nieto), me ha gustado muchísimo, es una forma preciosa de contar esta historia. Mis felicitaciones, la difundiré la víspera de reyes, un saludo!
ResponderEliminarGracias, Patricia. En estas fechas hay que sentirse como un niño.
ResponderEliminarUn saludo
Felicidades y los mejores deseos para 2014.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Pilar, muchas felicidades también para ti, y agradecido por pasarte.
ResponderEliminarUn abrazo.