¡No! No entre aquí. Se lo advierto. Al hacerlo
se está adentrando en un mundo que nunca olvidará. Uno que le transportará a
otros y a otros…
En este momento su voluntad está siendo
minada, su mente anhela leer y alimentar su espíritu.
Acaba de adentrarse sin remedio en:
¡El mundo
desconocido de las letras!
Un sueño hecho realidad
En
España hay un lugar cuya orografía ha facilitado la creación de películas del Oeste
Americano, es conocido como el desierto de Almería.
Un
viejo coche ronronea sobre una carretera solitaria. Cuarenta grados al sol hacen
difícil circular por parajes de celuloide. Con las ventanillas abiertas espera
una bocanada de aire que alivie la calina abrasadora.
El
conductor se llama Juan, es un apasionado de las películas antiguas y siente un
platónico amor por una famosa de la época.
Juan
en busca un lugar donde refrescarse ha salido de la autopista. Maldice su
suerte mientras seca el sudor con un pañuelo empapado. Un remolino de viento
levanta una gran cantidad de polvo acumulado a los lados de la carretera.
Rápidamente sube los cristales del coche para evitar que el interior se inunde,
y se detiene.
Pasada
la pequeña tormenta lo que ve a su alrededor le deja sin habla. Se encuentra en
mitad del Oeste. Caballos, carretas y hombres armados le rodean.
«Seguro
que me he despistado y me he metido en medio de una película. En cualquier
momento aparece el director exigiéndome una compensación por haber estropeado
la toma». Buscaba así una explicación a lo que estaba viendo. Un hombre le
apuntaba con un arma mientras le gritaba que saliera de aquel condenado
artefacto. Llevaba una estrella reluciente y casi cegadora, por el reflejo del
sol, en el pecho.
Con
calma abrió la puerta y salió del vehículo alzando los brazos.
—Su
nombre forastero— le gritó el de la estrella.
Juan
intentó decir unas palabras, pero la boca reseca y el miedo lo paralizaron. El
silencio se adueñó del lugar, y tras unos segundos el del rifle le susurró:
—El texto, di el texto.
«¿Realmente
estoy en medio de una película?», pensó. De pronto se oyó: “¡Corten!”. Ante la
orden todo el mundo comenzó a relajarse abandonando la calle en busca del
refugio de la sombra. Con las manos aún en alto, Juan ve como se acercan dos
hombres algo pintorescos vestidos con pantalones bombachos, camisa a cuadros y
gorra ancha, uno de ellos lleva en la mano un gran cono a modo de megáfono.
—Pero
vamos a ver ¿Por qué no ha dicho su texto? Y…
Se interrumpió al observar la
matrícula del vehículo, luego desvió la mirada hacia Juan recorriéndolo de arriba
a abajo con lentitud
— ¿De dónde cojones ha salido
usted? ¡Baje los brazos hombre!
—Yo…
voy camino de Murcia y no sé cómo he llegado hasta aquí.
El
acompañante le dice unas palabras en inglés que le hacen sonreír.
—No,
no señor. Estoy perdido, no soy un perdido.
Las
palabras de Juan en inglés hicieron que el acompañante se diera la vuelta con
gesto serio. El director, como más tarde se identificó, dio la orden de un
descanso de treinta minutos. Juan decidió buscar el cobijo de una sombra. Al
acercarse a una de las falsas paredes del decorado observó el periódico que
leía un actor, miró con atención la fecha. 1960. Preguntó si el diario era de
attrezzo, el lector se le quedó mirando extrañado al tiempo que lo negaba.
La
cabeza de Juan comenzó a dar vueltas. No era posible, según lo que acababa de
descubrir la tormenta le había trasportado a cincuenta años atrás. Miró a su
alrededor con atención todo lo que estaba ocurriendo, escuchó una la emisión de
radio a través de un receptor que le pareció de museo. «Aquí el diario hablado
de las dos de la tarde del seis de junio de mil novecientos sesenta». Su mente
no pudo asimilarlo y se desmayó.
Cuando
despertó comprobó que se encontraba en una caravana. Una voz femenina intentó
calmarlo. Sus ojos se abrieron tanto que casi se le salieron de sus órbitas.
Tenía ante sí a la gran actriz Marta Astud a la que había visto en viejas
películas. Ella se acercó y con voz suave le preguntó si se encontraba bien.
Apenas un hilo de voz salió de su garganta para confirmarlo.
—Este
calor es infernal ¿Cómo se llama?
—Juan.
—¿Sólo
Juan?
—Juan
García.
La
puerta de la caravana se abrió de pronto y gritaron: “¡A escena!”
La
actriz se disculpó y le pidió cenar con él, a lo que Juan estuvo encantado.
Cuando se quedó solo no podía creer lo que estaba pasando, había estado
hablando, e iba a cenar con Marta Astud, su ídolo. La de veces que había soñado…Pero
aquello no podía estar pasando según sus cálculos Marta Astud murió antes de
que él naciera ¿Cómo era posible que estuviera allí, tan joven y bella. «Esto
es de locos», se repetía mientras observaba las fotografías de la actriz.
Al
llegar la tarde todos los actores fueron ocupando los asientos de un autobús
para volver a la ciudad, Juan subió a su coche y condujo detrás hasta un hotel
de carretera no muy lejos de una población. Después de aparcar el vehículo la
curiosidad le llevó a la puerta del hotel. Un deportivo americano paró a su
lado, conducía Marta Astud, le recordó la cena y le hizo subir.
La
noche transcurrió como un sueño al lado de aquella mujer a la que observaba
embobado mientras intentaba no parecer un idiota. Terminada la cena salieron
del restaurante, Marta iba bebida y se cogía al brazo de Juan para mantenerse
estable y disimular. Al llegar al coche Juan quiso impedir que Marta condujera,
pero ella se impuso y se sentó al volante, él no quiso dejarla sola y se sentó
a su lado.
La
noche era oscura, sin luna, los faros del deportivo iluminaban la carretera
parcialmente. Marta reía, Juan se preocupaba. La velocidad subía con rapidez.
De pronto un bulto grande delante se volvió dando un gran mugido. Marta dio un
fuerte volantazo y todo comenzó a dar vueltas. Juan se levantó del suelo y
comprobó que había sido despedido del coche, lo buscó en la oscuridad, y vio
las luces. Se dirigió hacia el deportivo que se encontraba boca abajo.
Se
acercó a la puerta del conductor buscando a la mujer. La encontró sangrando, le
buscó el pulso y no lo halló. Estaba muerta. Oyó una sirena. Gritó desesperado
pidiendo ayuda. Vio como bajaban el terraplén por el que habían caído a varios
hombres con linternas. Iluminaron el interior del coche y entonces lo que vio lo
paralizó por completo.
En
el asiento del acompañante estaba él con un cristal del parabrisas clavado en
su garganta. Mientras veía horrorizado aquella imagen de sí mismo recordó una
crónica de la época relatando la muerte de la famosa actriz junto a un
desconocido en un accidente de tráfico. La fama promiscua de la actriz, y el
intento de no malograr su imagen hizo que se escondiera la identidad del
desafortunado acompañante.
El
deseo, a veces inconfesable, de pasar unas horas con nuestros ídolos puede
acarrear la visión de nuestro destino.
Se
lo advertí.
No vuelva.