12 diciembre 2009

La cacería

—¡Nunca, nunca hagas eso!
—Pero…
—¡Nunca! En la caza debes ser el más inteligente.
—Vamos, ya lo asimilará —le dijo ella—, ya se ha hecho tarde, mañana seguiréis con las lecciones. Y tú aprovecha ahora para jugar un rato.
—Todas las madres sois iguales. Vete, pero no tardes.

El padre andaba preocupado, la comida escaseaba, cada vez era más difícil dar de comer a la familia.

—No te preocupes, nuestro pequeño aprenderá.
—Tiene que hacerlo, necesito su ayuda. Estoy ya viejo.

El sol brillaba en lo alto del bosque. Padre e hijo habían salido de caza, iban al acecho. Encontraron el rastro de un par de conejos. Se trataba de dos, quizás tres. Las huellas se amontonaban, entrelazándose tanto, que se tendría que ser un buen rastreador para poder distinguir el número de piezas.

Recorrieron el terreno durante dos horas. Sigilosos, prevenidos y hambrientos. Al llegar a un claro el padre detuvo a su hijo. Sin sonido, sólo una seña. El joven se colocó con rapidez en su posición, atento a las indicaciones de su padre.

La noche anterior había escuchado, por fin, las palabras que tanto deseaba oír.

—Hace falta comida. Mañana saldremos.

Tuvo el impulso de saltar de alegría, gritar, pero se contuvo.

Le costó conciliar el sueño pensando en su primer día. Recordaba las palabras de su padre: «El primer día que vengas a cazar, la primera pieza será tuya. Así lo hizo mi padre conmigo, y así lo haré yo contigo».

Inmóviles esperaron a que la pieza estuviera segura. La respiración calmada, los músculos tensos, el ánimo templado y dispuesto.

Tres eran los conejos. Las orejas levantadas, el hocico husmeando el ambiente. Presentían el peligro, y permanecían inmóviles. Hasta que no supieran dónde estaba el riesgo no sabrían hacia dónde correr.

De pronto una urraca sobrevoló el claro gritando: “El hombre, el hombre”. Los conejos echaron a correr intentando esconderse. Se oyeron dos disparos. Solo uno de los conejos alcanzó la maleza salvando así la vida.

Dos pares de botas se acercaron a los gazapos mortalmente heridos. Sin mediar palabra, los cazadores fueron con rapidez tras el escapado.

La luna iluminó el bosque. La madre Lince vió cómo su esposo, acompañado de su hijo, llegaba con las manos vacías. Esa noche no cenaron. Al día siguiente regresarían para intentarlo de nuevo. Si el hombre no se interponía, otra vez, en su supervivencia.

3 comentarios:

  1. ¡Uff! Jesús, qué mierda más sobrada que somos los mamíferos en dos patas, con perdón para los canguros...

    Acabo de leer una perfecta fábula sobre la interrupción de la cadena alimenticia a fuerza de vanidades sembradas en la cobardía y la bajeza. Bueno, mira, no voy a dejarme llevar. Corto y conciso, ajustado y brutal por ausencia de adjetivos; no hace falta. Literariamente, un acierto.

    Sólo un detalle, si me permites: "Las huellas se amontonaban, entrelazándose tanto, que se tendría que ser un buen rastreador para poder distinguir el número de piezas."

    Fíjate a ver qué te parece: "... que sólo un buen rastreador hubiera podido distinguir el número de piezas" Es que me chirría ese "que se tendrái que ser un buen rastreador... "

    Claro que en el párrafo siguiente usas "sólo". Mira cómo puedes rearmar para no repetirte con tanta cercanía.

    Por lo demás, ¡estupendo texto!
    El final me sorprendió, lo que habla de un trabajo impecable por parte del autor.

    Enhorabuena!

    Un abrazo.

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  2. Turkesa, que alegría.

    Gracias, pero no creo que llegue a ser tan brutal.

    Efectivamente los hombres son los causantes de tanta desaparición de especies por , como tú dices, vanidad y cobardía.

    La arruga está muy bien, intentaré plancharla, aunque me lo has puesto dificil, porque el segundo "sólo" está muy bien puesto y no lo voy a tocar, ya se me ocurrirá algo.

    Un placer tenerte por este blog.

    Un abrazo
    Jesús

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  3. Jesús: lo volví a leer, y el segundo "sólo", tal como decís, está muy bien puesto, no podés quitarlo.

    Quería decirte que al releer, ese segundo "sólo" es una tonta exquisitez de mi parte, porque no hay regla que indique que las repeticiones no puedan "repetirse" (perdona, jeje, estoy escasa de palabras) Creo que la regla de oro, contradiciendo abiertamente lo que te dije en el comentario anterior, es que al leer el texto en voz alta, no chirríe. Lo hice, y no chirría. Es decir, sin perjuicio de que no te decidas por el primer cambio planteado, de decidirlo, los dos "sólo" están tan ajenos, que no se chocan, ni chirrían ni nada. Concretamente: vuelvo sobre mis pasos. Sostengo la humilde corrección que ya te dije en primer lugar, pero... creo que si lo lees en voz alta, el segundo "sólo" es apena un fruto de mi paranoia literaria. No me des bola.

    TE mando un besote.

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